Siempre
que he escrito una reseña de alguna obra, he procurado destilar la esencia de
los contenidos que a mi juicio eran los más relevantes y, aparte de emitir mis
apreciaciones sobre las aportaciones identificadas, también he intentado
ofrecer una síntesis útil para algún hipotético lector que, por uno u otro
motivo, aún no hubiera accedido, o no pudiese hacerlo, al texto original. Sin
lugar a dudas, lo recomendable es que cada lector se sumerja de lleno en las
páginas de un libro y complete su recorrido, de principio a fin. Sin embargo,
no es menos cierto que una buena recensión, que sea entendible, objetiva,
equilibrada, completa y sistemática, puede ser una valiosa ayuda para quien
desee asignar eficientemente su escasa dotación de tiempo. Hay publicaciones
que por su calidad, interés, minuciosidad, construcción u originalidad deben
ser leídas y releídas en su integridad. Otras, sin embargo, aun las de
considerable extensión, admiten un proceso de cribado sin incurrir en un
excesivo -a veces incluso inapreciable- coste de oportunidad. La magnitud del
valor añadido respecto a la producción total puede situarse en una proporción
lo suficientemente moderada como para que, en lugar de una lectura completa,
merezca la pena centrarse en una reseña, siempre, naturalmente, que reúna los
atributos mencionados, lo que, desde luego, no es en absoluto un reto sencillo.
Después
de completar la lectura -en realidad, ya en el transcurso de la misma- de “La
llamada de la tribu”, tenía claro que renunciaría a la pauta habitual de
plasmar los rasgos esenciales de su contenido con ese afán de facilitar una
aproximación al mismo. Al margen de la relevancia de los temas planteados y de
la altura de la incursión que el escritor peruano lleva a cabo, la propia
disección de las obras de los pensadores seleccionados, en una a veces extensa
pero apretada síntesis, no viene sino a añadir dificultad a la tarea y, por su
calidad literaria, expositiva y argumental, también a desalentar cualquier
intento de adaptación concisa. De ahí que la simple transmisión de la impresión
suscitada, en primera instancia, por la lectura de dicha obra sea el único
propósito acometido en estas líneas.
La
obra se titula “La llamada de la tribu”. Puede tener fundamento, en tanto en
ella se hace un recorrido por aportaciones intelectuales señeras acerca de los
factores que marcan la dialéctica entre el retorno de la sociedad a los
instintos tribales y el progreso hacia cotas cada vez mayores de civilización,
progreso y libertad. En la interpretación popperiana, el espíritu de la tribu
representa el anhelo por un mundo colectivo libre de responsabilidades
individuales. Vargas Llosa no pretende realizar un tratado ni una historia de
la doctrina liberal, sino una especie de rendición de cuentas personal acerca de
los personajes que más han influido en la conformación de su pensamiento.
Si
calculáramos el porcentaje que la prosa del Premio Nobel de Literatura
representa sobre el caudal intelectual del septeto seleccionado, seguramente
sería francamente exiguo. Lo sorprendente es que, aun siendo así, dentro de los
confines de una edición de dimensiones relativamente menores, logre proyectar
con tales dosis de destreza, conocimiento y pedagogía semejante patrimonio
humanístico. Mario Vargas Llosa no se limita a un relato lineal de los
registros creativos de ese peculiar elenco de pensadores, sino que sintetiza,
destaca, traduce, contextualiza, interpreta y entrelaza sus diferentes hitos. Y
todo ello sin esquivar las críticas y los distanciamientos, cuando procede, con
cada uno de ellos, como prueba de su posicionamiento activo contra cualquier
tipo de visión monolítica. Incluso a veces da la impresión de que extrema su
celo por hacer hincapié en una serie de precisiones sobre sus posiciones,
enfatizando, por ejemplo, su distanciamiento respecto al liberalismo de corte
manchesteriano o proclamando adhesiones a interpretaciones de las crisis
económicas típicas de la “corrección política”. No en menor medida incide
reiteradamente en defender la idea de que, en lugar de su posible
identificación con el conservadurismo, el liberalismo constituye la forma más
avanzada de democracia.
El
autor recoge en este libro los mimbres, los poderosos mimbres que impactaron en
una mente, otrora refractaria y sectaria, para completar un viaje, y todo un
viraje, ideológico e intelectual de gran relieve. Solo quien haya efectuado una
transición similar, desde la espesura de una mente subyugada por los impulsos
del corazón hasta la recuperación de todos los ángulos de visión, puede
comprender la significación de ese proceso íntimo y la transformación que
desencadena. Únicamente a partir de esa experiencia resulta posible valorar en
su justa medida lo que representa la liberación de los fórceps intelectuales
camuflados en un supuesto armazón científico puro y benefactor. Las ideas
importan, para lo bueno y para lo malo. La historia acumula una amplia gama de
experiencias que lo acreditan, a través de episodios muy distintos, unos de
avance económico y social; otros, de muerte y terror.
He
de reconocer que la obra reseñada me ha
impresionado en muchos aspectos. La desenvoltura con la que Vargas Llosa se
maneja en la exposición de algunos temas económicos, como en la sinopsis de los
escritos de Adam Smith, no es el menor. Sus algo más de dos años de dedicación
a este proyecto, aun a costa de sacrificar su producción novelística, han merecido
la pena. A mi juicio, se trata de un magnífico compendio de las aportaciones de
insignes pensadores, en buena medida infravalorados o cuasi-ignorados, en
ciertos casos, dentro de las corrientes intelectuales dominantes, algunas de
ellas con peligrosas tendencias monopolizadoras o excluyentes, desde la
creencia de estar en posesión de la verdad absoluta. Es de admirar la lucidez y
el valor de algunos de ellos en mantener, con todos los elementos en contra,
posiciones de defensa de los fundamentos de una sociedad libre.
Esta
genuina pieza literaria y filosófica contiene multitud de referencias valiosas
para una sosegada reflexión sobre cuestiones básicas relacionadas con la
evolución de la sociedad. Es una lástima no haber podido percibir en su momento
la luz de ese pensamiento antidogmático, pero tal vez solo se aprende de verdad
a partir de las vivencias concretas que a cada uno nos toca afrontar. También
es una pena que Vargas Llosa no tenga ahora 50 años, pero quizás su visión
actual no sería tan enriquecedora ni habría sido posible sin su larga travesía
ideológica e intelectual en el camino hacia la plenitud de la libertad de
pensamiento.
Según
manifestaba en una entrevista concedida a la revista The Economist en abril de
este año, en la que su interlocutor aludía a la falta de un capítulo de
conclusiones, el autor lo considera “un libro abierto como la sociedad abierta
de Popper, que puede continuar renovándose a sí mismo, reintegrando,
modernizando capítulos que pueden ser añadidos”.
No
sabemos si veremos una próxima edición revisada y ampliada de “La llamada de la
tribu”. Lo que sí queda claro es que, afortunadamente, seguirá expandiéndose el
arsenal creativo de Mario Vargas Llosa, quien declara que espera continuar
escribiendo “hasta mi último día… Espero morir con la pluma en la mano. Esto
sería parte de mi ideal… continuar como si uno fuera inmortal y que la muerte
llegara de repente como un accidente”.