En una entrada de este blog del pasado mes de julio se hacía referencia a la “tiranía de la métrica”, que ha extendido de manera implacable su dominio por los campos más diversos. Un buen sistema de métricas puede servir para orientar una gestión y hacer un seguimiento de sus resultados. Un sistema de métricas mal diseñado o aplicado inadecuadamente puede llevar a situaciones incongruentes, a extraer conclusiones falsas, y a promover comportamientos contraproducentes.
Para juzgar la validez y la eficacia de un programa de actuación, ya sea en la esfera pública, empresarial o no lucrativa, es imprescindible llevar a cabo evaluaciones rigurosas, independientes y objetivas. Sin tales evaluaciones no puede producirse una verdadera “rendición de cuentas”, ni se puede tomar conciencia de la utilidad extraída de la utilización de unos recursos siempre escasos y susceptibles de usos alternativos.
No hay ningún sector ni ningún tipo de organización que tenga el monopolio de la ineficiencia; tampoco el del despilfarro. Como tampoco ninguna forma jurídica o institucional otorga patente de corso para quedar exonerada de pasar por el tamiz de los controles de eficacia, eficiencia y economía.
En un artículo publicado en el diario Financial Times (13-7-2018), Caroline Fiennes analiza algunas de estas cuestiones en relación con las acciones filantrópicas. “La caridad comienza con la admisión de que hemos fallado”, se destaca en el título del artículo.
A tal efecto aporta algunas evidencias significativas, en particular la de la Bill & Melinda Gates Foundation, que aparentemente ha malgastado una cuantiosa suma (1.000 millones de dólares) en un programa para mejorar la efectividad de la docencia en los colegios estadounidenses. Según una evaluación, el programa tuvo efectos inapreciables sobre sus objetivos, que incluso empeoraron en algunos casos. Resultados similares han sido obtenidos en el estudio realizado acerca de un programa escolar en India promovido por la fundación Ark.
Pese a los decepcionantes resultados obtenidos, la autora del artículo considera que las mencionadas entidades filantrópicas no deberían ser reprendidas por despilfarro. Adoptando un enfoque “científico”, defiende un proceso de aprendizaje por el error. Y ensalza la postura de ambas instituciones en el sentido de promover evaluaciones externas e independientes a las organizaciones receptoras de los fondos. La propia Caroline Fiennes reconoce que, cuando ella misma gestionaba una organización no lucrativa, “amoldaba” los datos que eran objeto de publicación, expurgándolos convenientemente en función de sus intereses (“sesgo de publicación”). ¿Alguien conoce alguna autoevaluación corporativa cuyas conclusiones lleven a recomendar el cese de la recepción de fondos?
Al margen de este tipo de efectos, se estima que las organizaciones no lucrativas carecen de los medios o de la representatividad estadística necesaria para realizar evaluaciones apropiadas.
Obtener una información “ex post” que permita una mejor asignación futura de los recursos es bastante positivo, aunque lo sería aún más poder disponer “ex ante” de indicios fiables que garanticen o al menos apunten hacia una buena utilización de los medios asignados. Si bien no hay que olvidar que el papel, sobre todo “ex ante”, lo aguanta todo, ni, por supuesto, que no puede costar más el collar que el perro.