1 de diciembre de 2019

Los mercados radicales


Si nos encontramos con un libro cuyo título es “Mercados radicales”, podríamos estar inclinados a pensar que se trata de una proclama de liberalismo extremo, basada en una apuesta exacerbada por el mercado para la solución de todos los problemas económicos y sociales. Si, además, los autores son un profesor de la Universidad de Chicago (Eric A. Posner) y un investigador principal de Microsoft (E. Glen Weyl), dicha inclinación podría verse acentuada.

Sin embargo, tras ver el subtítulo (“Cómo subvertir el capitalismo y la democracia para lograr una sociedad justa”) y, sobre todo, después de leerlo, constatamos que dicha percepción, de haberse dado, era completamente errónea. Así, comprobamos que las atrevidas propuestas de los autores, aunque recurren ciertamente a la utilización de algunos de los patrones típicos de los mercados, van encaminadas a subvertir el sistema de capitalismo mixto imperante, en una serie de facetas que, en algunos casos, llevarían a una colectivización en la práctica y al fin de la propiedad privada.

Posner y Weyl se declaran firmes convencidos de que los mercados son, y lo serán a medio plazo, la mejor forma de organizar la sociedad. Ahora bien, creen que los mercados más importantes están monopolizados o son inexistentes. Su tesis principal consiste en que mediante la creación de mercados verdaderamente competitivos, abiertos y libres podemos reducir extraordinariamente la desigualdad y aumentar la prosperidad. Defienden el radicalismo del mercado y rechazan el fundamentalismo del mercado, que ven como una versión idealizada de la situación de Inglaterra en el siglo diecinueve. Ensalzan el papel de las subastas como la quintaesencia del mercado radical.

Los autores parten de un diagnóstico pesimista de la situación económica a raíz de la crisis de 2007-2008, así como respecto a la incapacidad de las ideas tradicionales para aportar una solución eficaz. Los problemas de la desigualdad y del estancamiento del crecimiento económico justifican, según ellos, el desapego social del saber económico convencional. Ante las carencias de los mercados tradicionales, y después de descalificar la alternativa de la planificación central (que “ha demostrado ser una pifia”), concluyen que el mercado no encuentra ningún competidor serio como enfoque para organizar economías a gran escala, pero debe regirse por las reglas que caracterizan un verdadero mercado para que sea libre, competitivo y abierto.

La solución pasa por expandir radicalmente los mercados, lo que proponen en cinco áreas concretas:

  1. El fin de la propiedad irrestricta: paso a la propiedad común competitiva. En la práctica, nadie sería propietario en puridad de ningún bien. Sólo existiría el derecho a alquilar los bienes, en tanto no llegue otra persona dispuesta a pagar el precio estipulado. Dicho precio es fijado por cada poseedor de los bienes, de forma totalmente libre. Si tengo un objeto que quiero mantener, en principio, no habría problema, puedo fijar un precio tan alto como quiera. El inconveniente es que, en función de los precios de todos los bienes que posea, tendría que pagar un impuesto anual del 7%. Con este sistema, los dos aspectos más importantes de la propiedad privada, el derecho a usar y el derecho de excluir, se transfieren parcialmente de los poseedores a la comunidad.
  2. Votaciones con intensidad de las preferencias individuales. La propuesta de democracia radical consiste en otorgar a cada ciudadano un presupuesto o una dotación de derechos de voto, que puede emplear en referendos que se celebren este año o en el futuro. Con el sistema de voto cuadrático, 1 voto cuesta 1 derecho de voto; 2 votos, 4 derechos; 3 votos, 9 derechos, etc. La propuesta de un referéndum sería aprobada si los votos a favor superan los votos en contra. Mediante dicho sistema, los votos emitidos permitirían reflejar la intensidad de las preferencias de los ciudadanos sobre las cuestiones planteadas, y podría hacerse extensiva para la elección de candidatos políticos.
  3. Acogida de inmigrantes respaldada por personas concretas. Esta propuesta va orientada a una especie de patrocinio, con derecho a compensación, de la acogida de un trabajador procedente de otro país. Una persona A, residente en España, seleccionaría, de una lista validada, a la persona B, para que trabajara para ella durante un año, por un salario determinado. A, en su calidad de empleadora, organizaría la prestación de servicios de B. Del importe facturado deduciría los costes de la contratación, y podría obtener un remanente. Los autores consideran que el aumento de las inmigraciones “controladas” es fundamental para el bienestar y la prosperidad de amplios colectivos. Conscientes de algunas dificultades del programa propuesto, defienden que los inmigrantes puedan trabajar, en una primera fase, por debajo del salario mínimo y que puedan ser controlados y, en su caso, deportados.
  4. Limitaciones para las participaciones empresariales de los fondos de inversión. El instrumento de los fondos de inversión aporta muchas ventajas para los ahorradores y para la canalización de recursos financieros a todos los sectores de la economía. No obstante, el auge de los grandes fondos les ha llevado a convertirse en los mayores propietarios y, así, en controladores de las principales corporaciones, incluso rivales, dentro del mismo sector. Para evitar los problemas de una excesiva concentración y de una falta de competencia se propone prohibir que los inversores institucionales diversifiquen sus activos dentro de un mismo sector, y permitirles que lo hagan en sectores diferentes.
  5. El suministro pasivo de datos como forma de trabajo. En el libro se sostiene la tesis de que el “trabajo” de los usuarios de servicios digitales, como productores de datos, alimenta la economía digital. Tales datos son una fuente de enormes beneficios para las bigtechs. De ahí la defensa de que los usuarios sean retribuidos con dinero.

Posner y Weyl, para despejar cualquier duda, muestran su respaldo a la idea de “reemplazar el dominio de la propiedad privada y los bienes privados con un grado significativo de propiedad común y bienes públicos y, al mismo tiempo, reducir extraordinariamente la desigualdad”. Su aspiración es conseguir “potencias” utilizando “raíces”. Hasta ahora, los números son “imaginarios”, pero algunas tendencias apuntan a que pronto pueden convertirse en “reales”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 30 de noviembre de 2019)

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