En
“Cartas sobre la educación estética de la humanidad” (Acantilado, 2018) se
recogen una serie de reflexiones y pensamientos del polifacético pensador
Friedrich Schiller (1759-1805). A pesar de que, según expresa en la primera
carta, “no suel[e] emplear las fórmulas que prescribe la academia”, no por ello
los textos dejan de ser considerablemente complejos y de lectura no demasiado
apacible para la comprensión directa e inmediata.
Hay,
no obstante, excepciones, en las que las ideas expresadas son fácilmente entendibles.
Así, en la octava carta, lisa y llanamente sostiene que “Debe haber[1] algo en
la mente humana, más que en las cosas, que obstaculiza la recepción de la verdad,
por luminosa que sea, y su aceptación, por convincente que resulte. Un antiguo
sabio lo advirtió, y lo expresó en términos enigmáticos en una divisa cargada
de sentido: sapere aude”.
Después
de esta constatación, en la que, aparentemente, se hace abstracción de la complejidad
del universo, nos describe el requisito clave para el aprendizaje: “Hace falta
fuerza de ánimo para combatir los obstáculos que oponen al aprendizaje tanto la
indolencia de la naturaleza como la cobardía del corazón. Por algo el viejo
mito de la diosa de la sabiduría brotaba completamente armada de la cabeza de Júpiter,
porque desde su primer acto es guerrera… A la mayor parte de los hombres combatir
las necesidades ya los dejas demasiado fatigados y agotados como para embarcarse
en una nueva lucha aún más dura contra el error”.
El
error, esa situación de la que, según Goethe, “no surge nada, sólo sirve para
confundirnos”. Mucho peor es, no obstante, vivir sin saber que se puede mantener
una visión errónea de lo que nos rodea y, llegado el caso, no estar dispuestos
a valorar que puede haber otras interpretaciones de la realidad.