24 de agosto de 2019

“Intrigo: muerte de un autor”: no todo es Economía

En una entrada de este blog dedicada a Winnie the Pooh (25-5-2019), afirmaba que era ciertamente difícil encontrar películas sin referencias directas o indirectas a cuestiones económicas. Qué bien, pensaba entonces. Extraer las connotaciones económicas del contenido de una obra cinematográfica debía de ser coser y cantar. Sin duda, fue aquella una declaración un tanto temeraria, probablemente fruto de un sesgo psicológico, concretamente el de la representatividad. Precisamente el recuerdo de alusiones significativas expresas conduce al error de sobrestimar la probabilidad de hallar tales atributos en las muestras del séptimo arte. Puede que haya un número relativamente elevado de irlandeses que sean pelirrojos, pero no todos los irlandeses han de ser pelirrojos.

Hago estas reflexiones tras haber visto “Intrigo: muerte de un autor”, aunque, en descargo del buscador de pistas económicas, haya que decir que la intensidad de la intriga es tan absorbente que todo lo demás queda relegado necesariamente a un segundo plano. La película está concebida para los amantes de la intriga, que, como dictan los cánones, deben estar atentos, muy atentos, para no perderse ni un solo detalle.

Un inciso nos llevaría a decir que el producto está perfectamente “customizado”, como diría algún experto consultor en mercadotecnia, o, más bien, perfectamente diseñado para ese segmento de espectadores. Aunque tardíamente para quien suscribe estas líneas, el escritor Hakan Nesser resulta un descubrimiento altamente prometedor, dentro de un panorama de la novela negra caracterizado por una paralizante “hiperinflación”, que hace sumamente difícil separar el grano de la paja.

El protagonista principal llega a una remota isla griega, donde le espera un prestigioso y solitario escritor, residente en un faro, a quien solicita su cualificado dictamen de una novela. Y así comienza el relato de una historia dentro de la historia primaria, ambas llenas de giros inesperados. Sí, hay que estar muy atentos desde la primera hasta la última escena.

Sin entrar en detalles de la trama, de manera un tanto forzada podemos encontrar algunas referencias económicas, directas e indirectas: la inelasticidad, respecto al precio, de la demanda de encontrar una pista clave, el desplazamiento de la curva de demanda de un libro ante la difusión pública de noticias de impacto que conectan la obra con la realidad, la economía sumergida de los investigadores privados, los efectos externos de conocimiento de parajes de interés turísticos en varios países europeos, la valoración del tiempo invertido en atender una narración como coste de oportunidad de un escritor, la exaltación de una biblioteca pública como espacio de uso compartido y gratuito, o el posible “riesgo moral” por actuaciones con repercusiones en los seguros de vida.

Pero quizás la mejor lección a extraer es la invitación a abstraerse de análisis cognitivos, pretendidamente sesudos, y a centrarse en el disfrute de una historia, más exactamente, de unas historias, de intriga. Simplemente, como una actividad pasiva de evasión. Hay un tiempo para la Economía y otro para el relajamiento intelectual. Pese al título de la producción, afortunadamente, la intriga no ha muerto.

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