14 de noviembre de 2020

Idiomas, eficiencia económica y costes de transacción: el extraño caso del español

 

Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo”. Así lo dictó el Señor, que frenó en seco las ansias de poder de los habitantes de Babel. Fue sin duda una decisión trascendental que vino a marcar el futuro de la humanidad. Y sigue siendo un interesante aval para las políticas, etiquetadas como progresistas, encaminadas a fomentar el uso de lenguas propias de ámbitos grupales cada vez más reducidos. El mundo se mueve por fuerzas dispares y contradictorias. La globalización pugna con el localismo, el pensamiento crítico con el pensamiento único, el rupturismo con la tradición, la regulación con nuevos esquemas organizativos, lo físico con lo virtual…

El uso de los idiomas se presta a su consideración desde la perspectiva del análisis económico. Dado que la comunicación es la base esencial de las relaciones económicas y sociales, el papel de la lengua es crucial. Y, por lo que concierne a la información y al conocimiento en sí mismos, el idioma es la llave para que éstos puedan pasar de ser bienes estrictamente individuales a bienes potencialmente colectivos y, llegado el caso, incluso universales.

Según el análisis económico, si existe la posibilidad que se incorporen usuarios adicionales para disfrutar de un mismo bien o servicio sin que se generen costes adicionales, razones de eficiencia dictan que tales bienes o servicios se ofrezcan de forma gratuita. Así, mientras mayor sea el radio de influencia de un idioma más se estará facilitando esa tarea y, con ello, se estará incrementando el bienestar social sin incurrir en costes. En sentido contrario, cualquier elemento de comunicación o de conocimiento que no sea directamente accesible por determinados colectivos de personas requerirá incurrir en una serie de gastos de adaptación. La condena babilónica divina es una fuente inagotable de exclusión y de inducción de costes.

Tras un largo proceso de desarrollo histórico, lo razonable podría ser buscar un equilibrio entre el lenguaje concreto a utilizar y el alcance material del objeto de la comunicación de que se trate. A semejanza de la teoría del sector público multijurisdiccional, que propugna la intervención del nivel administrativo más acorde con el ámbito de influencia del bien a proveer, cabría apelar a una teoría del idioma multinivel. Los criterios inspiradores parecerían claros: i) utilizar siempre aquella lengua que garantice el mayor ajuste posible entre el objeto de la comunicación, y sus implicaciones, y la capacidad de entendimiento de las personas potencialmente afectadas; ii) evitar todo tipo de exclusiones y discriminaciones no justificadas; iii) eludir en la medida de lo posible los costes de transacción improductivos.

El potencial del idioma español en todo el mundo como instrumento de eficiencia económica es impresionante. En un artículo publicado en el número 6 (2012) de eXtoikos se efectúa una aproximación al valor económico de dicho idioma, que el consejo editorial de la revista encargó a Celia y Rafael Muñoz Zayas. La conexión entre la cultura y la economía es una de las líneas de estudio promovidas por el Instituto Econospérides (eXtoikos, nº 18, 2016, y número especial nº 1, 2016).

No parece que las nuevas políticas progresistas que se vislumbran en España se compadezcan de los principios enunciados. Enrique Calvet (Expansión, 12-11-2020) señala que “no hace falta ser un lince para ver que la pérdida de una lengua común secular en la sociedad española… acarrea enormes factores de empobrecimiento. Por ejemplo, impide la libre circulación de los factores productivos, como el factor trabajo, y por lo tanto remata la desaparición de la unidad de mercado en España. Otro ejemplo es la multiplicación de los costes de transacción…”.

Se trata de un artículo con un título críptico e inquietante, que induce a la lectura simplemente para conocer su significado: “Las cuatro D, y la Desolación”. Ésta no es, desde luego, descartable si se admite la presencia del “cuarteto letal”: Desguace, Deconstrucción, Descomposición, y Desintegración.

Para pronunciarse de manera fundamentada, es preciso ampliar el foco sobre la cultura y la economía, para incorporar, como mínimo, la política, la sociología y la psicología.

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