Hace algún tiempo me contaron una graciosa anécdota. Dícese que un conocido ejecutivo español, acostumbrado a ejercer una considerable influencia en determinados medios de comunicación -bien que para asuntos de trámite mayormente- labrada a través de generosas inversiones publicitarias, no se sentía muy satisfecho con el tratamiento recibido por su firma en los artículos firmados en un diario digital por un periodista amparado en un conocido seudónimo, MacFarren, o algo así. Cansado de que los derroteros de esa afilada pluma no se ajustaran a sus expectativas inversoras, no dudó en llamar a las alturas gerenciales, con las que mantenía fluidas relaciones. “Quítame de enmedio, de una vez, a ese dichoso MacFarren; no tiene ni idea de qué habla, es un indocumentado…”, espetó sin dudarlo al director financiero. El mensaje era claro y determinante; el tiro, certero y contundente. El único problema es que el director financiero y MacFarren eran la misma persona.
Mutatis mutandis, ¿se imaginan una escena como ésta, hace unos setenta años?: “Excelencia, ¿ha leído el último artículo de ese tal Macaulay sobre la política económica? Está completamente desnortado, Excelencia. La verdad es que me atrevería a sugerir que, a pesar de que escribe en el diario “Arriba”, tendríamos que reforzar los necesarios controles ideológicos con otros de índole científica o académica”.
¿Cuál habría sido la reacción de ese hipotético interlocutor de haber sabido que Macaulay y “su Excelencia” eran la misma persona? No solo eso, el temido mandatario era en realidad un periodista “trinitario”: Francisco Franco, durante un amplio período, ejerció como articulista camuflado bajo tres nombres distintos: Jakim Boor, Hispanicus y Macaulay.
Tal vez, a más de uno la ficticia escena descrita pueda parecerle algo del todo inverosímil, pero quizás rebajaría un tanto su escepticismo, al enterarse de que, al menos en una ocasión, uno de los artículos surgidos de la pluma del dictador “fue devuelto a la redacción con tachaduras del lápiz rojo de los censores”. Así lo reflejan Juan Carlos Sánchez Illán y Daniel Lumbreras Martínez en un artículo (“Francisco Franco, articulista de incógnito (1945-1960)”, Historia y Comunicación Social, vol. 21, núm. 1, 2016) en el que dan cumplida cuenta de tan peculiar trayectoria periodística.
Aparte de la señalada, sus documentadas páginas están plagadas de curiosidades y considerables sorpresas. Merece realmente la pena hacer una incursión en ellas, adentrándonos en un vertiginoso viaje en el tiempo.