Desde hace unos años, el Instituto Juan de Mariana
viene editando una serie de obras, ya sea de autores clásicos o actuales, con
un denominador común, la inclusión de tesis retadoras del saber convencional. Este
rasgo se presenta, de modo acentuado, en el caso de “El lado correcto de la historia”, de Ben Shapiro.
Apartado de campus universitarios escasamente
proclives a discursos “no progresistas”, el autor se centra en lo que plantea
como dos misterios relativos a la sociedad estadounidense: por qué les ha ido
tan bien y por qué lo están echando todo a perder. Tras rechazar algunas de las
explicaciones más extendidas (relacionadas con la desigualdad económica, la cuestión
racial y las redes sociales), incorpora a su discurso el reproche a la certeza
moral completa y absoluta con la que creen actuar los líderes, tanto de la
izquierda como de la derecha política.
Sin ocultar en ningún momento sus profundas
convicciones religiosas, Shapiro ensalza la integración de las enseñanzas de
Jerusalén y Atenas como la base del éxito histórico de la sociedad occidental:
“la libertad bebe de dos ideas gemelas:
la primera sostiene que Dios creó a todo ser humano a su imagen y semejanza; la
segunda mantiene que los seres humanos somos capaces de investigar y explorar
el mundo que ha creado Dios”. Asevera que “No puede haber un propósito moral o comunitario sin una base de
significado divino. No puede haber capacidad individual o comunitaria sin una
creencia constante y permanente en la naturaleza de nuestra razón”. Según
él, la historia de Occidente se basa en la interacción de estos dos pilares: lo
divino y lo racional.
Trata luego de rebatir la idea de que el período de
expansión del cristianismo fue una “Edad Oscura”, y reivindica que el progreso continuó a medida que dicha
religión se extendía por el mundo. Al elogiar la figura de Aquino, expone
algunas de sus tesis más desafiantes: i) la condición de creyentes en la
religión de casi todos los grandes científicos hasta la época del darwinismo;
ii) el comienzo de la era del progreso científico en los monasterios europeos,
no con la Ilustración.
Describe a Estados Unidos de América como el primer
país de la historia en el que culmina un largo viaje filosófico, con unos
Padres Fundadores devotos de Cicerón y Locke, de la Biblia y de Aristóteles, y
que concebían los derechos y las obligaciones como las dos caras de la misma
moneda. Argumenta que la filosofía fundacional se basaba tanto en la razón
secular como en la moral religiosa, y cuestiona la visión de que la filosofía
del Occidente moderno nació del rechazo de la religión y del abrazo a la razón.
Claramente a contracorriente es su análisis de la Revolución francesa y su
crítica de la preponderancia de lo colectivo frente a lo individual, subrayando
que la puesta en práctica de la filosofía de Marx condenó a millones de personas
a la esclavitud, la miseria y la muerte. En un plano más general, considera que
distintas combinaciones del “nacionalismo romántico”, el “redistribucionismo
colectivista” y el “progresismo científico” tuvieron nefastas consecuencias en
los siglos XIX y XX.
Discrepa de la interpretación de la Ilustración de
Steven Pinker, al presentarla como una ruptura significativa con el pensamiento
precedente, y por concebir el progreso humano en términos estrictos de
indicadores de calidad de vida. Para Shapiro, los intentos de la Nueva
Ilustración de repudiar los valores judeocristianos y la teleología griega
descansan en una ignorancia de la historia. A pesar de ello, aboga por que se
haga una causa común desde ambos frentes, ya que, a su juicio, existen amenazas
filosóficas muy grandes que se dirigen contra la civilización occidental.
Ante el desolador panorama que traza de la sociedad
estadounidense, marcada por la división social, la ira y el odio, propugna como
alternativa la vuelta a los valores judeocristianos y la razón griega. ¿Puede
tener futuro una “Ilustración” mezclada con cánones religiosos? La historia
enseña que, más allá de los predicados, lo que de verdad importa, en primera y
en última instancia, son las pruebas.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)