Joe
Biden, que es ya conocido internacionalmente –según me dice un correligionario
suyo- como “el-presidente-que-todo-lo-hace-bien”, planea tomar medidas para
suspender temporalmente las patentes de las vacunas anti Covid-19, con el
encomiable propósito de expandir drásticamente su producción y poder extender
su aplicación para inmunizar a gran escala a la población mundial. Era una
decisión que casi todo el mundo esperaba ansioso desde hace tiempo, desde la
estupefacción de ver cómo se viene gestionando, en el ámbito internacional, el
suministro y la utilización de ese instrumento de protección tan necesario.
“Ésta
es una crisis sanitaria global y las extraordinarias circunstancias de la
pandemia del Covid-19 reclaman medidas extraordinarias”, ha declarado, con toda
lógica, Katherine Tai, asesora comercial del Presidente Biden. Aunque declara
la “firme creencia” de la Administración Biden en la protección de los derechos
de propiedad intelectual, la opción de la suspensión temporal de éstos se abre
camino[1]. De
levantarse la veda, cualquier productor farmacéutico del mundo podría replicar
vacunas sin temor a ser perseguido judicialmente por infracción de la normativa
sobre protección de la propiedad intelectual.
La
Organización Mundial de la Salud (OMS), que no puede decirse que haya sido un
modelo de perfección de gestión pública global, ya se había manifestado con
anterioridad en tal sentido, así como, posteriormente, una larga lista de
países. También la presidenta de la Comisión de Europea, Ursula von der Leyen,
ha expresado su disposición a estudiar la propuesta, después de haberse
mostrado contraria hasta ahora. El “efecto Biden” tiene, en todos los campos,
una fuerza imparable.
La
industria farmacéutica –sin que ello haya causado una excesiva sorpresa- no ha
tardado en hacer público su rechazo. Algunos de sus representantes sostienen
que la liberación de las protecciones legales no posibilitará una expansión de
la oferta de vacunas. Así, el CEO de Moderna esgrime que “no habría suficientes
sitios para la producción ni trabajadores cualificados capaces de aumentar
rápidamente la oferta de vacunas ARNm… y que concentrar los esfuerzos en
ampliar la producción dentro de las compañías que ya tienen la tecnología y el
conocimiento es la vía más rápida y efectiva para suministrar al mundo las
vacunas ARNm”[2].
En
un plano más general, la controversia sobre las patentes y los precios de los
fármacos venía arrastrándose desde hace bastante tiempo. Incluso el mismísimo
Donald Trump se había significado como un adalid de las críticas a las
compañías farmacéuticas, al tiempo que acusaba a los países extranjeros de
aprovecharse de la investigación estadounidense[3].
Circunstancialmente,
ayer me encontré con William Ramsey, quien me dio clases de inglés hace ya más
de treinta años. Este británico afincado en Málaga, admirador de Thatcher y de
Reagan, me decía que era milagroso cómo han podido lograrse vacunas contra el
Covid-19 en tan poco espacio de tiempo, y me transmitía que para él seguía
siendo un misterio cómo el mercado libre, a través de la “mano invisible” que
ensalzó su genial compatriota hace dos siglos y medio, podía ser capaz de
suministrar tal diversidad de bienes y servicios para todos los gustos y
necesidades. Allá en los lejanos años ochenta, discutíamos acerca de la
contraposición entre la planificación y el mercado. Ya entonces cuestionaba que
los hacendistas nos centráramos tanto –casi exclusivamente- en la teoría de los
fallos del mercado. Puede que éstos sean bastantes, me decía, pero también los
aciertos y los éxitos. Hemos quedado en organizar, cuando sea posible, un
coloquio en el marco del Instituto Econospérides, cuya nave transita a duras
penas por aguas semicongeladas.
La
preservación o no del régimen de patentes es una cuestión ineludible a ser
abordada en ese contexto.
Con
cierta sorpresa asistíamos ayer al voto discrepante de Angela Merkel, acusada
por algunos sectores de actitudes complacientes en su etapa más reciente. Según
la canciller germana, una estrella que se apaga, frente a la fuerza luminosa de
Joe Biden, la suspensión de las patentes tendría “serias implicaciones” para la
producción de vacunas a escala mundial: “los factores limitativos en la oferta
de vacunas son las capacidades de producción y los estándares de alta calidad,
no las patentes”[4].
¿Quién
lleva razón, Biden o Merkel? Suponiendo que la decisión a adoptar recayera
sobre nosotros, ¿qué deberíamos recomendar? ¿Qué sería lo mejor a corto plazo?
¿Y para el futuro?
Hoy
he recibido un regalo de William, un ejemplar del libro “La rebelión de Atlas”,
de Ayn Rand. Con una extensión de 1.224 páginas, tiene algo en común con las
obras de Piketty, pero no creo que sea una lectura que recomendaría el
economista galo.
[1]
Vid. A. Williams, K. Stacey, H. Kuchler, y D. P. Mancini, “US backs plan to
suspend Covid vaccine patents”, Financial Times, 6 de mayo de 2021.
[2]
Vid. N. Asgari y H. Kuchler, “Moderna CEO ‘didn’t lose sleep’ over US backing
of patent waiver”, Financial Times, 6 de mayo de 2021.
[3]
Vid. “El precio de los
medicamentos, entre el coste y el valor”, blog Tiempo Vivo, 17 de julio de
2018.
[4] Vid. G.
Chazan, E. Solomon, H. Kuchler, y J. Brunsden, “Angela Merkel rejects US move to waive patents on vaccines”, Financial Times, 6 de mayo de 2021.