La distinción entre correlación y
causalidad representa una premisa fundamental para el estudio de la Estadística
y la Econometría. La diferenciación conceptual es sumamente sencilla de establecer
y de ilustrar. La identificación y la cuantificación de la existencia de
correlación entre variables son asimismo tareas elementales y, normalmente,
exoneradas de controversia metodológica. Todo lo contrario ocurre respecto a la
relación de causalidad entre variables. Concluir hasta qué punto y en qué
medida una variable es la determinante de otra es algo mucho más complicado, y
es lo verdaderamente relevante para poder sustentar una toma de decisiones, a
escala individual o colectiva, apropiada. No obstante, a pesar de su limitada
significación, no debe despreciarse la aportación de las medidas de
correlación. Nos ofrecen unos indicios o pistas que pueden ser de gran ayuda,
aunque a veces nos conduzcan a conclusiones precipitadas o infundadas.
En un reciente artículo, Manuel
Conthe aborda el fenómeno de las ilusiones causales que pueden derivarse de la observación
de meras correlaciones, ilustrando una serie de casos que van desde las causas
del nazismo a la efectividad de las vacunas contra la Covid-19[1].
En el artículo cita una obra en la que se expone una “nueva ciencia” (la “inferencia
causal”) centrada en la relación entre la causa y el efecto[2].
Su juicio sobre el enfoque tradicional de la Estadística es demoledor: “En los
primeros cursos de Estadística se enseña a todo estudiante a repetir el mantra
de que la correlación no supone causalidad. ¿Acaso esto no es sentido común? El
canto del gallo se correlaciona muy a menudo con el amanecer, pero no lo causa.
Por desgracia, la estadística ha convertido la perogrullada en fetiche. Se insiste
en que la correlación no supone causalidad, pero no se nos dice qué es la
causalidad”[3].
En uno de los capítulos del libro
se recoge el que puede considerarse primer “experimento controlado” o “ensayo
clínico”, protagonizado por el joven Daniel, que pidió que tanto él como otros tres
de sus compañeros judíos siguieran una dieta alimenticia distinta a la
prescrita por Aspenaz, jefe de los oficiales de la corte del rey Nabucodonosor,
mientras que otro grupo seguiría la dieta oficial. Al cabo de diez días podría
efectuarse la comparación pertinente.
Los ensayos clínicos desempeñan
un papel crucial para determinar la eficacia y los efectos secundarios
originados por nuevos medicamentos. Las distintas vacunas que se administran a
la población para combatir la terrible enfermedad de la Covid-19 han sido,
lógicamente, validadas y autorizadas por los organismos públicos nacionales e
internacionales encargados de velar por la salud de la población. El tiempo
récord en el que han podido estar disponibles las vacunas, producto de las
investigaciones previas que venían desarrollándose y de la intensificación de los
esfuerzos ante los nocivos efectos de la enfermedad, ha alimentado inicialmente,
en algunos casos, las dudas sobre la efectividad de los remedios preventivos
encontrados.
En particular, la aparición de trombosis
en algunas de las personas a las que se había suministrado una de las vacunas,
la de AstraZeneca, en algunos casos con resultado de muerte, ha suscitado dudas
adicionales. No sólo entre colectivos proclives a posiciones antagónicas a las
vacunas, sino incluso cautelarmente por parte de algunos países que han llegado
a suspender el tratamiento[4].
Otros, en cambio, han dado algunos volantazos respecto a los grupos de edad a
los que aplicar dicha vacuna[5].
Ante las informaciones contradictorias y las alteraciones de las pautas
seguidas, podría dar la impresión de que, en lugar de estar en territorio de
las ciencias de laboratorio, nos encontráramos ante el examen de la evidencia
empírica de políticas económicas.
El artículo de M. Conthe viene a
ofrecernos una explicación tranquilizadora. Basándose en los análisis de la
Agencia Europea de Medicamentos, subraya que, “a salvo de nuevos
descubrimientos, cabe esperar que cuando una vacuna se administra a un
colectivo muy grande de personas, algunas experimentarán por puro azar, con
posterioridad a la vacuna, sucesos excepcionales (como la propia muerte, la
muerte de un familiar… ¡o ganar un premio de lotería!). La vacuna protege
contra el virus, no contra otras calamidades extraordinarias”.
De esta misma tesis participa la
Agencia de Medicamentos de Reino Unido, tras analizar una treintena de casos de
coágulos de sangre en receptores de la vacuna. Funcionarios de dicho país
señalan que “había insuficiente evidencia por el momento para efectuar cambios
en la política de vacunación. Incluso si se estableciera un vínculo causal[6],
algunos expertos en Reino Unido dijeron que tendría sentido continuar con las
vacunas pues los incidentes de trombos parecían ser extremadamente raros”[7].
AstraZeneca ha defendido la eficacia
y la seguridad de su vacuna, y manifiesta que los trombos no son más probables
en los receptores de la vacuna que lo que cabría esperar en la población en
general[8].
Ahora bien, aunque los porcentajes de afección sean muy reducidos, a tenor de
la anterior afirmación, la pregunta es obligada: ¿en el resto de
personas a las que se administran otras vacunas, se dan las mismas tasas de
afección por trombos?
Mientras escribo este artículo
recibo un correo de Amazon en el que me invitan a comprar cinco libros, tres de
Estadística y dos de “Machine learning”. ¿Casualidad o Causalidad?
[1]
M. Conthe, “Ilusiones causales”, Expansión, 30 de marzo.
[2]
J. Pearl y D. Mackenzie, “El libro del porqué. La nueva ciencia de la causa y
el efecto”, Ediciones de Pasado y Presente, 2020.
[3]
Pearl y Mackenzie, op. cit., pág. 15.
[4] Vid. R.
Milne, “Norway extends AstraZeneca jab suspension over blood clot fears”, Financial
Times, 26 de marzo de 2021.
[5] Vid. G.
Chazan, “Germany will only use AstraZeneca jab for over-60s”, Financial Times,
30 de marzo de 2021.
[6] Algunos
investigadores han planteado ciertas hipótesis sobre el posible vínculo. Vid.
D. P. Mancini y A. Gross (2021), “Blood clots and the AstraZeneca Covid
vaccine: is there a link?”, Financial Times, 1 de abril de 2021.
[7]
Vid. A. Gross, “UK reports 25 new cases of blood clots in recipients of
AstraZeneca jab”, Financial Times, 2 de abril. Según las estadísticas ofrecidas
en este artículo, el número de casos problemáticos es de 1 entre 600.000 en
Reino Unido, de 31 entre 2,7 millones en Alemania, y de 6 entre 120.000 en
Noruega. Un receptor potencial “racional” de la vacuna en cuestión se situaría
ante la siguiente disyuntiva “estadística”: a) supuesto de no vacunación y no opción
de otra vacuna: probabilidad de contraer la Covid-19; probabilidad de sufrir trastornos
graves por esta enfermedad; probabilidad de fallecer por este motivo; b)
supuesto de vacunación: probabilidad de sufrir una trombosis; probabilidad de
fallecer por este motivo. Este tipo de elecciones se ve afectado por una serie de sesgos conductuales, en particular cuando está en juego la vida propia. Vid. "El valor asimétrico del riesgo de muerte", Blog Tiempo Vivo, 12 de noviembre de 2017.
[8] Vid. R.
Milne, op. cit.