En el año 2017, el Tesoro austríaco emitió títulos de deuda soberana con un vencimiento que no era precisamente para hoy ni para mañana, sino para bastante más adelante: nada menos que dentro de 100 años (sic). La operación fue destacada como el primer experimento de esta naturaleza dirigido al mercado en la Eurozona, y, además, por un importe no testimonial (3.500 millones de euros) (Kate Allen, Financial Times, 12-9-2017).
Desde hace varios años, se viene constatando una apreciable demanda de los inversores por títulos de deuda pública con vencimientos ultralargos, esto es, por encima de los 30 años.
¿Qué tipo de interés estaría dispuesto a asumir un inversor para, al menos de entrada, aceptar inmovilizar un capital durante tan prolongado período, realmente multigeneracional?
En el caso de la emisión del país centroeuropeo, el cupón anual se cifra en el 2,112%, lo que, dicho sea de paso, ante las tendencias recientes de tipos marcadamente negativos, y lo que puede avecinarse, llega a percibirse casi como un tipo en peligro de extinción. Sin necesidad de ir tan lejos, ya en España, incluso para un particular, pagar un 2,5% o un 3% anual por un préstamo hipotecario empieza a verse como algo excesivo, y, dentro de esa dinámica, hasta el mero hecho de tener que pagar por obtener dinero a crédito. Dejando al margen esa cuestión, que nos llevaría a abordar el desdichado asunto de las controvertidas “cláusulas suelo”, nos centramos en el caso planteado, referente a los longevos bonos austríacos.
¿Es arriesgado realizar una inversión de esa naturaleza?
Cuán largo me lo fiáis… sería la respuesta más sensata a dar, como primera providencia. Pese a la buena situación de las finanzas públicas del Estado emisor, ¿tenemos certeza de cómo evolucionará a lo largo de las próximas décadas? El hecho de que la demanda de bonos centenarios más que triplicara la oferta es señal de que había un considerable “apetito inversor” por dicho riesgo soberano. Sin embargo, para algunos escépticos, semejante horizonte no viene sino a reflejar un signo de locura financiera: la configuración actual de Austria como país tiene poco más de 60 años, y la deuda ha sido emitida en una moneda con un recorrido que, en 2017, no llegaba a las dos décadas, nos recuerda Robin Wigglesworth (Financial Times, 12-9-2019). Un siglo antes de la emisión del bono de 2017, el emperador austrohúngaro estaba siendo derrotado en la Primera Guerra Mundial, incide al respecto, por su parte, The Economist (14-9-2019).
En fin, si, como se espera, van bien las cosas (o, tal vez, solo sea un alarde de optimismo), el inversor sabe (confía) que, dentro de 100 años, sus herederos recuperarán el capital invertido y, cada año, se habrá ido percibiendo el cupón correspondiente. Pero cabría plantearse lo que pueda ocurrir con la inflación y con los tipos de interés a lo largo de los años. ¿Quién está en condiciones de asegurar un escenario concreto?
Con todo, una de las ventajas de la deuda pública es que puede negociarse en mercados organizados y, así, puede recuperarse el capital antes del vencimiento. Ahora bien, la cantidad efectiva a recuperar no está garantizada, sino que va a depender de cómo evolucione el tipo de interés: si sube, el valor del título en el mercado habrá disminuido, mientras que, si baja, se cosechará una ganancia. Hay, pues, un riesgo de tipo de interés o de mercado que afectará en un sentido o en otro, en caso de venta. El posible efecto será mayor cuanto mayor sea el plazo existente hasta el vencimiento del título.
La situación reciente de los tipos de interés y las expectativas existentes han dado pie a que, de nuevo, en 2019 Austria haya vuelto a emitir deuda a 100 años, a un tipo de interés sustancialmente más bajo (1,171% anual) (Nikou Asgari, Financial Times, 26-9-2019).
Así pues, ¿cometieron una locura quienes, en 2017, suscribieron el bono centenario austríaco?
A toro pasado, en absoluto es así, sino que, más bien, hicieron una operación redonda (hasta el momento). Así, quien invirtiera 1.000 euros en 2017 podría haber conseguido, vendiendo los títulos en 2019, un importe de 1.800 euros, es decir, una ganancia del 80% en solo dos años.
¿Qué debería hacer un tenedor de estos títulos: vender ya, aprovechando las plusvalías existentes, aguardar a que sean mayores, ante una posible reducción adicional de los tipos de interés, o mantener la posición, lo que le garantizaría la percepción de un pago anual del rendimiento asociado a los bonos?