El uso de las
subastas se remonta a tiempos inmemoriales. Desde épocas muy lejanas, las
subastas, a partir de diferentes formatos, han servido para adjudicar bienes,
derechos, licencias y contratos, en una tendencia que se ha intensificado en
las últimas décadas. Aunque existe una inclinación a percibir una subasta como
un juego de suma cero entre el subastador y los pujantes, el análisis económico
ha establecido que, mediante un adecuado diseño de los procesos de subasta, pueden
lograrse ganancias para ambas partes. La teoría económica ha encontrado una
especie de piedra filosofal, en una búsqueda en la que los profesores Paul R.
Milgrom y Robert B. Wilson, de la Universidad de Stanford, han sido los más
destacados alquimistas, y sus descubrimientos, según ha reconocido la Real
Academia Sueca de Ciencias, han beneficiado a vendedores, compradores y
contribuyentes de todo el mundo.
Aún es de madrugada en
la Bahía de San Francisco cuando alguien llama a la puerta de la casa del
profesor Paul R. Milgrom. Sobresaltado, a través del videoportero comprueba que
el visitante nocturno es su colega el profesor Robert B. Wilson, que hace años
fue su supervisor de tesis doctoral, y hoy es emérito en su misma Universidad.
Realmente no sabe si está soñando, o si el ilustre académico pretende gastarle
una broma, cuando le dice que ha recibido una llamada telefónica de un tal Adam
Smith para comunicarle que el Premio Nobel de Economía de 2020 había recaído en
ellos dos.
El profesor Milgrom
conoció a su esposa en la cena de gala de los Premios Nobel en el año 1996, cuando
se premió a William Vickrey, entre otros aspectos, por su contribución a la
teoría de las subastas. Ahora, veinticuatro años después, acompañado de ella,
recibe la noticia de que sus trabajos en ese campo le han hecho acreedor al
preciado galardón, conjuntamente con su querido maestro.
Según los relatos de
Heródoto, las prácticas de subastas se remontan a los tiempos babilónicos, y no
es descabellado pensar que, de manera más o menos formal, se utilizaran ya
desde la aparición de los primeros mercados. Existen testimonios históricos de
su empleo para la venta y adjudicación de los más variados objetos. Con el paso
del tiempo, los procedimientos se han ido refinando y se han incorporado nuevos
formatos y esquemas. Ha sido, sin embargo, en el curso de las tres últimas
décadas cuando se ha producido su mayor transformación, acompañada de un
extraordinario despliegue al hilo de los cambios económicos y tecnológicos.
Actualmente se aplican en los más variados campos (derechos de explotación de
recursos minerales y energéticos, derechos de bandas de radio para televisión o
telefonía móvil, permisos de contaminación…).
Hasta no hace mucho, las
subastas respondían esencialmente a una de las tres siguientes categorías:
a. Subasta
inglesa: se fija un precio de partida, a partir del cual los concurrentes
efectúan ofertas sucesivas hasta que nadie está dispuesto a pujar más. Es la
modalidad que suele utilizarse en relación con las obras de arte.
b. Subasta
holandesa: en este caso, como ocurre en las lonjas de pescado, el precio
comienza a un nivel alto fijado por el vendedor y va siendo disminuido
gradualmente hasta que alguien lo acepta.
c. Subasta
al primer precio o de adjudicación al mejor postor con ofertas en sobre
cerrado: a diferencia de las subastas inglesa y holandesa, que son abiertas
(todo el mundo conoce los precios ofertados o demandados), los participantes
presentan ofertas en sobre cerrado no conocidas por los demás. La mejor oferta
resulta ganadora al precio indicado en la misma.
Ha concluido la subasta,
y el adjudicatario obtiene el objeto deseado, para lo cual ha de desembolsar el
precio estipulado. Casi inevitablemente, en las subastas tradicionales, le
surge una duda: ¿habrá pagado un precio demasiado elevado?, ¿podría haber
obtenido el bien a un precio inferior? Es lo que se conoce como la “maldición
del ganador”. Esta percepción puede ocasionar que algunos participantes se
retraigan, que los vendedores no obtengan los ingresos adecuados o que el
adjudicatario no sea el más idóneo.
