“Primero,
de puertas adentro; luego abriremos la puerta, y saldremos al mundo exterior…”.
Fue uno de los comienzos más ilusionantes que nunca tuve en una asignatura. Era
el año 1978. Había elegido cursar como optativa la conocida como “OEI”
(organización económica internacional) porque anhelaba poder descubrir los
entresijos de las relaciones económicas internacionales, conocer el
funcionamiento de los organismos económicos supranacionales, identificar los
factores que condicionan los flujos comerciales entre países, interpretar
las rúbricas de una balanza de pagos, saber cómo operaban las multinacionales, e
indagar las claves por las que se mueven los mercados de divisas. La puesta en
escena del encargado de abrir el cofre de esos conocimientos fue magnífica,
estimulante y prometedora. Pero antes había que fijar las coordenadas del sitio
donde nos encontrábamos. Primero había que mirar hacia dentro; luego iríamos
hacia fuera: “Recuerden, primero, de puertas adentro; luego abriremos la
puerta…”.
Hace
unos días, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia impartida por un
eminente académico que versaba sobre la coyuntura económica española.
Según
parece, dicho conferenciante, además de un vasto acervo científico, atesora un
abundante elenco de anécdotas acaecidas en el mundo académico. De hecho,
durante su exposición refirió una de ellas protagonizada por una de las figuras
económicas más relevantes del siglo veinte de España, el ilustre profesor Valentín
Andrés Álvarez. Personaje polifacético donde los haya, realizó, entre otros,
estudios de Derecho, Economía y Física, además ser un consumado autor literario
e incluso un habilidoso bailarín. En síntesis, algo así como un Schumpeter
asturiano, aderezado con un ingenioso sentido del humor.
Cuando,
a principios de los años cuarenta, se pone en marcha la Facultad de Económicas
en Madrid, fue reclutado para formar parte de su claustro. Tras haberse
doctorado en el año 1941 con una tesis centrada en el estudio de las “Valoraciones de
comercio exterior de España”, en el año 1945 obtuvo la Cátedra de Teoría
Económica en la Universidad Complutense. Allí impartió, hasta su jubilación en
el año 1961, un curso introductorio de Teoría Económica[1].
En 1954
impulsó los trabajos preparatorios para la elaboración de la primera Tabla
Input-Output de la economía española[2].
En vez de esa sofisticada denominación de “input-output” o “insumo-producto”,
el profesor Álvarez abogaba por una expresión bastante más castiza: tabla “de
metisaca”[3].
Allí
en el mítico Caserón de San Bernardo, comenzaba, cada curso, con la ceremonia
del esperado encuentro con la Economía, ante un grupo de alumnos anhelantes por
adentrarse en sus intrigantes y complicados vericuetos. La siguiente clase
parecía, sin embargo, ser del mismo tenor y, sorprendentemente, según el relato
del académico, también las posteriores. Luego, algún tipo de contratiempo le
debió de impedir durante algún período comparecer por el Caserón, donde, según
reseña el profesor Velarde, “Con subir unas escaleras, pasaba de la Física a la
Metafísica”. Después de aquel paréntesis, el insigne catedrático regresó al
estrado, para reiniciar la consabida introducción. En un momento dado, un
avezado estudiante se atrevió a interpelarle de la siguiente forma: “Disculpe,
profesor, pero esta lección ya la hemos dado”. “Puede que así sea, pero no se
confunda: la reiteración es la clave de la educación”, le contestó el venerado
maestro.
No
lo decía cualquiera. Según consta en el informe realizado por el tribunal que
juzgó las oposiciones para el acceso a cátedra, “en Valentín Andrés Álvarez
sobresalían sus excelentes cualidades pedagógicas y de exposición, la claridad,
lucidez, orden y amenidad en su estilo oral, unido a ello un elevado nivel
cultural en todos los terrenos”[4].
“Recuerden…
lo importante es ver primero lo que tenemos dentro, luego abriremos la puerta y
saldremos fuera”. Así fueron pasando los días, a la espera de emprender el
ansiado viaje por el mundo exterior.
“Perdone,
profesor, ¿cuándo saldremos de excursión?”, es la pregunta que uno de los
alumnos comentaba entre bastidores, pero que nunca se atrevió a lanzar en
público a aquel afable docente, que curiosamente se había formado en Madrid. No
sé si llegó a ser alumno del irrepetible personaje que colaboró con Ortega y
Gasset, pero, aparentemente, sí practicaba la misma metodología docente, basada
en la reiteración.
Ya
lo dicen los mayores expertos en didáctica. No conviene dar todo resuelto al
alumno. Para el proceso de aprendizaje es fundamental que el estudiante, por sí
mismo, sea capaz de hacer sus propias conexiones. No colmar las expectativas de
adquisición de conocimientos es, quizás, una forma eficaz de mantener viva la
inquietud intelectual. Es tal vez lo mejor y, desde luego, ahorra esfuerzos al
proveedor y también, pero sólo a corto plazo, al receptor del saber. De hecho,
en no en pocas ocasiones he recibido quejas de alumnos que argumentaban verse
en situación de desventaja frente a los de otros grupos que llevaban “menos
materia para el examen”.
[1]
Vid. Juan Velarde Fuertes, “Valentín Andrés Álvarez y Álvarez”, Real Academia
de la Historia, www.dbe.rah.es.
[2]
Vid. Luis Perdices de Blas y Estrella Trincado Aznar, “Valentín Andrés Álvarez
(1981-1982)”, www.ucm.es.
[3]
Vid. Juan Velarde, op. cit.
[4][4]
Vid. Rocío Sánchez Lissen, “Los tres primeros catedráticos de teoría económica
de la universidad española”, en Enrique Fuentes Quintana (dir.), “Economía y
economistas españoles”, vol. 7, Funcas, Círculo de Lectores, 2002, pág. 153.