“Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más
que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan les resultará
imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno
entienda la lengua del prójimo”. Así lo dictó el Señor, que frenó en seco
las ansias de poder de los habitantes de Babel. Fue sin duda una decisión
trascendental que vino a marcar el futuro de la humanidad. Y sigue siendo un interesante
aval para las políticas, etiquetadas como progresistas, encaminadas a fomentar
el uso de lenguas propias de ámbitos grupales cada vez más reducidos. El mundo
se mueve por fuerzas dispares y contradictorias. La globalización pugna con el
localismo, el pensamiento crítico con el pensamiento único, el rupturismo con
la tradición, la regulación con nuevos esquemas organizativos, lo físico con lo
virtual…
El uso de los idiomas se presta a su consideración desde la perspectiva
del análisis económico. Dado que la comunicación es la base esencial de las
relaciones económicas y sociales, el papel de la lengua es crucial. Y, por lo que
concierne a la información y al conocimiento en sí mismos, el idioma es la
llave para que éstos puedan pasar de ser bienes estrictamente individuales a
bienes potencialmente colectivos y, llegado el caso, incluso universales.
Según el análisis económico, si existe la posibilidad que se incorporen
usuarios adicionales para disfrutar de un mismo bien o servicio sin que se
generen costes adicionales, razones de eficiencia dictan que tales bienes o
servicios se ofrezcan de forma gratuita. Así, mientras mayor sea el radio de
influencia de un idioma más se estará facilitando esa tarea y, con ello, se
estará incrementando el bienestar social sin incurrir en costes. En sentido
contrario, cualquier elemento de comunicación o de conocimiento que no sea
directamente accesible por determinados colectivos de personas requerirá
incurrir en una serie de gastos de adaptación. La condena babilónica divina es
una fuente inagotable de exclusión y de inducción de costes.
Tras un largo proceso de desarrollo histórico, lo razonable podría ser
buscar un equilibrio entre el lenguaje concreto a utilizar y el alcance material
del objeto de la comunicación de que se trate. A semejanza de la teoría del
sector público multijurisdiccional, que propugna la intervención del nivel administrativo
más acorde con el ámbito de influencia del bien a proveer, cabría apelar a una
teoría del idioma multinivel. Los criterios inspiradores parecerían claros: i) utilizar
siempre aquella lengua que garantice el mayor ajuste posible entre el objeto de
la comunicación, y sus implicaciones, y la capacidad de entendimiento de las
personas potencialmente afectadas; ii) evitar todo tipo de exclusiones y
discriminaciones no justificadas; iii) eludir en la medida de lo posible los
costes de transacción improductivos.
El potencial del idioma español en todo el mundo como instrumento de
eficiencia económica es impresionante. En un artículo publicado en el número 6
(2012) de eXtoikos se efectúa una aproximación al valor económico de dicho
idioma, que el consejo editorial de la revista encargó a Celia y Rafael Muñoz
Zayas. La conexión entre la cultura y la economía es una de las líneas de
estudio promovidas por el Instituto Econospérides (eXtoikos, nº 18,
2016, y número especial nº 1, 2016).
No parece que las nuevas políticas progresistas que se vislumbran en
España se compadezcan de los principios enunciados. Enrique Calvet (Expansión,
12-11-2020) señala que “no hace falta ser un lince para ver que la pérdida
de una lengua común secular en la sociedad española… acarrea enormes factores
de empobrecimiento. Por ejemplo, impide la libre circulación de los factores
productivos, como el factor trabajo, y por lo tanto remata la desaparición de
la unidad de mercado en España. Otro ejemplo es la multiplicación de los costes
de transacción…”.
Se trata de un artículo con un título críptico e inquietante, que induce
a la lectura simplemente para conocer su significado: “Las cuatro D, y la
Desolación”. Ésta no es, desde luego, descartable si se admite la presencia del
“cuarteto letal”: Desguace, Deconstrucción, Descomposición, y Desintegración.
Para pronunciarse de manera fundamentada, es preciso ampliar el foco sobre la cultura y la
economía, para incorporar, como mínimo, la política, la sociología y la psicología.