3 de noviembre de 2020

Premio Nobel de Economía 2020: premio a la alquimia de las subastas

 

El uso de las subastas se remonta a tiempos inmemoriales. Desde épocas muy lejanas, las subastas, a partir de diferentes formatos, han servido para adjudicar bienes, derechos, licencias y contratos, en una tendencia que se ha intensificado en las últimas décadas. Aunque existe una inclinación a percibir una subasta como un juego de suma cero entre el subastador y los pujantes, el análisis económico ha establecido que, mediante un adecuado diseño de los procesos de subasta, pueden lograrse ganancias para ambas partes. La teoría económica ha encontrado una especie de piedra filosofal, en una búsqueda en la que los profesores Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, de la Universidad de Stanford, han sido los más destacados alquimistas, y sus descubrimientos, según ha reconocido la Real Academia Sueca de Ciencias, han beneficiado a vendedores, compradores y contribuyentes de todo el mundo.

 

Aún es de madrugada en la Bahía de San Francisco cuando alguien llama a la puerta de la casa del profesor Paul R. Milgrom. Sobresaltado, a través del videoportero comprueba que el visitante nocturno es su colega el profesor Robert B. Wilson, que hace años fue su supervisor de tesis doctoral, y hoy es emérito en su misma Universidad. Realmente no sabe si está soñando, o si el ilustre académico pretende gastarle una broma, cuando le dice que ha recibido una llamada telefónica de un tal Adam Smith para comunicarle que el Premio Nobel de Economía de 2020 había recaído en ellos dos.

El profesor Milgrom conoció a su esposa en la cena de gala de los Premios Nobel en el año 1996, cuando se premió a William Vickrey, entre otros aspectos, por su contribución a la teoría de las subastas. Ahora, veinticuatro años después, acompañado de ella, recibe la noticia de que sus trabajos en ese campo le han hecho acreedor al preciado galardón, conjuntamente con su querido maestro.

Según los relatos de Heródoto, las prácticas de subastas se remontan a los tiempos babilónicos, y no es descabellado pensar que, de manera más o menos formal, se utilizaran ya desde la aparición de los primeros mercados. Existen testimonios históricos de su empleo para la venta y adjudicación de los más variados objetos. Con el paso del tiempo, los procedimientos se han ido refinando y se han incorporado nuevos formatos y esquemas. Ha sido, sin embargo, en el curso de las tres últimas décadas cuando se ha producido su mayor transformación, acompañada de un extraordinario despliegue al hilo de los cambios económicos y tecnológicos. Actualmente se aplican en los más variados campos (derechos de explotación de recursos minerales y energéticos, derechos de bandas de radio para televisión o telefonía móvil, permisos de contaminación…).

Hasta no hace mucho, las subastas respondían esencialmente a una de las tres siguientes categorías:

a.       Subasta inglesa: se fija un precio de partida, a partir del cual los concurrentes efectúan ofertas sucesivas hasta que nadie está dispuesto a pujar más. Es la modalidad que suele utilizarse en relación con las obras de arte.

b.      Subasta holandesa: en este caso, como ocurre en las lonjas de pescado, el precio comienza a un nivel alto fijado por el vendedor y va siendo disminuido gradualmente hasta que alguien lo acepta.

c.       Subasta al primer precio o de adjudicación al mejor postor con ofertas en sobre cerrado: a diferencia de las subastas inglesa y holandesa, que son abiertas (todo el mundo conoce los precios ofertados o demandados), los participantes presentan ofertas en sobre cerrado no conocidas por los demás. La mejor oferta resulta ganadora al precio indicado en la misma.

Ha concluido la subasta, y el adjudicatario obtiene el objeto deseado, para lo cual ha de desembolsar el precio estipulado. Casi inevitablemente, en las subastas tradicionales, le surge una duda: ¿habrá pagado un precio demasiado elevado?, ¿podría haber obtenido el bien a un precio inferior? Es lo que se conoce como la “maldición del ganador”. Esta percepción puede ocasionar que algunos participantes se retraigan, que los vendedores no obtengan los ingresos adecuados o que el adjudicatario no sea el más idóneo.

