Bastante antes de la llegada de la pandemia del coronavirus, algunos países
habían puesto en marcha planes para la progresiva desaparición del dinero en
efectivo. Los billetes y monedas de curso legal parecían tener, tal vez no los
días, pero sí los años contados, en paralelo con un avance inexorable de los
medios de pago electrónicos y la penetración de monedas virtuales públicas y
privadas. El bloqueo del aparato productivo y la subsiguiente alteración de las
relaciones económicas ligados a dicha enfermedad han actuado como un importante,
si no definitivo, factor de impulso de las tendencias estructurales, acentuado
por la adopción de medidas preventivas para la evitación de posibles contagios,
a pesar de que se han rebajado las alarmas sobre la permanencia del virus en los
billetes y monedas.
¿Puede vaticinarse el inminente fin del dinero en efectivo?
Si a los aspectos señalados añadimos algunos de los inconvenientes de su
utilización (facilidades para la realización de actividades no declaradas,
ilegales y delictivas), el posicionamiento sería bastante evidente. En España,
en pleno estado de alarma, fue presentada una proposición no de ley, publicada
el 24 de abril de 2020 en el Boletín Oficial de las Cortes Generales, en la que,
entre otras medidas, se proponía la “eliminación gradual del pago en efectivo,
con el horizonte de su desaparición definitiva”. Aun cuando en el texto
–posteriormente reformulado- no se concretaba ninguna referencia temporal, la
pretensión era manifiesta. Nos situaría, de incidirse en esa línea, en una
posición similar a la de países como Suecia.
Aunque podamos considerar que dicha
orientación responde a un planteamiento lógico, nos encontramos con que, en la
práctica, surgen voces que se posicionan en contra: i) unas, que se declaran
abiertamente contrarias a la supresión del efectivo; ii) otras, que alertan
acerca de la pérdida de algunos atributos inherentes a esa forma de dinero; iii)
e incluso otras, como las de algunas formaciones políticas españolas, que abogan
por adoptar medidas para garantizar que no desaparezca.
Una de las grandes
ventajas del dinero en efectivo (que al propio tiempo ocasiona problemas) es que
permite la privacidad de las transacciones monetarias. Incluso algunos analistas
proclaman que su mejor cualidad radica en que su validez no está supeditada al
conocimiento de toda su historia. En cambio, las nuevas formas de dinero se
basan en un registro de todo su recorrido, lo que facilita un control exhaustivo
de las conductas individuales. De hecho, hoy día los grandes operadores no sólo
acaparan los big data sino también los micro data de todos nuestros movimientos
económicos y no económicos.
La propensión a acumular dinero en efectivo en
momentos de crisis o de acaecimiento de desastres naturales es un síntoma de la
confianza de las personas hacia esa forma de atesorar riqueza, y como medio de
pago, siempre que no exista una inflación devastadora. Técnicamente, la
erradicación del efectivo sería factible para las personas bancarizadas y con
acceso a canales telemáticos, pero causaría graves perjuicios a quienes aún
están excluidos financieramente.
En fin, la eventual desaparición del efectivo
presenta un conjunto de ventajas y de inconvenientes, en los que intervienen
aspectos técnicos y también psicológicos. Sin embargo, hay un aspecto que no
puede pasar inadvertido. Los billetes actúan como una especie de dique de
contención contra los tipos de interés negativos, negativos en una cuantía
significativa, de un 10%, 20% anual o incluso más, no limitados a un decimal. La
acumulación de dinero en efectivo -aun con sus trabas- sería una alternativa en
caso de que se aplicaran tipos de interés fuertemente negativos. De no existir,
la única opción para evitar que el dinero depositado en cuentas sufriera grandes
mermas anuales sería gastarlo. Si se establece un tipo de interés del -25%
anual, una persona con un depósito de 100.000 euros acabaría, al cabo de 5 años,
con 23.730.
No deja de ser curioso, y paradójico, que, no hace mucho, se haya
solicitado en el Reino Unido la aprobación de medidas legislativas para
garantizar el suministro de efectivo, y que en Suecia ya se hayan adoptado
disposiciones en tal sentido. En San Francisco y Nueva York están prohibidos los
establecimientos comerciales exclusivamente contactless.
(Artículo publicado en
el diario “Sur”)