Se ve que la denominada “fatiga
de Zoom”, a la que se hacía alusión en una reciente entrada de este blog
(9-3-2021), sigue acaparando atención, a tenor de la gran cantidad de artículos
en los que se aborda, y de conversaciones en las que está presente. De forma
paralela, el trabajo de Jeremy N. Bailenson, de la Universidad de Stanford, en
el que se analizan las causas de dicho fenómeno y se aportan posibles
soluciones, se ha convertido en una referencia cada vez más extendida[1].
Tales soluciones consisten,
esencialmente, en poner distancia física entre el participante en una
videoconferencia y la cámara, prescindir de su propia imagen en la ventana
común, tratar de efectuar algún movimiento ocasionalmente, y desconectar el
vídeo, manteniendo solo la conexión de audio, de vez en cuando. Curiosamente,
sin embargo, el citado profesor no incluye en el artículo una solución
adicional que, según ha comunicado en alguna entrevista periodística, podría
ser su favorita: el uso de hologramas. Éstos se concebirían, no como “proyecciones
al estilo de Star Wars sino como avatares
realistas que podríamos ver a través de cascos o de gafas inteligentes de forma
que parecerían estar en nuestra estancia”[2].
Según el profesor Bailenson, que
ha dirigido el Virtual Human Interaction Lab de Stanford durante casi 20 años,
la sustitución de los rostros en una pantalla plana por una representación 3D
de una persona elimina un montón de problemas de las videoconferencias: “La
cuestión clave es que retiene la geografía espacial para todas estas personas”.
La tecnología que haría posible
esa experiencia aún no está disponible, pero puede que llegue más pronto de lo
que se cree, según expone T. Bradshaw, quien describe diversas opciones en fase
de prueba. En Silicon Valley está extendida la idea de que, para finales de la
presente década, las gafas de realidad aumentada serán tan habituales como hoy
lo son los smartphones. Mientras
tanto, el corresponsal de tecnología global del Financial Times recuerda que
hay una solución más económica, planteada por el mencionado prestigioso profesor, para la "fatiga de Zoom": recurrir al teléfono
como alternativa (vaya inventiva, hay que reconocerlo).
Los sistemas de videoconferencia
no sólo generan fatiga, sino que también dan lugar a importantes mermas de
eficiencia y de eficacia. Tales defectos son especialmente apreciables en el
plano educativo. Además de limitar enormemente el ejercicio de la función
docente y de restringir las interacciones, aquellos son más proclives al infraaprovechamiento
–léase despilfarro- de las acciones formativas. Como algunos testimonios de
estudiantes ponen de manifiesto, “es fácil desconectarse de la clase cuando
estás sentado en tu habitación”[3],
lo cual no significa, en modo alguno, que no existan elementos de autodistracción
en las aulas, ni que haya grandes dificultades para la no asistencia a las
clases presenciales o para ausentarse en medio de una sesión.
Según los expertos, la enseñanza
telemática muestra el poder de la “nube” para la transformación la educación, si
bien advierten de que “el cambio a las clases fuera del aula ha sido un shock
cultural para educadores y estudiantes”. Puede que sea así, pero, en el fondo,
es la propia educación lo que constituye un descomunal reto, un desafío
permanente, una tarea inacabada.
[1]
Jeremy N. Bailenson, “Nonverbal overload: a theoretical argument for the causes
of Zoom fatigue”, Technology, Mind, and Behavior, febrero 2021.
[2] Tim
Bradshaw, “Are holograms going to put an end to Zoom fatigue?”, Financial
Times, 9-3-2021.
[3] Vid.
Nicholas Fearn, “Remote learning shows the power of the cloud to transform
education”, Financial Times, 9-3-2021.