Tan solo hace unos días, los medios de comunicación destacaban cómo el tenista Roger Federer había logrado encaramarse de nuevo a la primera posición del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), añadiendo un hito más a su impresionante palmarés. La valoración de los logros acumulados a lo largo de su dilatada trayectoria deportiva agota todos los calificativos.
Ocupar el puesto número 1 del referido ranking es en sí una proeza. En el caso comentado se da la circunstancia de que se produce casi catorce años después de que, en 2004, accediera por primera vez a tan privilegiada posición. Ahora lo hace camino de los 37 años, tras una senda coronada de éxitos, que, en distintas ocasiones, ha propiciado momentos estelares para poner término plácidamente a su carrera deportiva y liberarse del yugo de un deporte tan exigente.
El tenista profesional está solo en la pista, no puede encontrar a nadie que lo releve en el esfuerzo, no puede acudir a un entrenador en demanda de consejo… Quienes compiten en el circuito profesional no pueden saber qué temperatura hará mirando simplemente el calendario, ni pueden permitirse la relajación en algún partido de un torneo, bajo el implacable sistema de eliminatorias. Seguramente tienen muchas compensaciones, pero los requerimientos deportivos y extradeportivos son enormes. En el peculiar método de baremación utilizado, los éxitos de una temporada son un dogal para la siguiente. Es en aquel donde se genera verdaderamente la dinámica de la defensa de los títulos, a diferencia de las competiciones de otros deportes. En fin, mientras que algunas disciplinas deportivas han ajustado sus normas para reducir la duración de los partidos como elemento de atracción de las retransmisiones televisivas, estas siguen abiertas, apenas sin restricciones, a encuentros de tenis que llegan a ser extenuantes para los jugadores.
A pesar de la extraordinaria colección de títulos que el tenista suizo ha ido atesorando, quizás en algunas coyunturas podría haber dado la impresión de que no se tensionaba al máximo ni ponía todo el empeño en seguir escalando cimas. Tal vez, en algunos encuentros, según tesis de comentaristas especializados, podía caer en una cierta relajación que motivara no haber ampliado aún más su apabullante porcentaje de victorias.
Al margen de lo anterior, la irrupción de Rafael Nadal en el circuito cambió el curso de la historia tenística con un gran impacto directo en la hoja de ruta del campeón suizo. Enfrentarse a semejante rival tuvo que ser una prueba colosal, no solo en el plano estrictamente deportivo. Ser capaz de afrontarla, una y otra vez, con el balance conocido en una primera y larga fase, es un reto sumamente difícil, mucho más incluso para alguien situado en la cúspide. Sin embargo, Federer supo asimilar el nuevo estatus y prosiguió serenamente su periplo por los continentes tenísticos. No solo eso, sino que, más recientemente, ha logrado invertir la pendiente de su curva de rendimiento, que, en toda lógica, mostraba un perfil suavemente decreciente.
En definitiva, aunque en algunas fases de su carrera o en momentos de partidos concretos pudiera dar la sensación de que estaban colmadas sus expectativas, en modo alguno era así. Como prueban los hechos, el comportamiento deportivo de Roger Federer responde al patrón (en grado excelso) de “maximizador”, movido por una determinación inquebrantable para alcanzar metas cada vez más desafiantes. Este atípico perfil lo describe palmariamente Toni Nadal, el mítico entrenador del astro español, al hablar de este y de Federer: “Hay algo común en ellos que va más allá de lo razonable. Solo un carácter sometido precisamente a algo tan irracional como la pasión desmedida por lo que uno hace es capaz de soportar lo que una carrera tan larga y fructífera como la de Roger Federer supone” (“El camino de la obsesión”, El País, 29-1-2018).
Otro longevo deportista ha sido Ronaldo de Assis Moreira (más conocido como Ronaldinho), nacido un año y unos meses antes que Roger Federer. Hace poco, con 37 años, ha anunciado su retirada del fútbol profesional. Mérito tiene sin duda alcanzar esa edad estando en activo, aunque quizás en los deportes de equipo, por distintos motivos, pueda ser algo más fácil resistir las inclemencias del tiempo.
Janan Ganesh, prestigioso columnista del Financial Times, en un artículo reciente (2-2-2018) efectúa una comparación entre los ejemplos de Federer y Ronaldinho como estilos de vida: ¿Quién nos enseña cómo vivir?, es la cuestión que nos plantea.
En línea con lo señalado, Federer es catalogado, con arreglo a la terminología de los estudiosos de la toma de decisiones, como un “maximiser”, alguien que lucha siempre por alcanzar lo mejor posible: “Él tenía la riqueza y los títulos que justificaban una relajación en la mitad de su carrera, pero sufrió para lograr más. Adopta una disciplina monástica para sostener la primacía, no solo la competitividad”, en un deporte de tantas exigencias biomecánicas. Ronaldinho, por el contrario, es calificado como un “satisficer”, vocablo que, según el Collins English Dictionary, significa “actuar de manera tal que se satisfagan los requerimientos mínimos para alcanzar un resultado particular”. Ganesh recuerda cómo el futbolista brasileño, a la edad de 26 años, había acumulado ya los mayores logros deportivos, pero unos hábitos un tanto relajados ayudaron a que el F. C. Barcelona renunciara a sus servicios, iniciando desde entonces el trayecto de una curva descendente.
En suma, los dos deportistas referidos, Federer y Ronaldinho, comparten rasgos, un extraordinario talento, la fortuna de haber conquistado las cimas más altas a una temprana edad y el hecho de haber prolongado durante mucho tiempo sus carreras. Ahí acaban las coincidencias, toda vez que en el curso de aquellas han exhibido actitudes y talantes bastante diferentes. ¿Cuál de los dos modelos es el más recomendable? ¿Cuál de ellos es el que puede aportar una mayor felicidad personal?
Según el articulista del Financial Times, tanto a criterio de la población general como a tenor del veredicto de los eruditos, los “satisficers” tienden a ser más felices que los “maximisers”. Y él mismo, tras una serie de consideraciones y apreciaciones sobre la vida real de las personas, concluye que “lo que los desencantados seguidores ven en Ronaldinho como despilfarro o complacencia es en sí una clase de disciplina mental – quizás de la clase más alta”. Una conclusión bastante contundente, basada en percepciones de personas ajenas a los protagonistas, únicos jueces de su propia felicidad. Los efectos causados por las decisiones de los deportistas, estrellas mundiales, sobre el bienestar de sus seguidores a escala planetaria no son objeto de ninguna ponderación en tal juicio, como tampoco la posible influencia ejercida en las pautas de comportamiento de las personas, niños, jóvenes o adultos, que se miran en el espejo de sus actuaciones.