Aunque ya rebajando el mérito a su portentosa capacidad de creación literaria, después de recordar que un mono podría emular literalmente su obra, como sostiene el teorema del mono infinito (btv, 18-3-2020), acudo a los poemas de Shakespeare en busca de un estímulo reparador: “Those pretty wrongs that liberty commits/When I am sometime absent from thy heart/Thy beauty and thy years full well befits/For still temptation follows where thou art”.
Desde siempre he admirado a los traductores de obras literarias, especialmente de las poéticas. De la literalidad a la interpretación del sentido que el poeta pretendía darle a sus palabras. Mucho más trabajo para los monos. No sé hasta qué punto podrían lograr una traducción ajustada a fuerza de aporrear las teclas una y otra vez. Vaya problema con que no existan unas teclas especiales para las traducciones no automáticas. En una entrada anterior de este blog (1-7-2018) se aludían a los inconvenientes que puede generar una traducción inapropiada. Mucha es la responsabilidad del traductor, y mucho lo que nos puede facilitar o complicar nuestra experiencia lectora. Llegar a ser un buen traductor requiere sin duda dominar otras facetas aparte de las meramente idiomáticas.
“Tu juventud y tu belleza explican/que al ausentarme de tu corazón/la libertad te induzca a la malicia/pues donde vayas, va la tentación”. [qui diceret?]
[Versos tomados de “William Shakespeare, ‘Sonetos y Lamento de una amante”, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2009; traducción de Andrés Ehrenhaus; páginas 138 y 139].
Aunque no sea este el supuesto, quizás haya que partir de admitir que, en determinados casos, algunas obras no se entienden cuando se traducen, e incluso aún menos en el idioma original. ¿Cuál es el objeto de una pintura abstracta? ¿Quién puede traducirla? A veces, ni siquiera el autor.