Durante bastante
tiempo, el “tapering” (la retirada gradual de los estímulos monetarios por
parte de los bancos centrales) ni estaba ni se le esperaba. Pese a esporádicas
amenazas de estrechamiento, el caño monetario se ha mantenido muy abundante y
generoso. El estancamiento secular parecía haberse instalado provisto de un
contrato estable y duradero, y la inflación (moderada) daba la impresión de ser
una reliquia, a veces hasta añorada. La expansión cuantitativa (“quantitative
easing”) ha sido un arma de gran calibre utilizada por los bancos centrales,
dispuestos a hacer whatever it takes con tal de salvar la nave
económica, extremadamente vulnerable y cada vez más adicta a la recepción de
estímulos. La economía monetaria había llegado a exhibir su poderío frente a la
economía real, sin que faltaran potentes paradigmas que lo fiaban todo a aquélla sin
tener que afrontar restricción alguna en la práctica. Según algunas
estimaciones, los bancos centrales, desde el colapso de Lehman Brothers, han
adquirido títulos financieros por importe de $23 billones (hispanos).
Sin embargo, en
una situación un tanto inesperada, tipificada como una especie de venganza de la
economía real convencional, la inflación se ha infiltrado en un territorio en
el que se había bajado la guardia. En los cuarteles generales de algunas
instituciones monetarias centrales se han encendido las alarmas y se preparan
para el “endurecimiento cuantitativo” (“quantitative tightening”). ¿Estamos
ante el nacimiento de una nueva era para la política monetaria”, se pregunta
Robin Wigglesworth en un sugerente artículo publicado en el diario Financial
Times (“The dawn of the quantitative tightening era?”, 2-11-2021).
Para algunos
analistas, dicho cambio de rumbo, ante una aceleración de la inflación, puede
llevar a un endurecimiento de la política monetaria y a una elevación de los
tipos de interés: “taper”-“inflation”-“tighten”. En lo que Wigglesworth
califica como “un caso clásico de contorsión verbal de los analistas de inversión”,
un escenario como el descrito ha sido denominado “régimen TNT” (¡vaya prodigio de
contorsión!).
Otros análisis
menos alarmistas confían en que el repunte de la inflación es meramente
transitorio: “Después de todo, las fuerzas que han contenido la inflación desde
los años 1980s -tales como la globalización, la tecnología, la demografía, las
cargas de la deuda y el debilitamiento del poder de negociación laboral- es
improbable que se reviertan”. Alineados con este enfoque, ninguno de los
principales bancos centrales (la Reserva Federal, el BCE, y el Banco de Japón) “es
probable que echen el freno pronto, incluso si la inflación no comienza a remitir
inmediatamente”. Para Wigglesworth, “un nuevo régimen monetario está empezando,
pero la realidad es que probablemente tendrá un parecido increíble con el
anterior”. ¿Se trata de una buena, o de una mala noticia?