16 de mayo de 2020

Sobre impuestos, filantropía y solidaridad: algunas consideraciones

El nivel de los impuestos, especialmente el que debe corresponder a las personas de mayor nivel de renta, es objeto de permanentes controversias, acentuadas en los últimos años. Algunos significados magnates, un tanto sorpresivamente, se han destacado por reivindicar notorias subidas fiscales que les afectarían a ellos mismos. En una línea similar, en España vienen oyéndose recientemente opiniones de políticos que abogan por llevar a cabo tales subidas, ya que supuestamente son deseadas por los más adinerados para llevar a la práctica una ansiada solidaridad. Una gran idea, parece ser, toda vez que se eliminaría la frustración a la que, si hacemos caso de ese argumento, estaría sufriendo ese colectivo de pudientes.

Son numerosas las cuestiones que se suscitan en torno a este tipo de posicionamientos:

1.      Las ideas de imposición y solidaridad son, etiológicamente, irreconciliables. La obligación de pagar un impuesto emana de la realización del hecho imponible correspondiente, es decir, por llevar a cabo una operación sujeta a gravamen. No cabe apelar a ningún tipo de solidaridad por cumplir una obligación tributaria. Viene determinada de manera coercitiva, derivada del imperio de la ley. La voluntad individual es totalmente irrelevante. Ante un impuesto sólo cabe, si es factible, modificar la conducta económica -se supone que dentro de la legalidad- para atenuar la carga fiscal.

2.   Tampoco puede comprenderse que un magnate movido por sentimientos humanitarios quiera imponerlos a otras personas. Tales sentimientos se ejercen libremente, sin que haya que atender a un dictado legal. ¿Por qué hay que esperar a una ley para ayudar al necesitado, para mejorar las condiciones de los empleados, para promover programas sociales…? ¿Qué impide a un multimillonario altruista desplegar su loable espíritu humanitario?

3.      El ejercicio de la solidaridad ha de ser, pues, completamente libre, y es bastante absurdo que también se apele a la misma desde instancias gubernamentales para justificar su política impositiva. Esta debe basarse en una serie de principios básicos en los ámbitos de la justicia, la economía y la eficacia.

4.      Algunos políticos, de manera bastante llamativa, manifiestan su rechazo a que haya una solidaridad libremente ejercida. Quizás porque esta tiene el inconveniente de que se suele identificar al dador, en terminología de Sloterdijk. Aquellos prefieren que sea el Estado el que detraiga los recursos que ellos se encargarán gentilmente de distribuir según sus criterios. Prefieren asumir directamente el papel de dadores. Es malo, muy malo, inhumano, inmoral, que un ciudadano identifique a un particular que le efectúe una donación, pero es bueno, muy bueno, vital, que se identifique al caritativo político que administra y reparte los recursos obtenidos por la vía impositiva.

5.      Dado que hoy están tan en boga los experimentos sociales, tal vez cabría concebir uno del siguiente tenor: se establecerían unos niveles impositivos relativamente moderados y se marcaría un objetivo de ingresos por dos vías distintas pero complementarias, la impositiva -obligatoria e ineludible- y la filantrópica -voluntaria y modulable. En caso de que no se alcanzara tal objetivo de ingresos conjuntos, se activaría automáticamente un esquema impositivo adicional sobre aquellas personas adineradas que no hubiesen cubierto su cuota filantrópica asignada.

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