3 de enero de 2019

Hablar en público: ¿cuál debe ser el canon?

Hablar en público en un reto, a veces enorme, para muchas personas. Colocarse en el centro del escenario, ya sea en plaza de primera, o de inferior categoría, puede desencadenar episodios de angustia ex ante y de pánico durante, aunque mucho depende del foro, del formato y, por supuesto, del alcance y la profundidad de los contenidos a exponer. El miedo escénico se mueve a lo largo de una escala de amplitud considerable.

Como en tantas otras facetas de la vida, la experiencia sirve para atenuar la altura alcanzada por el mercurio en ese peculiar termómetro. Como se recogía en una entrada reciente de este blog, casi nadie suele dominar la puesta en escena en sus primeras intervenciones. De igual manera, hay quien, pese a acumular una larga trayectoria, nunca le pierde el respeto a una alocución propia, sea cual sea el contexto. En cambio, hay una minoría de personas inmunes al miedo escénico que son capaces de enfrentarse a cualquier comparecencia sin importarles demasiado ni el marco, ni el margen de preparación, ni la materia objeto de la disertación.

Mientras que ese contraste suele obedecer a rasgos diferentes de las personalidades individuales, tal vez modulables, sólo hasta cierto punto, con la experiencia, existen mayores posibilidades de ajuste en la actitud y en la estrategia ante una intervención en un foro público. Desde mi punto de vista, se trata de un tema apasionante que nunca cabe dar por zanjado. Cada ocasión de hablar en público es algo inexplorado y no se presta a la aplicación de un molde prefabricado. Podemos saber cómo enfocarla de antemano, esbozar el modo y la secuencia para abordarla, pero, a la hora de la verdad, nos podemos encontrar en la realidad con condiciones atmosféricas no pronosticadas.

Quienes intervienen en congresos, convenciones, simposios, jornadas, seminarios, o simplemente imparten clases, suelen regirse por pautas bastante dispares en sus alocuciones. También suelen ser muy variadas las apreciaciones de los asistentes y las opiniones acerca de la forma idónea de llevar a cabo las intervenciones.

No puede decirse que sea fácil identificar el canon apropiado, pero, por lo que concierne a foros de corte académico, es preciso pronunciarse al menos sobre los siguientes apartados:

i. Preparación vs improvisación.
ii. Improvisación vs apariencia de improvisación.
iii. Uso o no de notas escritas.
iv. Recurso a la lectura de un texto vs discurso no leído.
v. Utilización o no de presentaciones como soporte o apoyo gráfico o esquemático.
vi. Utilización de presentaciones con contenidos elaborados vs imágenes de conocimiento público.
vii. Ajuste al título del programa vs libertad de configuración en la práctica.
viii. Sujeción o no a un índice de la exposición.
ix. Recorrido completo vs parcial del índice temático.
x. Carácter de los contenidos: profundidad vs superficialidad.
xi. Extensión de los contenidos: panorámica vs segmentada.
xii. Orientación de los contenidos: generalización vs especialización.
xiii. Revelación o no de las fuentes básicas utilizadas.
xiv. Lenguaje utilizado: formal vs coloquial.
xv. Orden sistemático vs eventualidad o adaptabilidad en la exposición.
xvi. Ajuste a la restricción del tiempo establecido vs superación de dicha restricción.
xvii. Lugar de la exposición: mesa vs atril vs itinerancia en escenario o en sala.
xviii.Tono de la intervención: doctoral vs profano.
xix. Ritmo expositivo pausado vs acelerado.
xx. Voz atiplada vs espontánea.
xxi. Disposición vs rechazo a preguntas del público.
xxii. Apasionamiento vs neutralidad.

Muchas son las combinaciones posibles a partir de las características expuestas. También variopintas son las preferencias personales respecto al perfil-tipo de una conferencia, clase o ponencia. No es fácil, pues, establecer un canon. Todo depende del contexto, de la materia, de la finalidad perseguida por el organizador de la sesión, y de las pretensiones de los asistentes.

La mayor parte de los aspectos reseñados anteriormente son perceptibles, pero hay otros muchos que no lo son a simple vista; forman parte de la zona oculta del iceberg del discurso o bien actúan como condicionantes del mismo:

a) Ajuste del tema a la especialización del ponente.
b) Experiencia profesional específica.
c) Tiempo de preparación.
d) Realización o no de ensayos.
e) Elaboración ad hoc vs repetición de materiales previos.
f) Aportación de ideas propias vs reproducción de textos ajenos.
g) Elaboración autónoma vs asistida, total o parcialmente.
h) Rating del sustrato de la intervención dentro del campo de la especialidad temática correspondiente.

Lo que se visualiza es el producto final de un proceso integrado por varias fases (teóricas) de mayor o menor intensidad y duración, potencialmente cubiertas según distintas condiciones reales. En todo caso, si prevalecen los fines académicos o didácticos, cualquier juicio que se efectúe estará incompleto a menos que, de manera objetiva, autorizada e independiente, se evalúe el grado de aprendizaje efectivo logrado por los receptores de la actuación expositiva.

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