Hay algunos tipos de subasta donde este problema es relativamente menor, cuando el objeto subastado tiene exclusivamente un valor individual. Por ejemplo, si lo que se subasta es el derecho a cenar con una estrella del cine, cada persona sabrá lo que esta oportunidad vale para ella, sin ninguna otra consecuencia. Otros bienes, sin embargo, tienen un valor común, que puede venir dado por la posibilidad de explotar dichos bienes en el mercado. Cada persona fija su precio en función de su propia información, pero seguramente lo variaría si conociera otra información útil al alcance de otras personas. Sin duda, si todos los concurrentes pudiesen compartir la información, ajustarían sus ofertas y los bienes se adjudicarían a quien estuviese en mejores condiciones de aprovecharlos. Si se lograse esto, el resultado podría ser mejor para el vendedor, para el comprador y para la sociedad en general.

Justamente ese es el propósito esencial de la teoría de las subastas, aportar un diseño que permita conciliar esos objetivos aparentemente contradictorios e incompatibles. El reto es formidable, algo así, salvando las distancias, como una suerte de multiplicación del pan y los peces.

El Comité del Premio Nobel de Economía muestra una especial predilección por ese ámbito, y son así diversos los galardonados por sus contribuciones al respecto, tales como Robert B. Myerson, Jean Tirole o William Vickrey. Este último, con su modelo de subasta al segundo precio, ayudó a atenuar el problema de la “maldición del ganador”. Según la también denominada subasta de Vickrey, a semejanza de la subasta al primer precio, el bien se adjudica al mejor postor, pero pagando el precio de la segunda mejor oferta.

Vickrey, no obstante, se centró en casos de bienes con valoraciones independientes, mientras que Wilson procedió a analizar escenarios en los que el objeto de la venta tiene un valor común, incierto de antemano, pero que, finalmente, es el mismo para todos. En la mayoría de los objetos subastados existen componentes de valor individual y de valor común. Junto con Milgrom, puso en práctica el conocimiento adquirido en sus trabajos teóricos.

La clave de sus planteamientos radica en diseñar un esquema que permita que los pujadores puedan ir conociendo información de otros intervinientes a fin de reducir el problema de la “maldición del ganador”. Milgrom y Wilson, en colaboración parcial con Preston McAfee, idearon un nuevo formato de subasta, la subasta simultánea de múltiples rondas (SMRA, por sus siglas en inglés). En ésta, los participantes pueden pujar sobre todos los objetos en liza (por ejemplo, licencias para una variedad de áreas geográficas) a lo largo de una serie de rondas, después de que cada información sobre las ofertas y los precios les es revelada.

Cuando, a mediados de los años noventa del pasado siglo, la Administración Federal estadounidense utilizó ese procedimiento para adjudicar derechos de frecuencias de radio para operadores de telefonía móvil obtuvo unos ingresos de más de 600 millones de dólares, mientras que adjudicaciones similares anteriores habían sido prácticamente gratuitas o realizadas mediante puros sorteos. El procedimiento fue luego utilizado con éxito en numerosos países y se ha extendido a otros contextos, como las ventas de electricidad y gas natural. Otros novedosos formatos, como la subasta combinatoria de reloj (en la que los operadores pueden pujar por paquetes de frecuencias, en vez por licencias individuales), o la subasta de incentivos (en una segunda ronda se pueden vender parte de los derechos adquiridos en una primera ronda), provienen de las investigaciones de Milgrom.

El trabajo de los galardonados con el Premio Nobel de Economía 2020 viene a encarnar, como ha señalado The Economist, la aplicación de la Economía como Ingeniería. Y esa conjunción de la teoría con la práctica es uno de los atípicos rasgos que concurren en la trayectoria de los laureados, que han actuado como investigadores y como consultores. Incluso Milgrom, en 2009, cofundó una empresa de servicios de consultoría en materia de subastas, que quizás no podría denominarse de otra manera: “Auctionomics”.

En la ceremonia de entrega del galardón, es probable que se acuerde de que eligió un trabajo sobre las subastas para su tesis doctoral, principalmente para lograr que el profesor Robert W. Wilson (ahora Bob) aceptara ser su supervisor. También, de que hay ocasiones singulares en las que merece la pena verse sobresaltado en la madrugada.

(Artículo publicado en "UniBlog").

Entradas más vistas del Blog