Una de las contribuciones reconocidas por la Academia Sueca a Richard Thaler, galardonado con el Premio Nobel de Economía 2017, es la identificación de la importancia que las personas atribuyen a las consideraciones de equidad a la hora de tomar decisiones económicas y, en particular, cuando está en juego la distribución de una cantidad de dinero. Frente al frío y calculador homo economicus, exclusivamente preocupado por maximizar su utilidad, como personaje omnipresente en los modelos económicos convencionales, según la evidencia derivada de numerosos experimentos sociales controlados, los individuos exhiben pautas alejadas del egoísmo. Dicho de otra manera, ni siquiera el ganador quiere siempre llevárselo todo.
La relevancia de esta aportación es clara, pero también esa visión se ve, a su vez, desafiada, en buena medida, por ciertas preferencias reveladas, aunque permanezcan realmente ocultas: la riqueza financiera colocada en paraísos fiscales no es, ni mucho menos, una mera elucubración teórica.
Aunque, como pone de relieve Nuria Domínguez en un artículo publicado en la revista eXtoikos (nº 18, 2016), el origen de la expresión paraíso fiscal está envuelto en un halo de misterio y, de hecho, puede no resultar apropiada en sentido estricto, hay indicios que apuntan que no son un vestigio del pasado.
Y, a pesar de que Tim Harford ha matizado que no todo el que usa un centro financiero offshore ha de ser necesariamente un evasor fiscal, sería absurdo pretender negar que ese tipo de usuario al menos tiene en su mano alguna papeleta.
Al margen de las iniciativas de los organismos económicos internacionales, algunos equipos de economistas trabajan arduamente desde hace años para tratar de estimar la riqueza financiera familiar situada en territorios de baja fiscalidad. En este sentido, recientemente se ha difundido un estudio realizado por Annette Alstadsaeter, Niels Johannesen y Gabriel Zucman (“Who owns the wealth in tax havens? Macro evidence and implications for global inequality”, NBER Working Paper Series, Working Paper 23805, septiembre 2017) que ofrece una estimación sobre dicha riqueza.
Según este estudio, un importe equivalente al 10% del PIB mundial se mantiene en jurisdicciones de baja tributación, si bien existe un acusado contraste entre países (gráfico). Así, en algunos se llega a superar la cota del 50% del PIB del país respectivo, mientras en otros el porcentaje es irrelevante. La cifra estimada para España coincide prácticamente con la media mundial, y es significativamente inferior a las de países como Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Portugal y Grecia.
Cabe destacar que entre los países con menores saldos de activos offshore se encuentran algunos con baja presión fiscal (Corea) y otros con elevada presión fiscal (Dinamarca, Noruega).
Lo que resulta menos sorprendente es que, de computarse esa riqueza oculta, aumentaría la porción de la riqueza nacional correspondiente a los estratos integrados por las personas más ricas.