La
toma de conciencia respecto a la magnitud de los riesgos relacionados con el
clima y a la necesidad de adoptar un conjunto de medidas para hacerles frente
se ha extendido e intensificado en el curso de los últimos años. A pesar de
ello, no han desaparecido algunas posiciones minoritarias marcadas por un
considerable grado de escepticismo, con base en argumentos más o menos
controvertidos, como tampoco otras más extremas catalogadas normalmente como
"negacionistas".
Teniendo
en cuenta que, al parecer, aún hoy día existen "terraplanistas"
convencidos -visión que, contrariamente a algunas creencias extendidas, ya se
había superado en la época de Colón-, apenas puede sorprender que haya posturas
discrepantes de las visiones respaldadas por la corriente principal de la
comunidad científica.
Más desconcertante es, sin embargo, encontrarse con manifestaciones de estudiosos aparentemente respaldados por un bagaje técnico no despreciable que manejan argumentos no tan fácil ni directamente desechables como las burdas oposiciones frontales a todo lo que tenga alguna connotación de cambio climático.
Tal es el caso del diagnóstico que efectúa Pascal Richet (Expansión, 26-6-2021). Este científico, miembro del Institut de Physique du Globe de París, apunta una serie de cuestiones que al menos suscitan alguna reflexión. La limitación de los períodos de tiempo incorporados en los modelos climáticos por ordenador es una de ellas. Otra, potencialmente de enorme importancia, es la aseveración de que la evidencia paleoclimática muestra que los períodos de altos niveles de CO2 no preceden a los períodos de altas temperaturas, sino que son posteriores y sistemáticamente más largos.
De hecho, no sólo los economistas, por la imposibilidad de realizar experimentos (reales y a escala macroeconómica) en el laboratorio, tienen dificultades para el contraste empírico de sus teorías. El transcurso de unas décadas puede ser bastante para la vida normal de una persona, pero para los ciclos geológicos resulta sólo un instante.
Lejos
de ser meros juicios de valor, se trata de proposiciones que debieran ser
sometidas al filtro del método científico, con arreglo a los estándares
habituales. Con independencia de que las implicaciones de tales proposiciones se
adecuen o no a nuestras percepciones, no parece que sea muy científico desecharlas
categóricamente sin entrar a evaluarlas y, mucho menos, excomulgar a quienes
osen proclamarlas. Sin embargo, a tenor de lo indicado en el artículo referido,
eso es justamente lo que ha ocurrido en este caso: "Como he podido
experimentar, el rasgo más inquietante del debate sobre el clima es el deseo de
descalificar de entrada al adversario arrastrándolo a otros campos no
relacionados con el problema, en lugar de ofrecerle comentarios críticos a los
que podría responder científicamente. Sorprendentemente, el libre debate en que
se ha basado el progreso científico en la Historia ha sido sustituido por
acciones propias del totalitarismo…". Desde luego, si esto fuera así -lo
que sería, en su caso, un hecho contrastable-, no podría afirmarse que se estuviese
adoptando una actitud demasiado científica.
Las
dudas sobre la acreditación del cambio climático se antojan desconcertantes,
como también lo son las que conciernen a la esfera metodológica, pero éstas se
convierten en inquietantes cuando queda en entredicho la posibilidad de
desafiar, aunque sea de manera inverosímil, el estado del conocimiento. ¿Qué
habría sido del progreso científico si, a lo largo de la historia, hubiese
prevalecido el enfoque inquisitorial?