Antes de acaecer la gran
crisis económica desatada por la extensión de la pandemia del coronavirus, y
las radicales medidas de confinamiento poblacional y paralización de una gran
parte del aparato productivo adoptadas, ante una situación límite, para hacerle
frente, numerosos estudios alertaban ya del riesgo de pobreza que afectaba a
amplios colectivos sociales.
En el número 13 de la
revista eXtoikos, de 2014, recogíamos los principales aspectos metodológicos
que se suscitan en relación con la medición de la pobreza. Los escollos que
surgen en ese terreno son considerables.
No es mi intención
reproducirlos ni abordarlos aquí. Simplemente lo es hacer una breve reflexión
acerca de una paradoja que potencialmente podría originarse a raíz de una
abrupta e intensa depresión económica.
La pobreza suele medirse en
términos relativos. Como se describe en el referido número de eXtoikos, suele
considerarse pobre a aquella persona que no alcance el 60% de la renta mediana.
Quienes tienen recursos nulos o muy escasos van a mantener esa condición por
mucho que el valor de referencia baje. Sin embargo, puede haber colectivos de
ingresos modestos que, bien directamente o mediante el apoyo de transferencias
públicas, mantengan su renta durante una crisis. Ante una bajada sustancial de
la renta mediana podríamos encontrarnos con la paradoja de que personas que
permanecen en la misma situación en términos de renta absoluta podrían perder
su condición de pobres desde un punto de vista estadístico.
En el cuadro adjunto se
recoge un ejemplo muy simplificado en el que se ilustra el referido problema.
Se toma como referencia un grupo de 11 de personas con los niveles de renta que
se indican, inicialmente en la situación A. Si se adopta el criterio basado en
el umbral del 60% de la renta mediana, observamos que el individuo número 2 es
pobre, ya que su renta (5.500) se sitúa por debajo de dicho umbral (6.000).
Supongamos que, en función de lo dicho anteriormente, se produce una alteración
que lleva a la situación B, en la que se reduce la renta mediana y, con ello,
el umbral utilizado para delimitar la pobreza. En esta hipotética situación, el
individuo número 2, pese a que se encuentra en la misma situación en términos
absolutos, deja de ser catalogado estadísticamente como pobre, al superar el
mencionado umbral.
En un artículo publicado en
La Opinión de Málaga en diciembre de 2010 (“Pobreza: entre la absolutidad y la
relatividad”) hacía alusión a algunas disquisiciones filosóficas relacionadas
con la medición de la pobreza: ¿es preferible que aumente el nivel absoluto de
renta de toda la población, aunque de manera desigual, de modo que se eleve el
colectivo de pobres en términos relativos, o que, por el contrario, se preserve
la igualdad aun a costa de que nadie mejore en términos absolutos?
Desgraciadamente, ante la nueva crisis que nos visita tendremos ocasión de
contrastar algunas de tales disquisiciones, en contextos algo diferentes. Los
escenarios de incrementos de renta quedan lejos en el horizonte. Y lo peor es
que, para una gran mayoría, habrá una pérdida de renta absoluta, bruta y/o
disponible.