En 2018, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, después de llevar quince años “reflexionando, escribiendo y hablando a [sus] alumnos [de Harvard] acerca de los fallos de la democracia en otros tiempos y lugares”, publicaron la obra “Cómo mueren las democracias”, en la que ponen el foco en su propio país, Estados Unidos, si bien abordan asimismo las situaciones, presentes y pasadas, de otros países que se alejaron de la democracia.
El libro identifica algunas pautas comunes que suelen acabar con la democracia para degenerar en regímenes autoritarios o totalitarios. Entre otros aspectos, nos alertan de que:
1. “Todas las democracias albergan a demagogos en potencia y, de vez en cuando, alguno de ellos hace vibrar al público”.
2. “Ahora bien, en algunas democracias, los líderes políticos prestan atención a las señales de advertencia y adoptan medidas para garantizar que las personas autoritarias permanezcan marginadas y alejadas de los centros de poder”.
3. “Para poder mantener a raya a las personas autoritarias, en primer lugar hay que saber reconocerlas. Por desgracia, no existe ningún sistema de alerta anticipada infalible”.
4. “Los políticos no siempre revelan la magnitud de su autoritarismo antes de ascender al poder”.
Al igual que los sistemas de control de riesgos de las entidades financieras utilizan los denominados EWIs (“Early Warning Indicators”, i.e., indicadores de alerta temprana”), la prevención de riesgos de un sistema democrático debería proveerse de un esquema eficaz de EWIs. A diferencia de los ciclos económicos, que suelen alternar “valles” y “crestas”, y, más tarde o más temprano, finalizan, los ciclos políticos dictatoriales no generan tendencias endógenas de cambio sino fuerzas intrínsecas de perpetuación en el poder. Sabemos ya que incluso puede haber repúblicas hereditarias.
A partir de las aportaciones del politólogo español Juan Linz, Levitsky y Ziblatt han concebido “un conjunto de cuatro señales de advertencia conductuales que pueden ayudarnos a identificar a una persona autoritaria cuando la tenemos delante. Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político:
1) Rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego.
2) Niega la legitimidad de sus oponentes.
3) Tolera o alienta la violencia.
4) Indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación”.
Para evitar los cataclismos financieros, existe un marco regulatorio, y un complejo y sofisticado entramado supervisor, que tratan de poner coto a derivas peligrosas para la integridad del sistema económico. Sin embargo, no existe ningún esquema social de seguimiento y control de los riesgos de deterioro democrático. En la práctica, se aplica, mientras subsistan las elecciones libres, un sistema totalmente descentralizado, que descansa -no continuamente, sino cada cierto tiempo- en la suma de las voluntades individuales de los electores. Como en otros asuntos menos trascendentales dilucidados en procesos de decisión colectiva, el resultado real puede no corresponder con las expectativas iniciales. Los problemas del “free rider” (“polizón”) y del “dilema del prisionero” cobran especial protagonismo en este ámbito. Lo peor es que, llegado un momento que a veces ni se advierte, el primer arquetipo pierde su calificativo, mientras que el segundo pasa de los manuales de teoría económica a adquirir un significado real.