1 de enero de 2019

La educación financiera y “El milagro de P. Tinto”

Después de que se hayan puesto en marcha numerosas iniciativas de educación financiera, concretadas en programas formativos, prioritariamente dirigidos a los estudiantes de enseñanza secundaria, es normal que se preste atención a la evaluación de tales acciones. En particular, una cuestión clave a dilucidar es si resultan eficaces, es decir, si verdaderamente contribuyen a elevar los conocimientos y a desarrollar las competencias en materia financiera de los destinatarios.

De una manera un tanto sorprendente, nos encontramos con algunos estudios relativos a experiencias tanto españolas como de otros países que ponen de manifiesto la ineficacia de las acciones formativas llevadas a cabo. Así, no se percibe mejora alguna ni en conocimientos ni en competencias. Nos encontraríamos, por tanto, con cursos que no han merecido la pena, que han significado un despilfarro de recursos. Y no queda ahí la cosa. Algunos trabajos llegan a sostener que la participación en una acción formativa implica un retroceso en los niveles de conocimientos y competencias.

Viendo la sofisticación y el rigor metodológico aparente de algunas de las investigaciones que arrojan semejantes resultados, no tendríamos más remedio, en principio, que aceptarlos e inmediatamente registrarlos en un nuestra lista de paradojas o sucesos misteriosos sin resolver.

Ahora bien, sin necesidad de penetrar en el complejo aparato estadístico empleado, tampoco podemos dejar de plantearnos a qué plan de actuación nos llevarían esas conclusiones, si no fueran exclusivas de los programas de educación financiera. ¿Qué deberíamos recomendar respecto a cualquier curso? ¿O realmente existe alguna rémora especial que afecta a los contenidos financieros? ¿Algo así como una especie de maldición bíblica, o tal vez algún rechazo psicológico como respuesta a los males producidos por una actuación inadecuada del sistema financiero?

¿O, quién sabe, podrían estar los resultados comentados afectados por lo que podríamos denominar la “falacia de P. Tinto”?

Mientras exponía las conclusiones del Congreso de Educación Financiera de Edufinet “Realidades y Retos” (Málaga, 22 y 23 de noviembre de 2018) no pude evitar hacer mentalmente esa asociación. La trama de la película “El milagro de P. Tinto” es sobradamente conocida. La historia está marcada por la aspiración de la pareja protagonista de lograr descendencia. Con ese propósito no cejan en el empeño, aplicando sin denuedo el método de procreación conocido, transmitido por vía oral y visual al titular de la empresa de fabricación de obleas.

Ante el estrepitoso fracaso, después de muchos años de intentos frustrantes, no habría otra alternativa que concluir sino la esterilidad de uno o de los dos cónyuges. Así tenían que creerlo los personajes, después de haber recurrido una y otra vez al procedimiento que creían adecuado a tal efecto, consistente en el estiramiento de los tirantes del pantalón del varón con sus pulgares. “Tralarí, tralarí…”, simplemente, así una y otra vez.

Volviendo a los programas de educación financiera, tendemos a centrarnos en los resultados obtenidos, pero no se nos da la información necesaria para poder excluir que no se ha recurrido al “método del tirante”: ¿qué se ha enseñado?, ¿quién lo ha enseñado?, ¿qué grado de aprovechamiento ha habido por parte de los alumnos?, ¿se ha efectuado una evaluación adecuada de los conocimientos adquiridos?...

Sin una especificación clara de estas y otras cuestiones fundamentales, desde mi punto de vista, las conclusiones acerca de los resultados de las acciones formativas no tienen demasiada validez. Puede convertirse en un serio peligro difundir mensajes de gran calado que pueden provenir de unas premisas carentes de fundamentación.

A mi entender, debería resultar muy extraño que un programa “normal”, esto es, bien diseñado, impartido con una metodología apropiada, por instructores especializados y cualificados, a alumnos con dedicación suficiente, y coherentemente evaluados, no tuviera efectos positivos sobre los conocimientos y las competencias; mucho más, que tales efectos fuesen negativos. Desde luego, si no se cumplen tales requisitos mínimos, cualquier avance cognitivo sería un verdadero milagro. En cualquier caso, tendríamos que asegurarnos, por tanto, que queda totalmente excluida la “falacia de P. Tinto”.

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