Hay algunos tipos de
subasta donde este problema es relativamente menor, cuando el objeto subastado
tiene exclusivamente un valor individual. Por ejemplo, si lo que se subasta es
el derecho a cenar con una estrella del cine, cada persona sabrá lo que esta
oportunidad vale para ella, sin ninguna otra consecuencia. Otros bienes, sin
embargo, tienen un valor común, que puede venir dado por la posibilidad de
explotar dichos bienes en el mercado. Cada persona fija su precio en función de
su propia información, pero seguramente lo variaría si conociera otra
información útil al alcance de otras personas. Sin duda, si todos los
concurrentes pudiesen compartir la información, ajustarían sus ofertas y los
bienes se adjudicarían a quien estuviese en mejores condiciones de
aprovecharlos. Si se lograse esto, el resultado podría ser mejor para el
vendedor, para el comprador y para la sociedad en general.
Justamente ese es el
propósito esencial de la teoría de las subastas, aportar un diseño que permita
conciliar esos objetivos aparentemente contradictorios e incompatibles. El reto
es formidable, algo así, salvando las distancias, como una suerte de
multiplicación del pan y los peces.
El Comité del Premio
Nobel de Economía muestra una especial predilección por ese ámbito, y son así
diversos los galardonados por sus contribuciones al respecto, tales como Robert
B. Myerson, Jean Tirole o William Vickrey. Este último, con su modelo de
subasta al segundo precio, ayudó a atenuar el problema de la “maldición del
ganador”. Según la también denominada subasta de Vickrey, a semejanza de la subasta
al primer precio, el bien se adjudica al mejor postor, pero pagando el precio
de la segunda mejor oferta.
Vickrey, no obstante, se
centró en casos de bienes con valoraciones independientes, mientras que Wilson
procedió a analizar escenarios en los que el objeto de la venta tiene un valor
común, incierto de antemano, pero que, finalmente, es el mismo para todos. En
la mayoría de los objetos subastados existen componentes de valor individual y
de valor común. Junto con Milgrom, puso en práctica el conocimiento adquirido
en sus trabajos teóricos.
La clave de sus
planteamientos radica en diseñar un esquema que permita que los pujadores
puedan ir conociendo información de otros intervinientes a fin de reducir el
problema de la “maldición del ganador”. Milgrom y Wilson, en colaboración parcial
con Preston McAfee, idearon un nuevo formato de subasta, la subasta simultánea
de múltiples rondas (SMRA, por sus siglas en inglés). En ésta, los
participantes pueden pujar sobre todos los objetos en liza (por ejemplo,
licencias para una variedad de áreas geográficas) a lo largo de una serie de
rondas, después de que cada información sobre las ofertas y los precios les es
revelada.
Cuando, a mediados de
los años noventa del pasado siglo, la Administración Federal estadounidense
utilizó ese procedimiento para adjudicar derechos de frecuencias de radio para
operadores de telefonía móvil obtuvo unos ingresos de más de 600 millones de
dólares, mientras que adjudicaciones similares anteriores habían sido prácticamente
gratuitas o realizadas mediante puros sorteos. El procedimiento fue luego
utilizado con éxito en numerosos países y se ha extendido a otros contextos,
como las ventas de electricidad y gas natural. Otros novedosos formatos, como la
subasta combinatoria de reloj (en la que los operadores pueden pujar por
paquetes de frecuencias, en vez por licencias individuales), o la subasta de
incentivos (en una segunda ronda se pueden vender parte de los derechos
adquiridos en una primera ronda), provienen de las investigaciones de Milgrom.
El trabajo de los
galardonados con el Premio Nobel de Economía 2020 viene a encarnar, como ha
señalado The Economist, la aplicación de la Economía como Ingeniería. Y esa
conjunción de la teoría con la práctica es uno de los atípicos rasgos que
concurren en la trayectoria de los laureados, que han actuado como
investigadores y como consultores. Incluso Milgrom, en 2009, cofundó una
empresa de servicios de consultoría en materia de subastas, que quizás no
podría denominarse de otra manera: “Auctionomics”.
En la ceremonia de
entrega del galardón, es probable que se acuerde de que eligió un trabajo sobre
las subastas para su tesis doctoral, principalmente para lograr que el profesor
Robert W. Wilson (ahora Bob) aceptara ser su supervisor. También, de que hay
ocasiones singulares en las que merece la pena verse sobresaltado en la
madrugada.
(Artículo publicado en "UniBlog").