Como expone David Pilling en un artículo reciente (Financial Times, 29-8-2019), hay compañías radicadas en países africanos que aplican un marco de condiciones de trabajo en la línea del enfoque de corte utópico propugnado por el reformador social Robert Owen en Inglaterra hace más de 200 años. Es el caso de Satenwa, empresa familiar de Malawi dedicada al cultivo del té y del café desde 1923, que ofrece unas avanzadas condiciones laborales a su plantilla, con horarios reglados (jornada diaria de 8 horas), y servicios sociales asistenciales y educativos.
Satenwa se encuentra asociada a Fairtrade, organización internacional que persigue mejorar los términos del comercio de los países más pobres. Al lograr ser certificada por Fairtrade como un “buen empleador”, Satemwa está habilitada para vender su té a los precios Fairtrade, que conllevan una prima de aproximadamente un 25%. El dinero extra logrado mediante dicha prima es destinado a proyectos sociales, determinados por un comité de trabajadores, según se describe igualmente en el citado artículo.
Sin embargo, en él también se expone un aspecto un tanto sorpresivo: en 2018, de los 2,25 millones de kilos de té producidos, la empresa vendió una cantidad nula a los precios Fairtrade.
Cómo puede darse ese desalentador resultado, se pregunta extrañado David Pilling, cuando, aparentemente, estamos en el mejor momento de la actitud social, especialmente, entre las generaciones más jóvenes, hacia las prácticas de comercio justo y de producciones bajo estándares éticos. El auge de los criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza; ESG, por sus siglas en inglés) en el mundo empresarial sería otro factor de primer orden a tener en cuenta.
“A pesar de estas tendencias globales, hay poca evidencia de que las preferencias de los consumidores hacia las prácticas de comercio justo estén teniendo un impacto sostenido, particularmente en las vidas de las personas muy pobres”, escribe David Pilling.
Según él, que apela en su explicación al mantenimiento de una “relación explotadora entre el norte global y el sur global”, una de las razones es que “pocos consumidores pagarán precios mucho más altos por su café, azúcar, cobalto o anillos de boda: Los compradores que actúan en su nombre son casi monopolios cuyo poder sobrepasa ampliamente el de los pequeños agricultores o los jornaleros con los que negocian”.
Pero asimismo apunta otro problema que, paradójicamente, se deriva de la proliferación de los sellos de comercio justo, lo que -cabe suponer- devalúa su significado y propende a relajar los estándares de certificación.
Tras un descorazonador diagnóstico, el editor del Financial Times para el continente africano lanza “una modesta propuesta. A menos que se pueda demostrar de otra forma, todos los bienes deben llevar una etiqueta obligatoria: Unfairly Traded”.