La cifra de los resultados
empresariales es, evidentemente, una magnitud clave como representativa del
comportamiento de una empresa en un ejercicio concreto. También es patente que
una cifra negativa determinada, aisladamente considerada, no aporta toda la
información necesaria para poder evaluar ponderadamente la posición económica
de la empresa ni tampoco su potencial. Son muchos los factores a considerar
antes de emitir un veredicto al respecto: la antigüedad de la empresa, la
coyuntura económica, el montante de las pérdidas incurridas, su carácter
excepcional o recurrente, el rigor en la aplicación de los criterios contables,
la política de amortización de los activos y, entre otros, la adecuada
cobertura de los riesgos.
Tendemos a pensar que las
pérdidas contables suele ser una situación excepcional en un contexto económico
de crecimiento tendencial. El panorama real es algo diferente, Como destaca
Baruch Lev, durante la década previa a la irrupción de la Covid-19, en Estados
Unidos, casi el 50% de las compañías cotizadas reportaron pérdidas anuales, en
tanto que en Europa la cifra se situó en el 35-40%[1].
Según señala este profesor de
contabilidad y finanzas en la New York
University Stern School of Business, la frecuencia de las pérdidas
contables comenzó a acelerarse en Estados Unidos y Europa a partir de los años
ochenta del pasado siglo. Dicho proceso viene explicado por el despegue de las
inversiones en intangibles corporativos en áreas tales como I+D, tecnologías de
la información y marcas.
¿Es preocupante la situación de
una empresa que haya incurrido en una pérdida contable? Antes de pronunciarnos
al respecto puede ser conveniente calibrar la incidencia que el tratamiento
contable de las inversiones en intangibles ha podido tener en dicho resultado.
Como nos recuerda el profesor Lev (2021), las normas contables diferencian
claramente entre el cómputo de los gastos y el de las inversiones. Los primeros
corresponden a pagos por servicios pasados y, como tales, se cargan contra los
ingresos al calcular el resultado. Además, dado que normalmente los gastos
considerados como corrientes se circunscriben a un solo ejercicio, es lógico
que se imputen al mismo. Por el contrario, las inversiones se plasman en
activos, reflejados en el balance, que van a utilizarse durante una serie de
ejercicios para la generación de beneficios futuros[2].
A medida que se hace uso de tales
activos, su valor se va disminuyendo mediante la imputación de los gastos
correspondientes.
La clave está en dilucidar la
naturaleza del gasto en intangibles y si, efectivamente, se trata de
inversiones que permitirán generar beneficios futuros[3].
Si es así, y según las normas contables se consideran gasto corriente, se
estará imponiendo una carga excesiva en el ejercicio de adquisición. Esto puede
llevar, según Lev (2021), a un resultado absurdo: “cuanto más innovadora es una
empresa, mayores serán las pérdidas
contables. Este tratamiento contable de los intangibles explica gran parte
del fuerte aumento de las pérdidas societarias. Obviamente, muchas de las
supuestas ‘perdedoras’ son de hecho exitosas impulsoras del crecimiento, pero
la mayoría de los inversores, centrados en las ganancias reportadas, no se dan
cuenta de ello”.
En este contexto, Feng Gu, Baruch
Lev y Ghenqi Zhu han llevado a cabo un estudio de todas las compañías
estadounidenses cotizadas con pérdidas en los últimos 25 años[4].
En dicho estudio, con objeto de eliminar el referido efecto penalizador del
tratamiento contable de los intangibles (“sesgo contable” del tratamiento de
éstos), añaden a la cifra de resultados anuales el importe de las inversiones y
restan las amortizaciones anuales correspondientes. Concretamente, a la cifra
de resultado contable añaden la cuantía del gasto anual en I+D neta de la
amortización anual del gasto en I+D, y, asimismo, suman un tercio de los gastos
de explotación anuales[5].
Tras dicho ajuste concluyen que
un 40% de las empresas que reportan pérdidas habrían sido “rentables” sin el
cargo inmediato del gasto en intangibles. Denominan a estas compañías
“perdedoras contables”, en contraste con las “perdedoras reales”.
