1 de agosto de 2021

Filosofía: ¿quién la necesita?

 

Hace unas semanas, tuve la oportunidad de coincidir con un intelectual bastante conocido en los círculos culturales locales quien reconocía que, después de un largo recorrido, de casi toda una vida dedicada al estudio y a la reflexión, últimamente se planteaba si realmente necesitamos la filosofía. Al cabo de los años, su escepticismo había ido en aumento hasta tal punto que hoy empezaba a dudar acerca de su utilidad real.

Casualmente, pocos días antes había comprado un libro de Ayn Rand con un título que, aparentemente, viene al caso: “Filosofía: quién la necesita” (1982; Deusto, 2021). Reconozco que esa postura del intelectual me produjo bastante desconcierto. Desde que, hace ya casi cincuenta años, la profesora Adela Rodríguez nos abrió las puertas del pensamiento filosófico, no he dejado de perseguir -vanamente- la meta de encontrar alguna respuesta a las preguntas básicas ligadas a nuestra existencia en este mundo. Aquella esmerada docente, natural de un pequeño municipio granadino, casi limítrofe con la provincia de Almería, nos estimulaba a poner a prueba nuestra capacidad de elaborar esquemas de razonamiento lógico, encargaba trabajos escritos y, fuera de horario lectivo, organizaba sesiones de debate.

Entre incursiones ilusionantes y no pocas decepciones, los tratados introductorios a las aportaciones de los filósofos se acumulan en la biblioteca. Sólo recientemente se han incorporado algunas obras de Ayn Rand. Las referencias ofrecidas por Alan Greenspan, antes de su expulsión del Olimpo, fueron uno de los motivos, a los que viene a añadirse la curiosidad por indagar las causas de los furibundos ataques de los que la autora de “La rebelión de Atlas” es objeto por parte de las corrientes principales del pensamiento.

Tanto es así que resulta un tanto extraño ver cómo ahora aparecen bastantes de sus obras traducidas al español, como lo es también comprobar que su doctrina (Objetivismo) sigue teniendo algunos adeptos. Leonard Peikoff llegó a calificar a Ayn Rand como “la mejor vendedora que la filosofía ha tenido jamás”, al menos hasta 1982, año en el que escribía estas palabras al comienzo de la introducción de la obra citada en primer término. Es una clara invitación a adentrarse en la lectura del libro, compuesto por una recopilación de artículos e intervenciones de la escritora americana que, según ella misma, llegó “de un país culpable de la peor tiranía de la Tierra”.

Para Rand, “la mayoría de los hombres se pasa los días procurando evadir tres preguntas… ¿dónde estoy?; ¿cómo lo sé?; ¿qué debo hacer?... Ellos nunca han descubierto el hecho de que el problema proviene de las tres preguntas sin respuesta, y que sólo hay una ciencia que las puede responder: la filosofía”.

Aunque las respuestas (o, más bien, los interrogantes) que el lector se va a encontrar en los textos de la escritora le pueden provocar alguna que otra conmoción. Como cuando alude al ataque del “sistema kantiano-hegeliano-colectivista que domina nuestras instituciones culturales en la actualidad”, afirma que el odio a Estados Unidos obedece a que este país “es la refutación viviente del universo kantiano”, objeta algunas interpretaciones de la teoría de la justicia de Rawls, cuestiona abiertamente la doctrina del igualitarismo, o constata que “el estatismo [estaba] ganando por abandono -por el abandono intelectual de los supuestos defensores del capitalismo-“.

Para algunos, es posible que pronunciamientos de este tenor merezcan quedar frenados en los filtros de la corrección intelectual, pero seguramente es mucho más elegante y motivador atajarlos, cuando proceda, en el plano dialéctico.

Partiendo de darle la razón en algo: “La mejor forma de estudiar filosofía es abordarla como uno aborda una novela de misterio: sigue cualquier pista, cualquier rastro y cualquier implicación, para así poder descubrir quién es el asesino y quién es el héroe”.

En la filosofía, también en la historia, nos encontramos con muchas pistas falsas y muchas tergiversaciones. Las investigaciones sólidas, sujetas a contraste, y sin condicionamientos previos, pueden dictar que algunos héroes queden desenmascarados, e incluso hasta que un asesino confeso fuera inocente.



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