Acudo de nuevo a este sitio, una
vez más, en busca de solaz momentáneo; a este refugio recóndito, recordando
aquellos lejanos tiempos de la adolescencia cuando dejaba pequeñas huellas en
las páginas de los diarios perdidos. Alivio fugaz que se ve en parte perturbado,
pero siempre bajo el estímulo de la intriga, que sigilosa llega de fuentes
camufladas, aunque a veces con tonos inquietantes.
“El mayor favor que se le puede
hacer a un escritor es impedirle que publique y, sobre todo, que escriba… durante
algún tiempo. Tendría que haber, para su mayor beneficio, regímenes tiránicos
de corta duración, cuyo objetivo fuera suprimir cualquier actividad
intelectual. El peligro del escritor es prodigarse demasiado, no tener tiempo
de acumular. La libertad de expresión sin interrupción alguna es
nefasta: atenta contra las reservas del espíritu.
El único tema que comprendo a
fondo es el del peligro de la libertad, y el del peligro al que esta
expone los talentos”.
Y debajo de semejante declaración,
una frases lacónicas e incomprensibles: “De Popper no era precisamente el
pensador predilecto, y no se olvide, profesor, las de la desesperación son
cumbres que pueden ser bastante elevadas. No se fíe de las proclamaciones
falaces de las llamadas desescaladas; comienza la escalada hacia esas altas
cumbres. Cordialmente, Betteredge”.
Trataré de encontrar algunos indicios dentro de este laberinto dialéctico. Pero no puedo evitar partir de una pregunta elemental: ¿cuántos han sido, históricamente, los "regímenes tiránicos de corta duración"?