Los autores del estudio (Gu et
al., 2021, pág. 27) concluyen, “contrariamente a la visión habitual acerca de
la irrelevancia de las pérdidas, … que las pérdidas atribuibles al cargo
inmediato de las inversiones intangibles son altamente informativas y son de
hecho tan informativas como los beneficios”. Así, sus resultados “muestran
claramente que la relevancia de las pérdidas GAAP [Generally Accepted Accounting Principles] está relacionada con los
inversores que ven las inversiones intangibles de las perdedoras GAAP como una
potente fuente de valor para el accionista en vez de como un factor de
pérdidas… encuentran que las perdedoras GAAP son más exitosas en crear valor de
la innovación tecnológica y del capital humano que las perdedoras reales e
incluso que las empresas rentables”.
En definitiva, sostienen (Gu et
al., 2021, págs. 27-28) que “los estados contables de las perdedoras GAAP
distorsionan seriamente el valor intrínseco y la actuación de estas empresas.
Ésta es una alarmante consecuencia para un grupo de empresas altamente
dinámicas e innovadoras que son la fuerza motriz que está detrás de la
revolución intangible en nuestra economía”.
A tenor de los resultados del
estudio reseñado se reafirma la necesidad de un buen conocimiento de los
criterios contables para la correcta interpretación de los resultados
empresariales, y se avala la utilidad de la especialidad de la
“Microcontabilidad”.
(Artículo publicado en "EdufiAcademics")
[1]
Vid. B. Lev, “Don’t be fooled by corporate losses”, Financial Times, 2 de junio
de 2021.
[2]
Según el art. 5º.1 del Plan General de Contabilidad (PGC) vigente en España, “Los
activos deben reconocerse en el balance cuando sea probable la obtención a
partir de los mismos de beneficios o rendimientos económicos para la empresa en
el futuro, y siempre que se puedan valorar con fiabilidad”. A su vez, el art.
5.4º indica que “El reconocimiento de un gasto tiene lugar como consecuencia de
una disminución de los recursos de la empresa, y siempre que su cuantía pueda
valorarse o estimarse con fiabilidad. Por lo tanto, conlleva el reconocimiento
simultáneo o el incremento de un pasivo, o la desaparición o disminución de un
activo y, en ocasiones, el reconocimiento de un ingreso o de una partida de
patrimonio neto”. Vid. Real Decreto 1514/2007, de 16 de noviembre, por el que
se aprueba el Plan General de Contabilidad (BOE, Legislación Consolidada).
[3]
Según el PGC (art. 5º), “Los gastos de investigación serán gastos del ejercicio
en que se realicen. No obstante podrán activarse como inmovilizado intangible
desde el momento en que cumplan las siguientes condiciones: – Estar
específicamente individualizados por proyectos y su coste claramente
establecido para que pueda ser distribuido en el tiempo. – Tener motivos
fundados del éxito técnico y de la rentabilidad económico-comercial del
proyecto o proyectos de que se trate. Los gastos de investigación que figuren
en el activo deberán amortizarse durante su vida útil, y siempre dentro del
plazo de cinco años; en el caso en que existan dudas razonables sobre el éxito
técnico o la rentabilidad económico-comercial del proyecto, los importes
registrados en el activo, deberán imputarse directamente a pérdidas del
ejercicio”.
[4]Vid.
“All losses are not alike: real versus accounting-driven reported losses”, https://ssrn.com/abstract=3847359,
mayo 2021.
[5]
Datos de una empresa en un ejercicio (ejemplo; cifras en millones de dólares):
resultado: -50; gasto en I+D: 40 (30, 20 y 22 en los 3 años anteriores); gastos
de explotación: 180. El resultado ajustado sería: -50 + 40 - [(30 + 20 + 22)/3]
+ 180/3 = 26. El gasto en I+D se amortiza en un período de 3 a 5 años; por otro
lado, se considera que una tercera parte de los gastos de explotación anuales
corresponde a gastos de inversión en intangibles. Vid. Gu et al. (2021, pág.
9).