Para
cualquier hacendista formado bajo el manto del paradigma de la teoría de los fallos
del mercado, los impuestos son un -o, casi mejor, el- elemento esencial e imprescindible como sustento
de la necesaria intervención del sector público en la economía a fin de
corregir tales deficiencias. La figura de los impuestos se alza así sobre un
pedestal sagrado que ha de preservarse a toda costa. Está abierta la discusión para
buscar el diseño óptimo del sistema tributario, a la luz de los principios
básicos, pero no se concibe cuestionar o poner en duda su papel.
Es,
pues, explicable el enorme impacto que puede causar tener conocimiento de
posturas que ponen en entredicho el estatus sacrosanto de los impuestos. En
particular, la noción de fiscalidad voluntaria planteada por Sloterdijk es
ciertamente disruptiva[1].
También
lo es en buena medida la obra “Hacienda somos todos, cariño”, escrita por Carlos
Rodríguez Braun –quizás el “último mohicano liberal”-, María Blanco, y Luis
Daniel Ávila[2].
Se trata de un libro que no dejará indiferente a nadie que lo lea. A unos, muy
probablemente les enfurezca, mientras que a otros les pueda servir de rearme
moral y dialéctico para defender posturas que probablemente no se habían
imaginado antes o no se atrevían a expresar.
La
carta de presentación del libro que muestran sus autores es bastante clara
respecto a sus intenciones: “De eso va este libro, de cómo el Estado ha
procurado que los ciudadanos veamos y valoremos sobre todo sus aspectos positivos,
a la vez que intenta ocultar, disfrazar o justificar sus aspectos negativos… En
particular, cuestionamos el extendido dogma según el cual es inconcebible que
los ciudadanos padezcamos en el futuro una opresión fiscal relativamente menor
a la actual” (págs. 11 y 13).
En
las antípodas de este libro, en el que se defiende la tesis de que “es la sociedad
la que crea la riqueza y el bienestar, no la política” (pág. 125), se sitúa el
de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman “El triunfo de la injusticia”[3]. “Sin
impuestos no hay cooperación, ni prosperidad ni destino común; no hay tan
siquiera una nación que necesite un presidente” (pág. 10), se sostiene en esta
influyente obra a escala internacional, escrita por dos distinguidos
colaboradores de Piketty. La posibilidad de que las sociedades modulen la
progresividad fiscal es la principal conclusión obtenida en este trabajo (pág.
239), en el que se esgrime que “la mayoría de los cambios en la tributación no responden a un súbito apetito popular por eximir a los ricos, sino a fuerzas
que han prevalecido sin la contribución de los votantes” (pág. 11).
La
lectura de ambos textos nos depara bastantes sorpresas, relativas a datos y
también argumentales. La reseña de uno de los dos, a elegir libremente (lo ideal habría sido de ambos), es una
de las tareas programadas dentro de la asignatura de introducción a la teoría
de la imposición, impartida por quien suscribe estas líneas, en el semestre actual. Espero que los alumnos, a partir de
los conocimientos supuestamente adquiridos, hayan podido acercarse a dichos
estudios con visión crítica, y con capacidad para apreciar los aspectos
positivos, así como también las deficiencias observables en uno y otro caso.
[1]
Vid. “El desafío de Sloterdijk: la fiscalidad voluntaria”, eXtoikos, nº 17,
2015.
[2]
Ed. Deusto, 2021; el subtítulo del libro es: “Cómo nos engañan para que creamos
que pagamos poco y por nuestro bien”.
[3] Ed.
Taurus, 2021 (versión española); el subtítulo es: “Cómo los ricos eluden
impuestos y cómo hacerles pagar”.