Incluso en un
país con unos rasgos tan singulares como Afganistán sería bastante anómalo que
el factor económico no hubiese ejercido ninguna influencia en la evolución de
su rumbo político y social. A raíz de la situación creada tras la retirada de la coalición militar liderada por Estados Unidos, no han faltado los
analistas que han puesto de relieve ese componente. Algunos de ellos, dotados
de especial clarividencia, exponen lo que habría que haber hecho y no se hizo.
Lo cierto es que, después de haber derrocado a los talibanes (“buscadores del
conocimiento”, según la interesante etimología del vocablo), éstos han recuperado
el poder.
Entre tales comentaristas
se incluye alguien con un estilete, tan incisivo como de selectivo uso, como
Martin Sandbu. Para este articulista de referencia del diario Financial Times,
la construcción de un estado operativo y de una economía era un deber para
Occidente, deber que ni siquiera ha intentado cumplir[1].
Recuerda que “evidentemente,
unas estructuras estatales resilientes y la actividad económica requieren de un
entorno seguro y estable”, e incide en que “la dependencia opera en ambos
sentidos. Un estado y una actividad económica que sirviesen al pueblo afgano
habrían dado lugar a que cualquier cantidad de gasto militar hubiese sido más
efectiva, dando a las fuerzas afganas algo por lo que mereciera la pena luchar y a los talibanes un terreno menos propicio para el reclutamiento”.
La corrupción
aparece asimismo como un factor importante, dándose la circunstancia de que “más
de la mitad de los ciudadanos cre[ían] que los niveles de corrupción [eran]
menores en las áreas controladas por los talibanes que en las áreas controladas
por el gobierno”[2].
A partir del testimonio de una antigua asesora militar del bloque occidental,
Sandbu escribe lo siguiente: “Expuesto de una manera brutal, el estado corrupto
fue una creación del poder estadounidense”.
“Estados
Unidos y sus aliados podrían haber actuado de forma diferente. Podrían haber
distribuido dinero como pagos efectivos individuales en lugar de instalar guardianes
locales para los recursos”. Según el informe del Inspector General Especial
para la Reconstrucción de Afganistán, se identificó una cifra de 27.000
millones de dólares en “costes cuestionados como resultado de deficiencias de
control internacionales y problemas de no cumplimiento”[3].
No todos los
numerosos comentarios suscitados por el artículo de Sandbu se muestran
conformes con su interpretación. En uno de ellos se puede leer lo siguiente: “Sandbu
should have used his vast experience gained on the ground in Afghanistan to
distribute the funds himself”.
Entre 2001 y
2021, Estados Unidos invirtió 946.000 millones de dólares en Afganistán. De
dicho importe, el 86% correspondió a los gastos en las tropas. Según Jeffrey
Sachs, menos del 2% del gasto total llegó a los afganos en forma de infraestructuras
básicas o servicios de reducción de la pobreza[4].
No obstante, de manera llamativa, a tenor de lo expuesto, “en
las dos décadas desde que los talibanes perdieron el control de Afganistán, las
condiciones de vida han mejorado marcadamente, incluyendo un gran progreso en sanidad, educación, esperanza de vida y mortalidad infantil. Pero la corrupción
endémica y la violencia frenó la senda de progreso, y la retirada de tropas y
de ayuda en los años recientes redujo una de las principales fuentes de ingreso,
con consecuencias económicas”[5].
Aun cuando el
país asiático continúa estando en la parte más baja de la mayoría de los indicadores
socioeconómicos[6],
la evolución de algunos indicadores seleccionados refleja un avance notable,
particularmente en relación con las mujeres, cuyas vidas han mejorado según una
serie de indicadores: “el enrolamiento de las chicas en la educación se ha
disparado, las tasas de fertilidad adolescente han caído y muchas más mujeres están
trabajando”[7].
Otro de los
comentarios del artículo de Sandbu recoge lo siguiente: “It’s also this belief
that western liberal free market democratic values are somehow universal and
can be introduced into any system. Time and again it is shown they are not, and
can’t”.
¿Será cierta
esta aseveración? Con independencia de la respuesta, estamos ante un buen
momento para que los acreditados analistas expongan ahora lo que debería
hacerse respecto a los países que están en la cola del indicador de gobernanza,
preferiblemente con alguna forma, aunque sea meramente simbólica, del enfoque
de “skin in the game” propuesto por Taleb.
Según el
indicador de gobernanza recogido en The Legatum Prosperity Index 2020[8],
Afganistán ocupaba el puesto 142º de 167 países. Pregunta: ante el nuevo
panorama, ¿qué puesto cabría esperar que ocupe a finales de 2022, o incluso de
2021?
[1]
“The west has paid the price for neglecting the Afghanistan economy”, Financial
Times, 22 de agosto de 2021.
[2]
Vid. Integrity Watch Afghanistan, “National
Corruption Survey 2020”, iwaweb.org.
[3]
SIGAR, “Quarterly Report to the United States Congress”, 30 de enero de 2021, www.sigar.mil,
[4]
Vid. “Blood in the sand”, Project Syndicate, 17 de agosto de 2021.
[5]
Vid. V. Romei, “The Afghanistan economy in charts: what has changed in two
decades”, Financial Times, 22 de agosto de 2021.
[6]
Si bien no en las últimas posiciones. Curiosamente, en gobernanza se encuentra bastante
distanciado del país que aparece en último lugar, Venezuela. Vid. Romei, op.
cit.
[7] Vid.
Romei, op. cit.
[8] Vid.
www.prosperity.com.