Tradicionalmente ha existido una considerable
controversia acerca del papel que debe tener el Estado en el ámbito económico
en aquellos países que han optado por un sistema mixto, donde coexisten el
mercado y el sector público. El debate concierne al alcance de la intervención
pública en la provisión de bienes y servicios, en la distribución de la renta y
la riqueza, y en la corrección de los desequilibrios macroeconómicos. Suele
darse por sentado que, con independencia de la profundidad en cada una de estas
facetas, el sector público ha de establecer un marco legal adecuado para que
pueda desenvolverse la actividad económica. Entre otros requisitos, resulta
fundamental que se definan los derechos de propiedad, que éstos se protejan y
que se garantice el cumplimiento de los contratos.
¿Por qué unos países han tenido éxito económico y
otros no? ¿Cuáles son las claves que explican que unas naciones sean prósperas
y otras estén sumidas en el atraso económico? Economistas y sociólogos vienen
desde hace siglos tratando de ofrecer respuestas fundadas a estos
interrogantes. Un hecho parece incontestable: el modelo económico basado, al
menos en una parte fundamental, en la propiedad privada de los medios de
producción –conocido comúnmente como capitalista- ha sido bastante efectivo en
la elevación global del nivel de vida. Sin entrar a valorar los méritos o
deméritos del sistema, la trayectoria económica ha pivotado en una delimitación
de los derechos de propiedad, requisito imprescindible para su movilización.
Este esquema, que se puede dar por descontado en
cualquier entorno económico caracterizado por una cierta libertad económica, no
se da necesariamente, sin embargo, en la realidad. La falta de derechos de
propiedad explícitamente reconocidos, y susceptibles de ser utilizados como
soporte o garantía de una actividad económica, puede ser un obstáculo
insalvable que traba el proceso de desarrollo económico.
Esa es, en esencia, la tesis que, en una obra
publicada en el año 2000, postulaba el economista peruano Hernando de Soto. En
“El misterio del capital” (en www.extoikos.es, nº 18, 2016, se recoge una reseña
de José Mª López) sostenía que las personas en los países pobres no eran tan
pobres como aparentaban. Poseían considerables cantidades de activos, pero, al
no poder acreditar su propiedad, no podían utilizarse como garantía para
operaciones crediticias. No podían, en definitiva, transformarse en capital y
se limitaban las posibilidades del emprendimiento. Según sus estimaciones, en
el año 2000, la propiedad inmobiliaria poseída por los habitantes de los países
con potencial de desarrollo que no podía ejercitarse como “legal” tenía un
valor de, al menos, 9,3 billones de dólares (más de 13 billones en la
actualidad).
Como ha destacado recientemente la revista The
Economist, la referida cifra equivale a más de 20 veces el total de la
inversión directa extranjera en los países en desarrollo a lo largo de la
última década. Desde la aparición de “El misterio del capital”, países como
Indonesia, Tailandia o Vietnam han emprendido grandes proyectos de
reconocimiento de títulos de propiedad, y existe evidencia que apunta a que la
medida ha impulsado la productividad agrícola. Ahora bien, para que la
validación de los derechos de propiedad pueda ser efectiva ha de estar
acompañada por unos procedimientos institucionales que garanticen la agilidad,
la seguridad y la eficacia.
El semanario británico apunta un importante escollo
para la reforma en relación con la propiedad de la tierra, toda vez que, en
gran parte del mundo en desarrollo, el poder para asignarla puede ser muy
lucrativo para los políticos en el poder.
Mientras no puedan adscribirse títulos de propiedad
difícilmente puede catalogarse una jurisdicción como capitalista. En muchos
territorios que no han conocido aún el progreso económico ha habido un déficit,
no un exceso de capitalismo. “No veo el capitalismo como un credo. Para mí son
mucho más importantes la libertad, la compasión hacia los pobres, el respeto
por el pacto social y la igualdad de oportunidades. Pero, por el momento, es la
única posibilidad”, proclamaba, hace veinte años, Hernando de Soto.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)