8 de mayo de 2020

El valor de la vida en tiempos de pandemia


Aparte de un daño inconmensurable, la pandemia del Covid-19 deja tras de sí un rastro de dolorosas lecciones. La atribución de un valor a la vida humana era, hasta ahora, una especie de ejercicio teórico. De la mano de Thomas Shelling, laureado con el Premio Nobel de Economía (¡a la edad de 84 años!), y de otros académicos, se ha venido distinguiendo, con relativa comodidad mental, entre una vida estadística y una vida individual. La primera se refiere a una persona abstracta, cuya identidad no se conoce de antemano; la segunda, a una persona concreta. Mientras que la primera es perfectamente abordable en términos probabilísticos, con la segunda nos topamos con nuestros sentimientos personales.

“¿Es la muerte tan espantosa que en las discusiones en Economía debamos siempre suponer que es otra persona la que muere?”. No es lo mismo hablar asépticamente del valor de reducir el riesgo de que una de cada 10.000 personas fallezca que aplicarlo al caso de un ser querido o de nosotros mismos.

Por una extraña mezcla de ingredientes, en no pocos países, quienes hablaban desde el púlpito del poder ni siquiera habían inducido a la población a pensar en términos de vida estadística ante la extensión del maldito virus. Ésta era, más bien, algo con probabilidad aparente de ocurrencia cuasi-remota. Inicialmente su impacto potencial se circunscribía a personas que ya habían superado holgadamente el umbral de la esperanza de vida y que se veían aquejadas de múltiples y graves patologías. De forma tardía, la probabilidad de acaecimiento de la infección y del alcance de sus consecuencias fue entrando en un terreno estadístico cada vez más tenebroso, hasta llegar a la percepción más cercana. La pregunta de Shelling ha quedado contestada de forma trágica, y los médicos se han visto en la tesitura de tener que aplicar el cruel triaje.

Ante la crisis desatada, los economistas se han visto envueltos en controversias acerca de los distintos cursos de acción. “Ámennos u odiennos, pensar acerca de inconfortables ‘trade-offs’ es lo que hacemos los economistas”, señala Tim Harford. La confrontación entre el confinamiento para evitar contagios y el parón conexo de la actividad económica es uno de los principales dilemas.

A este respecto, Harford considera que hay tres puntos que deberían ser obvios: i) necesitamos tener una estrategia de salida de la situación de confinamiento; ii) los costes de dicha situación deben contraponerse con los costes de las políticas alternativas, no con los de una referencia idónea de un mundo sin virus; y iii) el valor de una vida humana no está abierto a discusión.

En mi opinión, resulta ciertamente difícil disentir de las tres proposiciones. La última es una verdad como un templo, pero, en la práctica, las sociedades modulan, dentro de unos límites, los gastos que realizan para reducir el riesgo de muerte. Y, aun cuando nos repugne ponerle un precio a una vida humana, con vistas a medir la incidencia de algunos proyectos públicos se utiliza una cifra económica para cuantificar el valor de las vidas salvadas. La cifra unitaria de 10 millones de dólares es usada por agencias gubernamentales estadounidenses. Otros análisis utilizan un importe de 4,7 millones de euros. Con este baremo, si el alejamiento social permitiese salvar, por ejemplo, 200.000 vidas, obtendríamos un “beneficio” equivalente a un 75% del PIB de España.

Como contrapartida, nos encontraríamos con una serie de elevados costes derivados del freno de la actividad económica. Ineludiblemente, hay que estar dispuestos a incurrir en algún sacrificio económico. Sin duda, nuestra opinión se verá bastante condicionada en función de si nos situamos en el plano de las vidas estadísticas o en el de las vidas individuales. Como nos recuerda The Economist, un gobierno que tratara de privilegiar la salud de su economía frente a la de su ciudadanía puede acabar, con alta probabilidad, sin ninguna de las dos. Y algo parecido puede suceder si se invierte sin más la prioridad, prolongándose sine die. Ardua elección donde las haya, y que requiere de la búsqueda de un punto de equilibrio coherente.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 8 de mayo de 2020)

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