Las nuevas tecnologías han provocado una disrupción en muchos ámbitos; el de la distribución de la música ha sido uno de los más afectados. En dos artículos recogidos en el número 19 de la revista eXtoikos (www.extoikos.es) se da cuenta de las transformaciones registradas en dicho mercado, así como del insospechado giro que ha propiciado el streaming. Los 70 millones de suscriptores de pago (de un total de 140 millones) que ha logrado captar Spotify representan un hito que va más allá de la pura importancia de los ingresos generados (€1.400 millones en 2017). Derechos de propiedad intelectual, fraude, disposición a pagar por un servicio colectivo individualizable, comportamiento de free rider y valoración de la publicidad son algunas de las cuestiones, de gran interés, que se suscitan, entre otros, para economistas, sociólogos y psicólogos.
En estos días, sin embargo, la empresa sueca, fundada en 2006, es noticia por su decisión de convertirse en “sociedad pública”, expresión que inmediatamente hay que matizar a fin de precisar que el adjetivo “público”, fuente de considerables confusiones en el lenguaje económico, se refiere a su conversión en una sociedad cuyas acciones cotizan en un mercado bursátil.
Una fórmula habitual para acceder a dicho mercado es a través de una IPO (“initial public offering”), es decir, de una oferta pública inicial en la que la sociedad busca captar un determinado importe de capital a un precio de referencia. Se trata de un proceso largo y complejo en cuya recta final los bancos de inversión, después de haber explorado el mercado y cerrado operaciones con sus clientes, garantizan a la sociedad emisora la suscripción acordada al precio estipulado. Una vez iniciado el período de cotización, será el juego de la oferta y la demanda el que determine el precio efectivo en el mercado.
Spotify tiene previsto desembarcar en el mercado bursátil de Nueva York a través de un procedimiento alternativo, el del “listing”. Mediante este, los accionistas actuales pasan a vender sus acciones en el mercado sin que se emitan nuevas acciones y sin que se haya establecido un precio inicial de referencia.
Spotify representa un enorme éxito empresarial, producto de la visión estratégica de su fundador, Daniel Ek, dotado de una extraordinaria precocidad emprendedora. La sociedad ha sido valorada en cerca de $20.000 millones. A pesar de ello, registra pérdidas, que en 2016 ascendieron a la respetable cifra de €539 millones. El modelo de negocio de Spotify ha demostrado su enorme potencia, pero adolece, en la vertiente de los costes, de una patente debilidad, su dependencia de los grandes sellos discográficos, a los que ha de abonar elevadas sumas de dinero para poder distribuir la música. Spotify cuenta con un catálogo de 35 millones de canciones, pero se trata de una mercancía ajena. Se da, además, la circunstancia que de que cuanto mayores sean los accesos por parte de los usuarios, mayores son los desembolsos a realizar. No resulta extraño que la negociación de rebajas o de topes en los royalties sea un caballo de batalla del proveedor de música. Este también ha de afrontar la competencia derivada de la incursión en el mismo mercado de los gigantes tecnológicos multiproducto como son Apple, Google o Amazon.
Aunque los episodios recientes de crisis finacieras han dejado bastante claro que la hipótesis de los mercados eficientes no resulta demasiado fiable, el precio que se establezca una vez que Spotify se convierta en una sociedad “pública” o “listada”, esto es, cotizada en un mercado abierto, dará sin duda algunas pistas acerca de cómo valoran los inversores su capacidad de adaptación ante los retos que afloran en el mercado de la distribución de la música.