Un conocido mío, de tendencias
manifiestamente liberales, me remitió ayer un enlace a un vídeo de una clase
del profesor Jesús Huerta de Soto, economista de la Escuela Austríaca, acerca
de las causas de la caída del Imperio romano, sobre cuyo contenido solicitaba
mi parecer.
A pesar de que di mi última
clase presencial hace tan sólo unos meses, concretamente el día 10 de marzo de
2020, presenciar un fragmento de una sesión me ha resultado algo muy extraño, como perteneciente a una época muy
lejana. Por momentos creí verme a mí mismo deambulando por la tarima del aula,
en apariencia similar a las de mi Facultad, lo cual me llevaba, una vez más, a
añorar el primigenio centro de tan desdichado destino, pero no llegaba a
reconocerme. Daba la impresión de que todo se desdibujaba sin llegar a materializarse.
No sé si todos estos años -¡ya 39!- han sido un sueño o una realidad.
A tenor de semejantes divagaciones,
no logré concentrarme en el hilo argumental, aunque en verdad era directo y
fácil de aprehender. La causa fundamental de la caída del Imperio romano radicó,
según el referido profesor, en la descomposición de sus bases económicas a raíz
de un intervencionismo público mal concebido y peor ejecutado que destruyó los
incentivos económicos para llevar a cabo actividades productivas.
En todo caso, la tesis del
profesor Huerta de Soto está plasmada en un breve artículo, “Socialismo y
descivilización”, Mises Institute, 31-12-2018. Procuraré leerlo a fondo a fin
de calibrar meditadamente el posible papel de los argumentos esgrimidos respecto
al colapso del Imperio romano, hito para el que no faltan propuestas explicativas,
que siguen apareciendo con nuevos enfoques, como el ligado a los factores medioambientales.
La mencionada tesis entronca
con el planteamiento de Ludwig von Mises, uno de los principales exponentes de
la Escuela Austríaca, quien en la obra “La acción humana” (1949), sostenía que
“lo que ocasionó el declive del imperio romano y la descomposición de su
civilización fue la desintegración de su interconectividad económica, no las
invasiones bárbaras. Los agresores externos meramente sacaron ventaja de una oportunidad
que había ofrecido la debilidad interna del imperio. Desde un punto de vista militar,
las tribus que invadieron el imperio en los siglos cuarto y quinto no eran más
formidables que los ejércitos que las legiones habían derrotado en tiempos
anteriores. Pero el imperio había cambiado. Su estructura económica y social
era ya medieval”.
Tal vez una sesión de cine
fórum con la “La vida de Brian” como eje de referencia -si las circunstancias
permiten retomar esta senda de actividad- podría ser una buena oportunidad para
debatir acerca de las causas del derrumbe del Imperio romano. Mucho es el
legado de aquella civilización, y muchas las enseñanzas que pueden extraerse de
su abrupto final.
Pero si, como señala Schumpeter,
la magnitud y la diversidad de los problemas económicos, hacia finales del
período republicano, eran tales que “habrían podido ocupar a una legión de
economistas en aquel artificial marco político creado por la conquista militar
y por todas las consecuencias de la guerra permanente”, haría falta un
elenco de esos profesionales, así como de la ayuda de expertos en otras especialidades, para proveer
una explicación equilibrada del referido episodio, que posiblemente no sería completa
ni definitiva.