Los ecos de la
conclusión de las temporadas futbolísticas nacionales se han ido apagando, ante
la celebración de la UEFA Euro 2016, pero el triunfo del Leicester City Club en
la Premier League ha generado una serie de efectos duraderos. Los análisis
realizados van mucho más allá de los aspectos deportivos, abarcando
consideraciones de orden económico, estadístico, cultural, estratégico o de
gestión. La histórica victoria de “Los Zorros” tiene implicaciones en diversos
ámbitos y, de manera destacada, representa un hito y un signo de esperanza para
muchos clubes que no parten muy bien posicionados en las carreras por los títulos.
La gesta conseguida ha sido calificada por The Economist como el mayor evento
de éxito de un “perdedor esperado” en la historia del deporte.
El caso del club
inglés está, pues, lleno de alicientes desde las perspectivas más diversas.
Para colmo, su entrenador, Claudio Ranieri, apodado “The Tinkerman” (dícese del
técnico que experimenta permanentemente), llegó a ser tildado de zombi por el
propietario de uno de sus exequipos. De él también se había afirmado que era “el
perfecto Perdedor, con p mayúscula”.
Si, por otro lado,
recurrimos a los criterios que, según los analistas, mejor pronostican la
posición final de un equipo, el puesto obtenido en la última competición y el
importe de la masa salarial, tampoco el Leicester contaba con demasiado
respaldo. Así, en la campaña anterior, 2014/15, era considerado un candidato al
descenso, que pudo eludir gracias a un progreso “milagroso” en la recta final.
Por lo que a los ingresos se refiere, ocupaba el puesto 12º entre los equipos
de la Premier League.
Nicholas Taleb ha
popularizado el concepto de “cisne negro”. Durante años, en los mercados
financieros se vivió bajo la ficción de que los sucesos altamente improbables,
para los que ni siquiera existían precedentes históricos, no podían darse en la
práctica. A partir de una serie de sofisticados indicadores que mostraban los
resultados esperados en un 95% o en un 99% de las posibles situaciones, los gestores vivían con una gran
confortabilidad, irradiando un ambiente de confianza y control. Los modelos
contemplaban eventos extraordinarios que podrían generar un gran impacto
negativo, pero, dada su rareza, casi podía esperarse que no llegarían a
ocurrir.
Algo parecido
debieron de pensar los corredores de apuestas que estaban dispuestos a pagar
5.000 libras por cada libra apostada a favor de que el Leicester conquistara el
título de liga. Si pudiésemos retrotraernos al inicio de la temporada 2015/16 y
repetir el experimento 5.000 veces, la expectativa era que se proclamara
campeón solo una vez. Algunos especialistas habían afirmado que era más
probable que se descubriera el monstruo del Lago Ness que ganar la liga con una
posición de 5.000 a 1.
El hecho de que,
contra todo pronóstico, lo haya logrado difícilmente puede atribuirse a una explicación
única. Entre otras, se ha apuntado el acierto en la contratación de algunos
jugadores, la ausencia de lesiones, la no participación en competiciones
europeas e incluso algunas decisiones arbitrales favorables. Por otro lado, ha
hecho un uso intensivo de las nuevas tecnologías para analizar miles de datos
sobre la actuación de los jugadores. Asimismo, ha invertido en actuaciones que
dan fruto a largo plazo, como la construcción de un estadio de entrenamiento,
la potenciación de la cantera o el “scouting” de talentos en el mercado.
El caso del
Leicester, al margen de su importancia intrínseca, se ha convertido en un
referente de primera magnitud para otros clubes sin grandes títulos en sus
vitrinas. ¿Podría el Málaga, C. F., emular algún día la hazaña del club inglés?
Si cualquier aficionado del club de Martiricos ha soñado alguna vez con esa
posibilidad, el logro comentado viene a refutar la idea de que los resultados
deportivos han de responder a un determinismo puro, aunque, como reflejan los
datos de los últimos años, sea cada vez más difícil escapar de la tiranía de
los presupuestos.
Puestos a buscar,
podemos incluso encontrar algunos paralelismos. Ambos clubes son más que
centenarios, aunque el inglés, fundado en 1884, es más antiguo, y propiedad de
inversores extranjeros. El mejor resultado anterior del campeón inglés (un
segundo puesto) se remontaba al año 1929. Mucho más reciente es la más que
meritoria cuarta plaza alcanzada por el club malacitano en la liga española. Con
una población bastante inferior a la de Málaga (330.000 habitantes), la ciudad
de Leicester es destacada por su diversidad demográfica y vive actualmente una
etapa calificada de renacimiento.
Sobre el papel, si
atendemos a los datos estadísticos, la trayectoria histórica del Málaga
arrojaría un mayor grado de dificultad. De los partidos disputados desde la
temporada 1995-96, ha ganado un 29%, empatado un 26% y perdido un 45%; en un
número similar de encuentros, los registros del Leicester son, respectivamente,
del 42%, 28% y 30%. La probabilidad de alcanzar 85 puntos (promedio requerido
para ser campeón de la liga española a lo largo de los últimos 20 años) con el
mencionado historial es sumamente reducida; de hecho, solo un 7% de la que se
le atribuiría al equipo de las “Tierras Medias”. Pero la rareza estriba
precisamente en el desafío a lo esperable.
Una de las claves de
su éxito ha sido, según numerosas opiniones, haber conseguido que prevaleciera
el espíritu de equipo. Algunos afamados analistas se han apresurado a matizar
que, en el fútbol, el espíritu tiende a acompañar los resultados, en vez de
causarlos. Quizás no haya más remedio que aceptar esa demoledora tesis a la luz
de los bucles que se observan en la realidad entre los resultados y las
dinámicas de los equipos, pero sería demasiado duro tener que renunciar a la
creencia de que una estrategia sustentada en estrictos principios deportivos
pueda conducir al olimpo. Ya que han aparecido cisnes negros futbolísticos, que
destrozan las inercias históricas, no habría que perder la esperanza de que
algún día, en la ribera del Guadalmedina, lo haga también un mirlo blanco o,
mejor aún, blanquiazul.
(Artículo publicado en el
diario “Sur”, el 14-7-2016; se incluye en este blog en julio de 2019, a
sugerencia de Juan Francisco García Aranda, experto en Economía del Deporte)