La primera vez que oí hablar de
esa planta, como de tantas otras cosas de la naturaleza, fue en las clases del
profesor Luis Díez, en el Instituto de Martiricos. A él me refería en el
artículo que, como “testimonio diferido de gratitud”, publiqué, en enero de
2009, en el diario La Opinión de Málaga. Él fue uno de los exponentes más
destacados del impresionante claustro de aquel admirable centro. En dicho
artículo se mencionan otros profesores, como una simple nuestra,
inevitablemente injusta por las ausencias. Entre éstas, la del profesor Armando
Bañares, excelente docente en Biología. Verdaderamente no logro entender cómo
no figura en la escueta relación reseñada, lo que no puedo atribuir al olvido (de
hecho, estaba convencido de ver allí su nombre), como tampoco la del Padre
Guzmán, cuya bondad le hacía a todas luces digno merecedor de su nombre de pila,
si hacemos caso a la etimología que él mismo nos explicaba.
Los recuerdos y las imágenes se
agolpan respecto a ese venerado Instituto, que, como me comenta José Francisco
Jiménez Trujillo, exalumno y profesor del mismo, se prepara para celebrar,
junto con el mítico de Gaona, 175 años de presencia educativa en Málaga.
Desde aquellos lejanos días del
curso 1972-73, la strelitzia quedó grabada en la imaginación como una especie
de quimera. No sabía si algún día lograría encontrar alguna, pero la sonoridad
de su nombre quedó registrada como un anhelo de esperanza. Fueron pasando los
años, con escaso florecimiento, y su imagen se fue difuminando. Hasta que, de
manera inadvertida, pude por fin disfrutar de ella en los jardines de la isla
donde la planta echó raíces. En algunos de sus lugares, su denominación más
extendida cobra significado propio. Las circunstancias no eran las más
propicias para disfrutar de los encantos de la naturaleza, allí sumamente abundantes,
pero la exótica e inigualable flor era un deleite para los sentidos y un
símbolo en el que colocar las ilusiones personales.
Poder disfrutar de la strelitzia
en la ciudad del paraíso (condición que exhibe, más bien, “a tiempo parcial”)
es también una dicha enorme. Hace unos días, me di cuenta de que, muy cerca de donde vivo, alguien había plantado una strelitzia. Emocionado, me acerqué a fin
de poder apreciarla mejor. Sentí algo así como un reencuentro con una amiga de
toda la vida, que, a pesar de no verla, siempre había estado ahí, dándome su
aliento. Puede que la strelitzia sea la flor del paraíso, pero eso no quita
para que también sea la flor del refugio, heaven
flower, haven flower.