Si, cuando, hacia finales de los años setenta, comenzábamos el estudio del sistema impositivo, en la Facultad de Económicas de Málaga, alguien nos hubiese hablado de un “irlandés doble”, lo más probable es que lo habríamos asociado a una de las bebidas emblemáticas de la patria de Joyce. Doble o triple, daba igual; raramente iba a extrañar por aquel entonces, en una época de efervescencia, encontrarse con demandantes de ese tipo de dosis.
Años más tarde, al hilo de las grandes transformaciones económicas y el surgimiento de las gigantescas corporaciones tecnológicas y de otros sectores, la denominación adquirió connotaciones genuinamente fiscales, en no pocas ocasiones, sin embargo, encontrando el ideal complemento sólido del “sándwich neerlandés” (hasta hace muy poco, “holandés”).
Aunque todos los entramados societarios son, casi por definición, complejos, el sistema del “doble irlandés” ha sido explicado como “una estructura simple” utilizada por “las compañías tecnológicas y farmacéuticas estadounidenses para desviar los beneficios a paraísos fiscales, como Bermudas, donde mantienen la propiedad intelectual” (Vanessa Houlder, “Q&A: what is the double Irish?”, Financial Times, 9-10-2014).
Como se expone en este texto, el “doble irlandés” explotaba las diferentes definiciones de residencia fiscal societaria en Irlanda y Estados Unidos. La primera de ellas consideraba gravables en Irlanda aquellas compañías controladas y gestionadas en este país, mientras que la segunda atendía al lugar de registro societario.
Las corporaciones que aprovechaban el “doble irlandés” creaban dos empresas, una con sede en Irlanda y otra en un paraíso fiscal, que ejercía el control de la irlandesa. Las corporaciones adscribían sus derechos de propiedad intelectual a la sociedad radicada en Irlanda. Los pagos por derechos de propiedad intelectual iban, por tanto, a la filial irlandesa, que los remitía, libre de impuestos, a la filial situada en el paraíso fiscal. Irlanda consideraba que la filial irlandesa era residente, a efectos fiscales, en el paraíso fiscal, en tanto que Estados Unidos consideraba que lo era en Irlanda.
Para mayor sofisticación, a través del “bocadillo neerlandés”, una empresa adicional, radicada en Países Bajos, se colocaba entre la filial irlandesa y la filial de Bermudas, con objeto de minimizar, a escala global, la tributación. La utilización de este tipo de mecanismos ha estado ligada a las denominadas operaciones de "inversión" irlandesa (esquema adjunto).
Como consecuencia de este tipo de artilugios, las grandes corporaciones estadounidenses tenían “aparcado”, a finales del año 2017, un montante de más de 1 billón de dólares en diversos paraísos fiscales. Este sería uno de los aspectos contemplados dentro de la última reforma fiscal en Estados Unidos (sobre la que se recoge un artículo en este blog, de fecha 14-4-2018).
Google es una de las multinacionales que, durante años, ha hecho uso de los mencionados dispositivos de “optimización” de su carga fiscal mundial. Acaba de anunciar su decisión de revisar su estructura fiscal global y de consolidar todos sus derechos de propiedad intelectual, retornándolos a Estados Unidos.
A raíz de la presión internacional, Irlanda se había comprometido a erradicar la aplicación del mencionado esquema fiscal, si bien las compañías que lo venían utilizando disponen de un plazo hasta finales de 2020 para concluir con dicha práctica. De hecho, la mayoría de las empresas se han anticipado a esa fecha, si bien, según opiniones recogidas en un artículo de Richard Waters (“Google to end use of ‘double Irish’ as tax loophole set to close”, Financial Times, 1-1-2020), han adoptado nuevas estructuras que originan los mismos beneficios.
A pesar de todo lo anterior, cuando una “puerta fiscal” se cierra suele abrirse otra… Después del “doble irlandés” ha llegado la hora del “IP (intellectual property) onshoring”… Y, por si a alguien le venía largo el “doble irlandés”, puede pedir un “single malt”.
A la vista de las sucesivas adaptaciones e innovaciones, parece caber poca duda de que los irlandeses cuentan con ingenieros fiscales de primerísimo nivel. Tal vez tener la capacidad de entender a Joyce aviva la mente para otras habilidades. Yo me quedé en las “Aventuras de un niños irlandés”, de Julio Verne, y, años más tarde, en “La hija de Ryan”. Como señalaba en el último artículo que publiqué en “Ymálaga”, en el año 2011, si utilizamos la fórmula adecuada, puede ser un tanto complicado recordar cuál era el nombre del “padre de la hija de Ryan”, como puede serlo aclarar cuál es la matriz de la filiales 1 y 2 de la matriz, y, no digamos, dónde se genera el beneficio.