Según algunos estudios prospectivos realizados hace unas décadas, a estas alturas del siglo XXI, el automóvil privado debería ser ya una pieza de museo. Yo mismo tenía esa visión. Esperaba que pudiera dar paso al transporte, no público, sino colectivo. Especialmente cuando llegaba al aeropuerto de Madrid y me desplazaba hacia el centro de la capital, me parecía milagroso llegar hasta allí, e inexorablemente me planteaba siempre la misma pregunta: ¿cómo tanta gente, durante tanto tiempo, soportaba la condena de los atascos a gran escala permanentes?
Aunque trate de
evitarlos, su simple amenaza potencial puede llegar a causar un auténtico pavor
psicológico a personas, como es mi caso, poco entrenadas en ese padecimiento.
No es de extrañar que, cuando una exalumna me describía que, la primera vez que
viajó a Los Ángeles, alquiló un vehículo en el aeropuerto para, con toda
naturalidad, desplazarse al centro de la gran urbe, no dudé en calificarlo como
una proeza que yo jamás habría podido realizar[1]. Al
volver a ver, hace no mucho, la obertura de la película “La La Land”, no pude
sino estremecerme al imaginarme atrapado en un colapso semejante. Para los
angelinos, el tráfico denso debe de ser simplemente “another day of sun”, pero
no sólo para ellos…
En
fin, ha pasado bastante tiempo, y el automóvil sigue ocupando una posición hegemónica
como medio de transporte en distintos segmentos, aunque es evidente que, a través
de restricciones de diferente signo, está en fase de verse desterrado de los
cascos urbanos.
Un
magnífico libro que leí hace tiempo aportaba algunas claves para explicar la
paradójica resistencia de los automóviles privados. Para Lester C. Thurow[2], “a menudo
es sugerido un mejor transporte público como una solución a la congestión de
automóviles, pero no lo es. El automóvil tiene tres ventajas que hacen que sea
imposible que el transporte público pueda competir con él. Primero, es mucho más
flexible respecto a los puntos de salida y llegada que cualquier otra forma de
transporte… Segundo, el auto es una cápsula personalizada, cuyo diseño adaptado al cliente consiguen los propietarios en función de sus gustos y presupuestos… Y
uno siempre consigue un asiento. Tercero, el automóvil tiene un enorme
diferencial entre los costes medios y los costes marginales. Los costes de poseer un coche que nunca se mueve son enormes… El coste marginal de conducir el coche… es muy
bajo”.
[1] Tiempo
Vivo : Los atascos de tráfico: entre la economía y la psicología
(neotiempovivo.blogspot.com)
[2] "Creating wealth”, Nicholas Brealey Publishing, 1999, pág. 171.