¿Puede atribuirse realmente
un valor económico al arte? ¿Cómo valorar los monumentos que son Patrimonio de
la Humanidad? ¿Quién se atrevería a tasar las creaciones artísticas que marcan
la cima de la civilización? Aun cuando (afortunadamente) no haya un mercado
para muchas obras emblemáticas que pudiera privarlas de su disfrute colectivo,
el análisis económico ha desarrollado métodos para estimar casi todo tipo de
valoraciones. Al margen de ello, los flujos ligados al turismo cultural
constituyen una fuente objetiva de preferencias reveladas.
Mayor facilidad existe
respecto a aquellas obras cuya propiedad se transmite a través de transacciones
dinerarias. En el año 2017 se ha vuelto a batir el récord histórico del precio
alcanzado por una obra de arte en una subasta, merced a la venta del cuadro de
Leonardo da Vinci “Salvator Mundi”, adjudicado por un montante de 400 millones
de dólares, al que hay que añadir la suma de otros 50,3 percibida por los
servicios de la casa de subastas Christie’s. Dicha cifra multiplica por 2,5 la
correspondiente a la obra de Picasso “Les femmes d’Alger”, vendida en el año
2015.
Aunque pueda haber una
inclinación a enfocar este tipo de operaciones como si se tratase de
inversiones en activos financieros, existen algunos rasgos especiales, cuando
el objeto de la compra es una obra de arte de un artista fallecido, que la
convierten, como hace años destacó John P. Stein, en un bien económico
extraordinario. A su vez, William J. Baumol ha puesto de manifiesto una serie de
diferencias entre el funcionamiento del mercado de activos financieros y el de
obras de arte, que hacen que estas puedan alcanzar precios “innaturales”: i) su
carácter único y exclusivo; ii) la condición de monopolista que asume el
adquirente; iii) la posibilidad de ausencia de transacciones en amplios
períodos temporales; iv) la falta de transparencia en las condiciones de las
transacciones; v) el papel desempeñado por los “dividendos psicológicos”,
calibrados subjetivamente por cada consumidor.
Las aportaciones del
análisis económico abren perspectivas capaces de ofrecernos posibles
explicaciones de la disposición a desembolsar cifras desmesuradas por hacerse
con la propiedad de la obra de un pintor famoso. Dado que los economistas que
han estudiado la evolución de los precios de las creaciones artísticas
concluyen que fluctúan sin rumbo fijo, sin que sea nada fácil poder llegar a
discernir su valor intrínseco, parece necesario incorporar otros elementos. De
hecho, las inversiones en arte tienden a generar un rendimiento inferior a las
inversiones en empresas, según algunos estudios. Así las cosas, las obras de
arte han sido calificadas como una elección racional para aquellas personas que
derivan una alta tasa de rendimiento del placer estético o conceden una gran
importancia al estatus social. Ni que decir tiene que las cifras desembolsadas,
por impresionantes que sean, quedan relativizadas cuando se comparan con el
patrimonio de los compradores. Algunos conocedores del mercado suelen hacer
referencia a la regla del 1 al 4%, como exponente del techo porcentual de su
riqueza que una persona está dispuesta a pagar por una inversión de esta
naturaleza.
Curiosamente, el presidente de Christie’s discrepa de la opinión de
que tales adjudicaciones responden al capricho de los multimillonarios y
sostiene que los inversores son muy conscientes de lo que vale cada objeto y
toman sus decisiones de forma extremadamente meditada.
No obstante, la cotización
de una obra se ve fuertemente condicionada por las circunstancias que marcan su
trayectoria histórica. De hecho, hay especialistas, como Donald Sassoon, que
sugieren que estas constituyen un factor primordial de la valoración, como en
el caso de la “Gioconda” a raíz de su robo hace más de un siglo y de las
peripecias que lo acompañaron. También las hay respecto a “Salvator Mundi”,
inicialmente atribuido a un discípulo de Leonardo y alterado por una serie de
retoques, hoy día eliminados. En el año 1958 fue vendido por tan solo 45 libras
(unas 1.800 actualmente, a precios de España) y, mucho más recientemente, en 2013,
después de que se recuperara su rastro, por 127,5 millones de dólares. No puede
decirse que haya sido una mala inversión para sus propietarios de entonces.
En 1940, José Camón Aznar
afirmaba que “no existen leyes estéticas, ni una formulación de la belleza que
se decante precisamente en unas formas determinadas. Las posibilidades de
estimación artística son así ilimitadas e imprevisibles”. Quizás esto ayude a
explicar que, como ha apuntado John Gapper, el valor financiero de cualquier
obra de arte siga siendo tan desconocido e intangible como la sonrisa de “Mona
Lisa”. A pesar de las notorias contribuciones del análisis económico, quizás
nos veamos obligados a admitir que el mercado del arte es el resultado de
complejas interacciones que, en algunos casos, no pueden ser explicadas por la
teoría económica convencional. En el de la obra de Leonardo se da el importante
matiz de que corresponde a una compra del gobierno saudí para donarla a un
museo de los Emiratos Árabes Unidos.
(Artículo publicado en el
Anuario Joly Andalucía 2018)