En el campo de la Economía, no es
infrecuente que algunos planteamientos teóricos desechados en su momento, o
relegados al olvido, estuviesen en un estado durmiente, a la espera del
acaecimiento de circunstancias favorables para su eclosión y florecimiento. La
conocida como Teoría Monetaria Moderna (TMM; MMT, por sus siglas en inglés) representa
un caso paradigmático. Una teoría esbozada hace algunas décadas, con antecedentes
en enfoques alumbrados mucho antes, está adquiriendo ahora un protagonismo
inusitado.
Varias son las circunstancias que
explican esa insospechada irrupción: la persistencia de una fase, si no de “estancamiento
secular”, sí de débil crecimiento económico, el agotamiento y la ineficacia de
la política monetaria en un contexto de tipos de interés ultrarreducidos, y la
ausencia de tensiones inflacionistas a pesar de las ingentes inyecciones de
liquidez suministradas por los bancos centrales a través del “quantitative
easing”. Pero hay otro factor que ha resultado decisivo, el respaldo de
destacados líderes del ala izquierdista del Partido Demócrata estadounidense, tanto
de la vieja (Bernie Sanders) como de la nueva ola (Alexandria Ocasio Cortez),
que creen haber encontrado en dicha teoría una especie de piedra filosofal para
llevar a cabo sus ambiciosos programas de gasto público.
Los defensores de la MMT efectúan
sus proclamas impulsados por una suerte de fervor religioso, pero sus huestes
se ven acrecentadas por la incorporación de académicos e incluso,
sorpresivamente, han recibido el respaldo matizado de algunos analistas de Wall
Street. Todo el edificio teórico de la MMT se sustenta en un pilar fundamental:
un Estado soberano que pueda endeudarse en su propia moneda nunca se verá
forzado a impagar su deuda, puesto que tiene la posibilidad de imprimir
billetes para atender sus obligaciones. Con el mismo procedimiento, tiene la
capacidad de sufragar todos los programas de gasto público que sean necesarios
sin tener que recurrir a impuestos.
Así de claro: ¡no existe ninguna
restricción financiera para la actuación del sector público! Para los defensores
de la MMT, las únicas restricciones son las que se deriven de los recursos
reales de los que disponga una economía, esto es, trabajadores, instalaciones,
maquinaria, y recursos naturales. Mientras exista capacidad ociosa no hay
ningún problema en “darle a la máquina de hacer billetes”, no habrá brotes
inflacionarios. Y, de llegarse al límite, tampoco sería problemático: bastaría
con recortar el gasto o con aplicar impuestos. Los tributos tendrían asignado
ese papel, sin perjuicio del que se quiera establecer con fines
redistributivos.
Puede que a algunas personas este
planteamiento les parezca algo completamente disparatado. Así ocurre también en
el caso de algunos economistas de primera fila, pero no es menos cierto que
otros no se muestran tan radicalmente en contra. Algún paralelismo puede trazarse
con las ingentes cantidades de dinero inyectadas por los bancos centrales
mediante compras de deuda pública a través de las entidades bancarias. No ha
habido repunte inflacionario y los tipos de interés se mantienen en niveles
cercanos a cero o incluso se han adentrado en territorio negativo.
Además, en una situación como la
actual, en la que la política monetaria ha agotado su recorrido, al no poder en
la práctica reducir más los tipos de interés para promover la actividad
económica (al menos mientras exista dinero en efectivo), el estímulo de la
economía solo puede provenir del campo de la política fiscal, mediante el
aumento del gasto público. La MMT parece aportar, pues, una prodigiosa receta (¿MMT
= Magic Money Tree, el árbol mágico del dinero?).
La MMT encuentra sus raíces en
dos planteamientos casi centenarios. Por un lado, el del “chartalismo” (no
confundir con “charlatanismo”), que concibe el dinero como una construcción
política. Por otro, el de las “finanzas funcionales”, de Abba Lerner, según el
cual el gobierno debe gastar lo que se requiera para alcanzar sus fines.
En el debate actual acerca de la
MMT nos encontramos con curiosas paradojas. Así, algunos de los iconos de las posiciones
“progresistas”, distinguidos por sus críticas a las políticas de austeridad
presupuestaria, tales como Paul Krugman y Larry Summers, se han distinguido por
sus contundentes ataques a dicha teoría. Para Krugman, se generarían
consecuencias ultrainflacionarias, mientras que Summers ha calificado la MMT
como “Economía de vudú”, que ofrece falsas promesas de “almuerzos gratuitos”.
Otros economistas hacen hincapié en las consecuencias que se producirían para
el tipo de cambio.
Muchos años antes, John M. Keynes,
padre intelectual del intervencionismo estatal con fines de estabilización
económica, había marcado las distancias respecto a las propuestas de las
“finanzas funcionales”, alertando de sus riesgos (relativos a la sostenibilidad
de la deuda, la confianza del sector privado, y la inflación).
No acaban ahí las sorpresas. El
análisis de la viabilidad de las políticas basadas en la MMT se sustenta en la
hipótesis de que el tipo de interés se mantiene por debajo de la tasa de
crecimiento económico. De lo contrario, la acumulación de deuda acabaría
generando una situación explosiva. Pues bien, los difundidos postulados de
Thomas Piketty acerca de la tendencia al aumento de la desigualdad económica se
basan justamente en el supuesto, totalmente antagónico, de que el tipo de
interés supera la tasa de crecimiento del PIB.
Otros analistas recuerdan algunos
conocidos experimentos monetarios pretéritos que, pese a su aparente atractivo
inicial, siguen proyectando hoy sus sombras tenebrosas. Por ejemplo, las teorías
de John Law, basadas en la expansión del endeudamiento público, aplicadas en
Francia en el siglo XVIII, acabaron desencadenando hiperinflación.
La controversia sobre la MMT está
teniendo mucha incidencia en Estados Unidos, país que cumple la condición básica
de poder endeudarse en su propia moneda, que, además, goza de amplia aceptación
internacional. La MMT no sería aplicable en los países integrantes de la Unión
Monetaria Europea, que han cedido su soberanía monetaria a una instancia
central. Sin embargo, ante la panacea que nos ofrece la MMT, ¿podría ser una
buena opción volver a una situación de naciones con soberanía monetaria y con
un banco central dependiente del poder ejecutivo, prescindiendo de todo tipo de
restricción financiera para los programas de gasto público?
(Artículo publicado en el diario
“Sur”)