5 de octubre de 2019

El “worst case scenario”: la utilidad de ponerse en lo peor

En un reciente artículo publicado en el diario Financial Times, Tim Harford comenta, con bastante amargura, algunos detalles del desastroso proceso del desastroso Brexit, y valora la utilidad de contemplar los escenarios más adversos posibles antes de emprender un proyecto (“We need to be better at predicting bad outcomes”, 20 de septiembre de 2019). Es una directriz que, desgraciadamente, no siguió un confiado e incauto David Cameron cuando convocó el fatídico referéndum.

Harford arranca el artículo con la narración de una experiencia cotidiana en la que se encadenan distintas complicaciones para realizar un viaje interurbano, de Londres a Oxford. Llegar a tiempo a una cita puede ser imposible si nos encontramos con problemas inesperados para el desplazamiento o para efectuar sobre la marcha alguna adaptación (colapso o desvío del tráfico, no disponibilidad de una plaza de aparcamiento, taxis ocupados, incapacidad para buscar una solución alternativa, cajeros automáticos no operativos, confusión en la dirección, teléfono móvil sin carga…). Según el talante personal de cada uno, las situaciones sobrevenidas pueden ser más o menos estresantes y gestionables en distinto grado.

Decididamente, el economista camuflado aboga por afinar el sentido del riesgo y por la calibración de las probabilidades de los distintos acontecimientos. Pero, en vez de limitarnos a preguntar “¿ocurrirá esto?”, considera que es preferible plantearnos lo siguiente: “¿qué haríamos si eso (lo peor) sucediera?”

A este respecto, recomienda llevar a cabo un análisis en la línea sugerida por el psicólogo Gary Klein, un análisis del tipo “premortem”: “Antes de embarcarse en un proyecto, imagine que recibe un mensaje del futuro: el proyecto ha fracasado, de manera estrepitosa. Ahora pregúntese a sí mismo: ¿por qué? Los riesgos y trampas se evidenciarán por sí solos –a menudo riesgos que pueden ser anticipados y prevenidos”.

Según Gary Klein (“Performing a Project Premortem”, Harvard Business Review, septiembre 2007), “Los proyectos fracasan según una tasa impresionante. Una razón es que demasiadas personas son reticentes a manifestar sus reservas durante la fase de planificación. Haciendo que sea seguro para los discrepantes que son buenos conocedores del proyecto, y están preocupados por sus debilidades, pronunciarse al respecto, pueden mejorarse las posibilidades de éxito de un proyecto”.

A veces, en el plano onírico recibimos un entrenamiento forzado ante posibles contratiempos y amenazas. Desde hace años tengo una pesadilla recurrente, la de llegar tarde a la Facultad, atenazado por una serie de circunstancias retardatorias. Aunque a veces parecen surgir vías para acortar la distancia o recuperar el tiempo perdido, al final acaba apareciendo algún otro obstáculo insalvable. Si, finalmente, logro llegar, los alumnos ya se han ausentado. La variedad de las trabas es tal que nunca sería capaz de componer ni perfilar el escenario más adverso. Siempre cabe una vuelta más de tuerca.

Afortunadamente, la praxis suele ser más llevadera que las agobiantes historias de los sueños, pero no por ello pueden excluirse algunas perturbaciones notables. Aparte de los posibles problemas que puedan surgir en la forma del desplazamiento o en la ruta elegida, he llegado a encontrarme en alguna ocasión el aula cerrada a cal y canto, sin poder localizar a nadie que me auxiliara, hasta que un encuentro fortuito con el propio Decano posibilitara la apertura.

Otra circunstancia distorsionadora, aunque de menor relieve, se da cuando una clase programada con soporte de medios visuales se ve imposibilitada en tales términos por el fallo de los aparatos técnicos. Un contratiempo inoportuno que obliga a una (retro)reconversión a los métodos tradicionales. Algo que es mucho más fácil cuando se prevé esa contingencia, si bien no hay que descartar toparse con encerados donde la escritura resulta prácticamente inviable.

En fin, dentro del repertorio de situaciones no cabe excluir una que, aunque a priori cabría concebir como casi inverosímil, ha llegado a darse, rompiendo todos los esquemas, la de incomparecencia total y absoluta del alumnado sin previo aviso. Llegado el caso, y después de una espera prudente, quedan pocas soluciones, salvo que, como también ha ocurrido, aparezca algún alumno extraviado que asiste, impuntualmente, y por primera vez, a clase, y opta por recibir en solitario una clase particular.

Sin lugar a dudas, por mucho que tratemos de establecer una tabla de contingencias, la realidad puede acabar superando la ficción e incluso las pesadillas. Además de los anteriores, uno puede encontrarse finalmente, cuando llega a la meta, con algún otro escollo para dar una clase en condiciones normales, dentro del tiempo asignado. Evidentemente, no todo el mundo considera que los horarios se establecen para ser respetados, tanto al inicio como al final, pero eso da para otra historia.

Ciertamente, si se da una determinada cadena de acontecimientos, impartir una clase, si llega el caso, puede convertirse en una auténtica odisea. No digamos lo que puede ser el proceso de preparación para estar en condiciones de hacerlo. El análisis premortem resulta provechoso, aunque haya que contar con que, en ocasiones, solo los postmortem sean los valiosos. Nunca puede preverse completamente la pregunta que alguien puede plantear. La ventaja es que los “proyectos” son fácilmente replicables y enmendables, y, al fin y al cabo, nadie está en posesión de todo el conocimiento.

Entradas más vistas del Blog