16 de septiembre de 2018

El laberinto del bien y del mal de Tomas Sedlacek

Si nos disponemos a leer un libro de cuyo autor se afirma en la solapa que fue nominado como una de las “five hot minds in economics” por la “Yale Economic Review”, su cotización se eleva considerablemente. Si, además, el libro tiene un título tan sugerente como “La Economía del bien y del mal. La búsqueda del significado económico desde Gil-gamesh hasta Wall Street”, y está prologado por Václav Havel, que nos dice que en la República Checa se convirtió en un “bestseller” a las pocas semanas de su publicación, en el año 2011, las expectativas se disparan. Y, una vez que comprobamos que nos invita a un largo y detallado viaje milenario a la búsqueda de las claves del pensamiento económico, atravesando los límites de la arqueología, la religión, la literatura y la filosofía, difícilmente no podremos quedar subyugados ante semejante propuesta y tan impactante puesta en escena.

El joven autor del libro puede que sea una distinguida “hot mind”, pero el lector que complete las más de 300 páginas de esta ambiciosa obra puede acabar con los cables fundidos. Tal es la profusión de detalles que, de forma explícita, figurada, cercana, lejana, intuida, antojada, o simplemente inventada, concernientes a la evolución del pensamiento económico, se recogen en una miríada de los textos más variopintos que son objeto de reseña o cita.

La acumulación de referencias documentales para seguir la senda de la conformación de las doctrinas económicas es la aportación más valiosa de esta especie de tratado enciclopédico de idas y venidas, en el que no es demasiado fácil identificar y aferrarse a un hilo conductor confortable. La motivación que llevó al autor a escribir el libro, según lo expresa en la introducción, es doble: “buscar pensamiento económico en los mitos antiguos y, viceversa, buscar mitos en la economía de hoy”. A esas dos tareas van dedicadas, respectivamente, cada una de las partes en las que se divide.

Profundamente crítico con el escoramiento de la Economía moderna hacia los modelos matemáticos sofisticados, considera que éstos no son más que la punta del iceberg de la Economía y que la mayor parte del iceberg del conocimiento económico consta de todo lo demás. Después de tan clarificadora delimitación, es difícil no evocar aquí las taxonomías borgianas comentadas en una reciente entrada de este blog.

En línea con planteamientos recientes que han brotado en numerosas universidades de todo el mundo, en demanda de una revisión radical del enfoque metodológico de la Economía, Tomas Sedlacek hace hincapié en las limitaciones autoimpuestas en una disciplina en la que se pone demasiado el énfasis en la metodología en vez de en la sustancia. Critica abiertamente, no sin fundamento, la corriente principal de los economistas, pero se muestra un tanto generoso, o tal vez ambiguo, cuando sostiene que “para ser un buen economista, uno ha de ser un buen matemático o un buen filósofo o ambas cosas”. ¿Ha de sobreentenderse que también hay que dominar el análisis económico, o es éste completamente innecesario?

Su rechazo a la posibilidad de una ciencia económica “objetiva” queda patente cuando critica que no se permita “a los estudiantes elegir su propia escuela de pensamiento económico; les enseñamos solamente la corriente principal”. Ante semejante tesitura, el futuro no puede pintar más que gris para esa frustrada disciplina aspirante al rango científico en la que queda convertida la Economía. Al fin y al cabo, una religión a la que cada uno libremente tiene la potestad de adherirse a cualquiera de sus confesiones. En efecto, prometedor porvenir, sobre todo ante los problemas económicos presentes en una tozuda realidad.

Los posicionamientos adoptados a lo largo de los distintos capítulos hacen que no resulte sorprendente que cuestione la necesidad de crecimiento económico, aunque sí lo sea algo más la conclusión en la que se concibe la idea de progreso como “una escatología secularizada”. Y, en esta misma línea, muy especialmente, la falta de comentario al argumento del sociólogo Zygmunt Baumann en el sentido de que “el Holocausto fue no solo un error o traspiés de la modernidad, sino su resultado directo”.

Tomas Sedlacek nos suministra una gran cantidad de indicios para encontrar el rastro del árbol del conocimiento económico del bien y del mal. Pero, a falta de un mapa certero para orientarnos en el laberinto en el que nos vemos inmersos, corremos el riesgo de extraviarnos y, lo que es mucho peor, de caer en un pozo sin fondo.

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