Desde que irrumpiera hace ya bastantes años, probablemente bajo el impulso del término “governance”, el concepto de gobernanza ha ido asentándose y consolidando sus dominios en los más diversos ámbitos. Se trata de un término relajado en su expresión sonora y también en su significado. Su uso es signo de que se está al tanto de las corrientes dominantes en el terreno de la gestión, de lo que sea, de lo más variopinto. ¿Quién podría oponerse a algo tan biempensante como la gobernanza, aprorísticamente tan neutra?
Bien entendida, la gobernanza, la buena gobernanza, es necesaria para procurar una correcta gestión. En el caso de tener que hacer frente a un mal mayúsculo como una pandemia, no sólo es necesaria sino absolutamente imprescindible. Una buena gobernanza puede ahorrar vidas humanas, mientras que una pésima puede provocar resultados calamitosos. Cada problema desconocido plantea retos imprevisibles, dificultades insospechadas, giros inconcebibles y reacciones desproporcionadas. No cabe pretender un inventario completo ex ante. Por eso es esencial poder disponer de un sistema y de un método antes que se desencadene un episodio de crisis.
Pensando ya en una futura pandemia, y en las nuevas generaciones que hayan de padecerla, puede ser interesante ir perfilando un manual de buenas prácticas de la gobernanza de pandemias. Como no hay mejor manera de hacer camino que echar a andar, comienzo en esta entrada una lista tentativa de posibles pautas con ese propósito:
1. Apartar las ideologías de todo tipo en las fases de prevención y de combate de la pandemia.
2. Erradicar el sectarismo en todos los órdenes de actuación.
3. Evitar que los objetivos partidistas interfieran en el proceso.
4. Aun sin caer en un alarmismo gratuito, difundir de manera responsable entre la población la información disponible avalada por criterios expertos.
5. Mantener un contacto permanente con los organismos internacionales especializados.
6. Crear un mando único a cargo de un comité integrado por personas capaces, formadas y solventes no sujetas a intereses electorales.
7. Preparar un plan sistemático de contingencias.
8. Identificar las fuentes de conocimiento científico contrastado, tomándolas como referencia fundamental.
9. No pretender limitar la libertad de pensamiento ni de expresión con el pretexto de salvaguardar la unidad de acción.
10. Establecer un plan de actuación, sujeto a continua revisión y adaptación en la búsqueda de la mayor eficacia.
11. Otorgar la máxima prioridad a la preservación de vidas humanas y a la evitación del sufrimiento de las personas.
12. Impedir que los enemigos de la libertad utilicen las situaciones de emergencia para afianzar su agenda totalitaria.
13. Organizar un sistema de múltiples líneas de defensa por capas en las fases de prevención, detección, contención, curación, y recuperación.
14. Articular un sistema de alertas tempramas.
15. Crear una agencia independiente integrada por técnicos cualificados con la misión de actuar como observatorio de las pandemias.
16. Saber valerse de asesores cualificados no sujetos a dictados políticos.
17. Ser conscientes de la inexistencia de certezas en las oleadas de propagación de las enfermedades, pero sin despreciar los escenarios de probabilidades de ocurrencia.
18. Evitar todo de conflictos de intereses en cualquier participante en el proceso de gestión.
19. Establecer un sistema estadístico fiable de la incidencia efectiva de la enfermedad.
20. Extremar la coherencia y la ejemplaridad por parte de todas las personas con alguna responsabilidad, especialmente en el caso de las de mayor rango.
21. Valorar objetivamente las propuestas de actuación sin dejarse condicionar por apriorismos basados en etiquetas, utilizando una especie de “velo de la ignorancia programática”.
22. Promover la implicación de todos los sectores, de manera coordinada, para hacer frente a los males sociales.