De
manera plenamente justificada, el Banco Central Europeo (BCE) ha incluido
dentro de su foco de atención los riesgos ligados al medioambiente y al clima.
No en vano los costes económicos de los riesgos físicos y los riesgos de transición
están adquiriendo una creciente importancia. Según análisis recientes, “los
costes macroeconómicos de retrasar la acción demasiado tiempo son
significativos y los bancos podrían verse adversamente afectados,
particularmente en un escenario de riesgo de transición de un abrupto
endurecimiento de las políticas dirigidas a mitigar el cambio climático[1]”.
Además
de un amplio despliegue dispositivo y de expectativas supervisoras, el BCE está
actualmente llevando a cabo un test de stress climático[2]. Sin
embargo, desde posiciones que parten de considerar que esta práctica tiene
sentido, “ya que el cambio climático es algo real y serio”, se señala que “los
escenarios en los que se basa el BCE están obsoletos, lo que llama a poner en
cuestión el ejercicio en su conjunto”[3].
Según
un estudio realizado por un equipo de investigadores en Estados Unidos[4], los
modelos utilizados sobrevaloran las emisiones de CO2 y el
crecimiento económico. Así, se destaca que las “tendencias recientes
(post-2005) y las proyecciones de perspectivas energéticas (hasta 2040) de las
emisiones globales de CO2 son sustancialmente menores que las proyectadas por
los escenarios base usados en los Informes de Valoración Quinto (AR5) y Sexto
(AR6) del IPCC”[5].
Quienes
están acostumbrados a manejar los ejercicios de resistencia del BCE saben que
es habitual utilizar distintos escenarios con diferente grado de severidad. No
obstante, en el caso que nos ocupa, R. Pielke, profesor de estudios
medioambientales de la Universidad de Colorado, considera que “si las
instituciones financieras han de afrontar tests de stress climáticos significativos,
es imperativo que éstos se basen en la ciencia más actual y no en escenarios
improbables”. Si hacemos caso del mensaje lanzado por el referido profesor,
aparentemente la metodología del test de stress climático estaría recibiendo
una dosis de su propia medicina.
Ser conocedor de alguna evidencia científica que concluye sobre la existencia de efectos medioambientales negativos algo menos intensos que los esperados es más tranquilizador que lo contrario, si bien ello no debe verse como una invitación a bajar la guardia ante un problema descomunal y claramente amenazante.
Para
ilustrar la utilización de escenarios imperfectos, el profesor Pielke recuerda
una curiosa y aleccionadora anécdota protagonizada por Kenneth Arrow. A pesar
de su destacada especialidad académica, el Premio Nobel de Economía de 1972
actuó en una etapa como “arquero” que disparaba arriesgadas “flechas” hacia la
diana de los pronósticos meteorológicos. Pero eso lo dejaremos, si acaso, para
otro día…
[1] Vid. BCE, “ECB Banking Supervision: Assessment of
risks and vulnerabilities for 2021”, enero 2021, pág. 6.
[2]
Vid. Frank Elderson, “Greening monetary policy”, The ECB Blog, 13 de febrero de
2021.
[3]
Vid. Roger Pielke, jr., “The ECB’s climate models are built on obsolete
scenarios”, Financial Times, 9 de mayo de 2021.
[4]
Vid. Matthew G. Burgess, Justin Ritchie, John Shapland, y Roger Pielke, jr., “IPCC
baseline scenarios have over-projected CO2 emissions and economic growth”,
Environmental Research Letters, 23 de diciembre de 2020.
[5] Vid.
Burgess et al., op. cit., pág. 9.