Hacer una revisita periódica a los textos bíblicos
es una oportunidad de rememorar escenas subyugantes, de descubrir detalles
inadvertidos en anteriores incursiones, y de volver a sorprenderse o admirarse ante
castigos implacables o mensajes esotéricos. También, para encontrar claves o
principios con los que afrontar grandes cuestiones económicas.
El proyecto de llevar a cabo un escrutinio de los textos
sagrados desde un prisma económico sigue estancado, como otros muchos, a la
espera de hallar un “slot” disponible que nunca llega, más allá de las ocasionales
referencias en este blog. Tal y como concluye el epílogo del Eclesiastés, “nunca
se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo”.
La distribución de la riqueza es un tema presente en
los Evangelios, y de forma explícita en los de Mateo, Marcos y Lucas, cuando
narran el conocido episodio del joven rico que anhela obtener la vida eterna.
Jesús le indica una receta clara, que venda todas sus posesiones y las entregue
a los pobres.
¿Bajo qué coordenadas doctrinales económico-tributarias
se sitúa esa prescripción divina?, podríamos preguntarnos.
Al basarse en una actuación no impuesta, cabría
ubicarla en el ámbito de la filosofía de Sloterdijk concerniente a la fiscalidad
voluntaria, llevada, naturalmente, a un grado extremo, en la medida en que el propietario
inicial renunciaría a todo su patrimonio y, en consecuencia, se convertiría en
más pobre que los pobres (al menos en el plano de lo material).
Por otro lado, si se equiparara a otras propuestas redistributivas
basadas en el juego del sistema impositivo, iría más allá, no ya de los postulados
fiscales de Marx en el Manifiesto Comunista -que podrían calificarse como conservadores,
en términos comparativos con algunas corrientes actuales-, sino de la aplicación
de la regla del sacrificio marginal igual, defendida por Edgeworth. Según ésta,
de manera simplificada, mientras haya diferencias de rentas entre personas,
toda la recaudación necesaria se detraería de las más ricas hasta llegar a una
igualdad absoluta.
Más radicales son los planteamientos defendidos por
Piketty, quien aboga por utilizar tipos de gravamen medios que llevarían a
dejar a las personas más ricas con un 10% de su renta y riqueza iniciales. Aun
así, les quedarían unos montantes determinados, lo que no ocurriría, como se ha
señalado, con la propuesta de Jesús.
Ya el maestro se hacía cargo de la dificultad de
que los ricos aceptaran su planteamiento. De ahí las conocidas dificultades de
los ricos para entrar en el reino de Dios. A este respecto se suscita una duda
metodológica: ¿Podrán hacerlo los grandes magnates filantrópicos, o sería
necesario que se desprendiesen de todos sus bienes? ¿Son equivalentes, para el
acceso a dicho reino, las donaciones voluntarias y las contribuciones coercitivas?
El requisito de Jesús puede parecer demasiado
exigente, pero, en realidad, no lo es tanto. Las contribuciones fiscales y,
aunque en menor medida, también las aportaciones filantrópicas, se limitan a la
vertiente de la dación, forzada o no, sin contrapartida alguna. En cambio, la
pauta recomendada por Jesús va ligada a una recompensa mayúscula, la de
alcanzar la anhelada vida eterna.
Tal vez alguien podría argüir que se trata de una “prestación
diferida” y sujeta a una considerable “incertidumbre”, pero quienes gozan del
don de la fe se mueven en este terreno en una posición de certeza.