5 de junio de 2019

MMT: ¿El maná esperado para los políticos ambiciosos?


En el campo de la Economía, no es infrecuente que algunos planteamientos teóricos desechados en su momento, o relegados al olvido, estuviesen en un estado durmiente, a la espera del acaecimiento de circunstancias favorables para su eclosión y florecimiento. La conocida como Teoría Monetaria Moderna (TMM; MMT, por sus siglas en inglés) representa un caso paradigmático. Una teoría esbozada hace algunas décadas, con antecedentes en enfoques alumbrados mucho antes, está adquiriendo ahora un protagonismo inusitado.

Varias son las circunstancias que explican esa insospechada irrupción: la persistencia de una fase, si no de “estancamiento secular”, sí de débil crecimiento económico, el agotamiento y la ineficacia de la política monetaria en un contexto de tipos de interés ultrarreducidos, y la ausencia de tensiones inflacionistas a pesar de las ingentes inyecciones de liquidez suministradas por los bancos centrales a través del “quantitative easing”. Pero hay otro factor que ha resultado decisivo, el respaldo de destacados líderes del ala izquierdista del Partido Demócrata estadounidense, tanto de la vieja (Bernie Sanders) como de la nueva ola (Alexandria Ocasio Cortez), que creen haber encontrado en dicha teoría una especie de piedra filosofal para llevar a cabo sus ambiciosos programas de gasto público.

Los defensores de la MMT efectúan sus proclamas impulsados por una suerte de fervor religioso, pero sus huestes se ven acrecentadas por la incorporación de académicos e incluso, sorpresivamente, han recibido el respaldo matizado de algunos analistas de Wall Street. Todo el edificio teórico de la MMT se sustenta en un pilar fundamental: un Estado soberano que pueda endeudarse en su propia moneda nunca se verá forzado a impagar su deuda, puesto que tiene la posibilidad de imprimir billetes para atender sus obligaciones. Con el mismo procedimiento, tiene la capacidad de sufragar todos los programas de gasto público que sean necesarios sin tener que recurrir a impuestos.

Así de claro: ¡no existe ninguna restricción financiera para la actuación del sector público! Para los defensores de la MMT, las únicas restricciones son las que se deriven de los recursos reales de los que disponga una economía, esto es, trabajadores, instalaciones, maquinaria, y recursos naturales. Mientras exista capacidad ociosa no hay ningún problema en “darle a la máquina de hacer billetes”, no habrá brotes inflacionarios. Y, de llegarse al límite, tampoco sería problemático: bastaría con recortar el gasto o con aplicar impuestos. Los tributos tendrían asignado ese papel, sin perjuicio del que se quiera establecer con fines redistributivos.

Puede que a algunas personas este planteamiento les parezca algo completamente disparatado. Así ocurre también en el caso de algunos economistas de primera fila, pero no es menos cierto que otros no se muestran tan radicalmente en contra. Algún paralelismo puede trazarse con las ingentes cantidades de dinero inyectadas por los bancos centrales mediante compras de deuda pública a través de las entidades bancarias. No ha habido repunte inflacionario y los tipos de interés se mantienen en niveles cercanos a cero o incluso se han adentrado en territorio negativo.

Además, en una situación como la actual, en la que la política monetaria ha agotado su recorrido, al no poder en la práctica reducir más los tipos de interés para promover la actividad económica (al menos mientras exista dinero en efectivo), el estímulo de la economía solo puede provenir del campo de la política fiscal, mediante el aumento del gasto público. La MMT parece aportar, pues, una prodigiosa receta (¿MMT = Magic Money Tree, el árbol mágico del dinero?).

La MMT encuentra sus raíces en dos planteamientos casi centenarios. Por un lado, el del “chartalismo” (no confundir con “charlatanismo”), que concibe el dinero como una construcción política. Por otro, el de las “finanzas funcionales”, de Abba Lerner, según el cual el gobierno debe gastar lo que se requiera para alcanzar sus fines.

En el debate actual acerca de la MMT nos encontramos con curiosas paradojas. Así, algunos de los iconos de las posiciones “progresistas”, distinguidos por sus críticas a las políticas de austeridad presupuestaria, tales como Paul Krugman y Larry Summers, se han distinguido por sus contundentes ataques a dicha teoría. Para Krugman, se generarían consecuencias ultrainflacionarias, mientras que Summers ha calificado la MMT como “Economía de vudú”, que ofrece falsas promesas de “almuerzos gratuitos”. Otros economistas hacen hincapié en las consecuencias que se producirían para el tipo de cambio.

Muchos años antes, John M. Keynes, padre intelectual del intervencionismo estatal con fines de estabilización económica, había marcado las distancias respecto a las propuestas de las “finanzas funcionales”, alertando de sus riesgos (relativos a la sostenibilidad de la deuda, la confianza del sector privado, y la inflación).

No acaban ahí las sorpresas. El análisis de la viabilidad de las políticas basadas en la MMT se sustenta en la hipótesis de que el tipo de interés se mantiene por debajo de la tasa de crecimiento económico. De lo contrario, la acumulación de deuda acabaría generando una situación explosiva. Pues bien, los difundidos postulados de Thomas Piketty acerca de la tendencia al aumento de la desigualdad económica se basan justamente en el supuesto, totalmente antagónico, de que el tipo de interés supera la tasa de crecimiento del PIB.

Otros analistas recuerdan algunos conocidos experimentos monetarios pretéritos que, pese a su aparente atractivo inicial, siguen proyectando hoy sus sombras tenebrosas. Por ejemplo, las teorías de John Law, basadas en la expansión del endeudamiento público, aplicadas en Francia en el siglo XVIII, acabaron desencadenando hiperinflación.

La controversia sobre la MMT está teniendo mucha incidencia en Estados Unidos, país que cumple la condición básica de poder endeudarse en su propia moneda, que, además, goza de amplia aceptación internacional. La MMT no sería aplicable en los países integrantes de la Unión Monetaria Europea, que han cedido su soberanía monetaria a una instancia central. Sin embargo, ante la panacea que nos ofrece la MMT, ¿podría ser una buena opción volver a una situación de naciones con soberanía monetaria y con un banco central dependiente del poder ejecutivo, prescindiendo de todo tipo de restricción financiera para los programas de gasto público?

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

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