24 de agosto de 2021

El destino de Afganistán: la importancia del factor económico

 

Incluso en un país con unos rasgos tan singulares como Afganistán sería bastante anómalo que el factor económico no hubiese ejercido ninguna influencia en la evolución de su rumbo político y social. A raíz de la situación creada tras la retirada de la coalición militar liderada por Estados Unidos, no han faltado los analistas que han puesto de relieve ese componente. Algunos de ellos, dotados de especial clarividencia, exponen lo que habría que haber hecho y no se hizo. Lo cierto es que, después de haber derrocado a los talibanes (“buscadores del conocimiento”, según la interesante etimología del vocablo), éstos han recuperado el poder.

Entre tales comentaristas se incluye alguien con un estilete, tan incisivo como de selectivo uso, como Martin Sandbu. Para este articulista de referencia del diario Financial Times, la construcción de un estado operativo y de una economía era un deber para Occidente, deber que ni siquiera ha intentado cumplir[1].

Recuerda que “evidentemente, unas estructuras estatales resilientes y la actividad económica requieren de un entorno seguro y estable”, e incide en que “la dependencia opera en ambos sentidos. Un estado y una actividad económica que sirviesen al pueblo afgano habrían dado lugar a que cualquier cantidad de gasto militar hubiese sido más efectiva, dando a las fuerzas afganas algo por lo que mereciera la pena luchar y a los talibanes un terreno menos propicio para el reclutamiento”.

La corrupción aparece asimismo como un factor importante, dándose la circunstancia de que “más de la mitad de los ciudadanos cre[ían] que los niveles de corrupción [eran] menores en las áreas controladas por los talibanes que en las áreas controladas por el gobierno”[2]. A partir del testimonio de una antigua asesora militar del bloque occidental, Sandbu escribe lo siguiente: “Expuesto de una manera brutal, el estado corrupto fue una creación del poder estadounidense”.

“Estados Unidos y sus aliados podrían haber actuado de forma diferente. Podrían haber distribuido dinero como pagos efectivos individuales en lugar de instalar guardianes locales para los recursos”. Según el informe del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, se identificó una cifra de 27.000 millones de dólares en “costes cuestionados como resultado de deficiencias de control internacionales y problemas de no cumplimiento”[3].

No todos los numerosos comentarios suscitados por el artículo de Sandbu se muestran conformes con su interpretación. En uno de ellos se puede leer lo siguiente: “Sandbu should have used his vast experience gained on the ground in Afghanistan to distribute the funds himself”.

Entre 2001 y 2021, Estados Unidos invirtió 946.000 millones de dólares en Afganistán. De dicho importe, el 86% correspondió a los gastos en las tropas. Según Jeffrey Sachs, menos del 2% del gasto total llegó a los afganos en forma de infraestructuras básicas o servicios de reducción de la pobreza[4].

No obstante, de manera llamativa, a tenor de lo expuesto, “en las dos décadas desde que los talibanes perdieron el control de Afganistán, las condiciones de vida han mejorado marcadamente, incluyendo un gran progreso en sanidad, educación, esperanza de vida y mortalidad infantil. Pero la corrupción endémica y la violencia frenó la senda de progreso, y la retirada de tropas y de ayuda en los años recientes redujo una de las principales fuentes de ingreso, con consecuencias económicas”[5].

Aun cuando el país asiático continúa estando en la parte más baja de la mayoría de los indicadores socioeconómicos[6], la evolución de algunos indicadores seleccionados refleja un avance notable, particularmente en relación con las mujeres, cuyas vidas han mejorado según una serie de indicadores: “el enrolamiento de las chicas en la educación se ha disparado, las tasas de fertilidad adolescente han caído y muchas más mujeres están trabajando”[7].

Otro de los comentarios del artículo de Sandbu recoge lo siguiente: “It’s also this belief that western liberal free market democratic values are somehow universal and can be introduced into any system. Time and again it is shown they are not, and can’t”.

¿Será cierta esta aseveración? Con independencia de la respuesta, estamos ante un buen momento para que los acreditados analistas expongan ahora lo que debería hacerse respecto a los países que están en la cola del indicador de gobernanza, preferiblemente con alguna forma, aunque sea meramente simbólica, del enfoque de “skin in the game” propuesto por Taleb.

Según el indicador de gobernanza recogido en The Legatum Prosperity Index 2020[8], Afganistán ocupaba el puesto 142º de 167 países. Pregunta: ante el nuevo panorama, ¿qué puesto cabría esperar que ocupe a finales de 2022, o incluso de 2021?





[1] “The west has paid the price for neglecting the Afghanistan economy”, Financial Times, 22 de agosto de 2021.

[2] Vid.  Integrity Watch Afghanistan, “National Corruption Survey 2020”, iwaweb.org.

[3] SIGAR, “Quarterly Report to the United States Congress”, 30 de enero de 2021, www.sigar.mil,

[4] Vid. “Blood in the sand”, Project Syndicate, 17 de agosto de 2021.

[5] Vid. V. Romei, “The Afghanistan economy in charts: what has changed in two decades”, Financial Times, 22 de agosto de 2021.

[6] Si bien no en las últimas posiciones. Curiosamente, en gobernanza se encuentra bastante distanciado del país que aparece en último lugar, Venezuela. Vid. Romei, op. cit.

[7] Vid. Romei, op. cit.

[8] Vid. www.prosperity.com.

Entradas más vistas del Blog