A veces da la impresión de que los signos de puntuación no son más que un uso, decadente o caduco, de otra época. La inmediatez de los millones de mensajes que cada instante circulan por las redes sociales parece poco compatible con el cuidado y el esmero en la redacción de los textos. La finalidad de la comunicación prevalece enteramente sobre la forma a través de la que se lleva a cabo; la ortodoxia, la corrección y la estética quedan relegadas a un segundo, o mucho más alejado, plano.
Una coma es un signo estilizado y, solo en apariencia, insignificante. Bien colocada, nos da un leve respiro, nos ayuda a comprender el sentido de la oración. Pero, si está desubicada, puede causar graves destrozos en el significado y confundir al lector. Son bien conocidos los ejemplos clásicos de las interpretaciones radicalmente opuestas que pueden derivarse de la colocación de una coma en uno u otro lugar de una frase.
No existe ese problema en algunas obras literarias en las que se prescinde completamente de ese modesto atributo ortográfico. En ellas el lector ha de poner de su parte a fin de tratar de desvelar las intenciones del autor. Al detenernos en una composición privada de pausas gráficas experimentamos una extraña sensación y, si caemos en el señuelo, podemos vernos imbuidos en sucesivas lecturas, con ritmos distintos y connotaciones divergentes. Así, por ejemplo, la frase “la vida fluye mientras encuentra cauce mientras haya sed inventa causa”, que podemos leer en “eMe. Diario de un transformista”, del escritor Juan Ceyles, nos mueve a preguntarnos cuántos sintagmas hay en ella. Aunque no debemos olvidar que, como en la misma página se indica a continuación, “cualquier camino lleva a cualquier camino”.
La ausencia de una coma, o de todas las comas, puede ser un recurso literario que adquiere legitimidad en el plano de la creación literaria, en el ámbito del deconstruccionismo, pero, en cambio, puede no ser inocua en el terreno más mundano de las relaciones contractuales. En un artículo publicado en el diario Financial Times (29-3-2017), Michael Skapinker nos relata un curioso caso con trascendencia económica.
En dicho artículo se recoge la sentencia dictada por David Barron, un juez del Tribunal de Apelaciones de Estados Unidos, quien falló a favor de cinco conductores de camiones de Maine que habían reclamado que habían sido erróneamente privados de la percepción de retribuciones por horas extraordinarias. Los demandantes alegaban que su empresa, dedicada a la distribución de productos lácteos, había hecho una interpretación inadecuada de los signos de puntuación de la lengua inglesa.
Según señala Michael Skapinker, la legislación de Maine establece que las empresas han de pagar un suplemento a los trabajadores por trabajar más de 40 horas a la semana. Sin embargo, hay una excepción. Dado que algunos productos se estropean muy rápidamente, no se prevén pagos por horas extras por “el enlatado, procesado, preservación, congelación, secado, comercialización, almacenamiento, empaquetado para el envío o distribución” de productos agrícolas, carne, pescado y productos perecederos.
Los conductores argüían que no llevaban a cabo ninguna de las actividades relacionadas en primer lugar, ni tampoco “empaquetaban para el envío o distribución”. Se limitaban a conducir, por lo que, al superar las 40 horas semanales, debían recibir su compensación. Por su parte, la empresa esgrimía que la “distribución” era una actividad distinta de “empaquetar para el envío” y que, al distribuir productos perecederos, no se devengaba derecho a la referida compensación por horas extraordinarias.
Ahora bien, la defensa de los conductores incidió en que para que el argumento empresarial tuviese fundamento tenía que haberse introducido una coma antes de “o distribución”, dejando claro que la distribución de bienes (la tarea de los conductores) era un trabajo diferenciado del expresado anteriormente en la relación.
Así las cosas, el tribunal determinó que la ausencia de la coma generaba una cierta ambigüedad que debía interpretarse a favor de los conductores.
Fuera de los confines de la creación y de los desafíos literarios, parece altamente recomendable que los textos escritos con la finalidad de comunicación no tengan contenidos ambiguos. En muchas ocasiones, la interpretación correcta se produce gracias al conocimiento del destinatario del texto, pero, cuando esto no ocurre, pueden suscitarse considerables dudas. A título ilustrativo, si Agapito nos dice que ha “vivido en las comunidades de Andalucía y Castilla y León”, ¿dónde deberíamos ubicar sus vínculos territoriales, si no conocemos la configuración regional española?
La coma, ese signo escurridizo, reivindica su protagonismo; en este caso, con la distinción de Oxford o, más prosaicamente, con el calificativo de serial.