Alguien
me preguntaba hace poco que por qué no escribía una antología de los posibles
disparates que pudiera haber acumulado a lo largo de mis 40 años de docencia, a
imitación de la inigualable colección formada por el ilustre e irrepetible
profesor Luis Díez Jiménez, que ejerció durante años la docencia en el
Instituto Nuestra Señora de la Victoria de Málaga. El ejemplar que aún
conservo, que me dedicó el 24 de mayo de 1973, tras una apretada y exigente
disputa con uno de los alumnos más aventajados en Ciencias Naturales, es uno de
los tesoros más apreciados de toda mi larga y ardua trayectoria académica.
En
el curso de estos 40 años de docencia ininterrumpida, con los
correspondientes exámenes, han sido numerosos los “hechos curiosos” acaecidos.
No fui tomando nota de ninguno de ellos, por lo que en la memoria sólo quedan
reminiscencias deslavazadas. Por otro lado, nunca fue mi intención emular a
aquel inolvidable profesor.
En
cualquier caso, nunca hay que perder de vista que quien pone el texto de un
examen está en una situación de superioridad. El examinador se encuentra
siempre en un plano superior al del examinando, y eso es algo que no hay que
olvidar nunca. Por muchas razones, lo ideal sería que las funciones docente y
evaluadora recayeran en personas diferentes, a fin de garantizar la máxima
objetividad y asegurar que el nivel de conocimientos de los alumnos es
contrastado en función de estándares adecuados.
Aparte
de posibles respuestas más o menos “desajustadas”, sí es cada vez más frecuente
encontrarse, más que sugerencias, con verdaderos requerimientos o
recriminaciones por hechos que pueden parecer insólitos en el mundo
universitario, como haber cubierto todo el programa de la asignatura y, en
consecuencia, examinar de todo su contenido, o pedir que, en un examen tipo
test, se aporte una breve justificación de la respuesta seleccionada.
Circunstancialmente,
hoy mismo un estudiante de educación primaria, de forma ciertamente
sorprendente, me preguntaba si mis alumnos universitarios se quejaban de que se
les exigiera proporcionar una respuesta razonada a las preguntas de los
exámenes tipo test. Es ésta una práctica, según me reconocía, que ya parece
incomodar desde una tierna edad.
Decía
María Zambrano que “Sólo a fuerza de errores se toma conciencia del error, y se
aprende a pensar”. Es un pensamiento que solía recoger al inicio de algunos
textos de ejercicios de Hacienda Pública, y que incorporamos como uno de los
principios didácticos del proyecto de educación financiera Edufinet.
A
ese reflexivo e ingenioso escolar le he recordado un célebre adagio de Albert
Einstein, que figura grabado en un marcapáginas que alguien me regaló hace
tiempo: “The important thing is not to stop questioning. Curiosity has
its own reason for existing”. Espero que esa curiosidad le
acompañe siempre en su viaje por el conocimiento, viaje al que felizmente
estamos invitados a lo largo de toda la vida.