Las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación han aportado beneficios inconmensurables para la
sociedad y para la economía, pero también han acarreado determinados costes y
servidumbres brutales. Hace años hacía algunas reflexiones al respecto[1].
Los primeros han ido aumentando a lo largo del tiempo, pero también los
segundos. Especialmente para aquellas personas integrantes de una gran
organización que desarrollen un trabajo con un alto contenido intelectual, y
que necesiten tener concentración, el correo electrónico es un auténtico
tormento, un verdadero azote mucho peor de lo que nos imaginamos, como reza el
artículo de un reciente artículo publicado en el diario Financial Times[2].
Partiendo, por supuesto, de la premisa de que el receptor de las misivas es
alguien considerado y que aspira a ser diligente en sus respuestas.
Bajo la imagen del primer Apple
Macintosh, una nota nos recuerda que, a mediados de los años ochenta, no
podíamos imaginarnos adónde nos llevaría aquel revolucionario aparato. La
articulista nos transmite la angustia que le genera ver el número de mensajes
sin abrir que se acumulan en la bandeja de entrada de su correo electrónico. Y
se hace eco de un libro que acaba de aparecer en el que se plantea un mundo sin
emails[3],
y que, a pesar de tener el aroma de un “manual de autoayuda”, contiene, según
la menciona articulista, algunas ideas interesantes.
Según señala, tomando como referencia
el texto del joven profesor de ciencia de la computación, un trabajador medio
envía y recibe unos 126 días correos profesionales al día, mientras que algunos
empleados de “cuello blanco” dedican más de tres horas al día a la gestión de
sus correos electrónicos. La proliferación del uso de éstos proviene de su
facilidad y gratuidad, lo que tiende a impulsar una “mente de enjambre
hiperactiva”.
Para afrontar el gran problema
planteado, más allá de algunos parches “ad hoc”, se postula que se requiere una solución mucho
más estructural, “similar a la forma en que Henry Ford revolucionó la fabricación
de automóviles con la línea de ensamblaje”. P. Clark se muestra confiada en que
algún día aparecerá un nuevo Henry Ford que venga a reparar el desbarajuste
actual. Es posible que así sea, pero, hoy por día, el reto es soberbio.
[1]
“Nuevas tecnologías: avances y servidumbres”, La Opinión de Málaga, 24 de
febrero de 2010; reproducido en “Hipérbaton”, 2011, págs. 339-341.
[2]
P. Clark, “The scourge of work email is far worse than you think”, Financial
Times, 28 de febrero de 2021.
[3] C. Newport, “A world without email: reimagining work in an age of communication
overload”, 2021.