Un periodista de
una cadena de televisión nacional me pide, a través de un correo electrónico,
que valore la experiencia inflacionaria en España en los años 70 del pasado
siglo. De sus palabras se deduce que, por su más que probable juventud, le
resulta difícil hacerse a la idea de cómo podíamos arreglárnoslas en una época con
una inflación de dos dígitos, y que llegó a desbocarse a comienzos de la
segunda mitad de aquella década. La verdad es que ha transcurrido ya mucho
tiempo, e incluso para quienes vivimos aquella experiencia, después de bastantes
años de crecimiento moderado de los precios, no es fácil retrotraernos a entonces.
Muchas son las cuestiones que plantea el periodista: por qué se produjo aquella
situación, qué consecuencias tuvo, cómo logramos escapar de aquella espiral…
Mientras intento evocar aquel lejano entorno, recuerdo que, hace poco, la revista The Economist
publicaba un artículo sobre cómo trata de hacerse frente a la inflación en
Argentina, cuya tasa de inflación interanual se situaba en septiembre de este
año en el 53%: “Argentina’s government has fixed the price of 1,432 products” (30-10-2021).
El remedio es sencillo de arbitrar y bastante conocido: fijar por decreto los
precios de una amplia gama de productos. Los controles de precios, el proteccionismo
y los subsidios forman estructuralmente parte de la receta económica peronista,
tan del gusto de dirigentes políticos de dentro y de fuera de Argentina.
Según el citado
artículo, los kirchneristas “representan intereses que se benefician de la protección
(empresarios industriales), o se ven aliviados con los subsidios (los pobres).
Los controles aseguran una clase de estabilidad, impidiendo la hiperinflación”,
pero “la estabilidad artificial tiene un coste: la economía apenas ha crecido desde
2008”. Las políticas de este corte llevan a un empobrecimiento, que, aunque más
lento, es inexorable, sin esperanza alguna de crecimiento, proclama el
seminario británico.